Rendición

Hablar de rendición en un mundo en el cual el lema que se enfatiza es empoderamiento puede parecer una controversia; sin embargo, cuando se trata de la vida cristiana no hay nada que cause más empoderamiento de nuestro ser que la entrega profunda de nuestra vida a Dios. Lo que sucede a quien se rinde en una entrega de su alma, espíritu y cuerpo a Dios es que es capaz de experimentar cada día más el poder sobrenatural de vivir en lo que Jesús solía llamar “el reino de los cielos”; ese lugar espiritual donde todo está bajo la autoridad de Dios y Su voluntad se cumple en nuestras vidas, ya que rendición no es debilidad sino amor, poder y dominio propio: “Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio”. II Tim 1:7.
Siempre me ha causado una profunda sensación de bendición y al mismo tiempo de libertad, las palabras del apóstol Pablo a los Colosenses (1:13): “Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados”. Vivir en el mundo, alejados de Dios, es vivir bajo el dominio de las tinieblas; tinieblas disfrazadas de luces, de colores, de sonrisas, del éxito que pareciera circunscribirse solo a un selecto grupo cuya reputación está basada más en sus posesiones materiales que en su moral. Por el contrario, vivir en el reino de los cielos, es vivir en comunión con Dios cada día, experimentar su paz en todas las circunstancias y el gozo de proceder de acuerdo a Su voluntad en todos los asuntos.
La rendición en la vida cristiana significa ceder el poder de nuestra voluntad al Espíritu Santo, nuestro ayudador o Parakleto, como lo describe la palabra de la cual se traduce desde el griego: “Uno que va al lado del otro para ayudarle en todo”. La rendición es un aspecto clave del Temor del Señor; ya que temerle a Dios no significa tenerle miedo sino reconocer que Su amor, Su poder y Su sabiduría exceden a nuestro conocimiento y por esa razón Él siempre obrará más allá de lo que pedimos o entendemos. Las Sagradas escrituras nos muestran que Dios desea vivir en comunión con nosotros. En el libro de Proverbios (1:23) Dios nos hace un llamado preciso: “Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras”. Cuando nos volvemos a Dios, de donde venimos, cuando rendimos a Él nuestra vida, recibimos la gracia de vivir en comunión con Su Espíritu Santo, experimentando a diario la guía sabia para cada decisión, para dar el siguiente paso en el camino.
Al hablar de rendición el mayor ejemplo que podemos encontrar es el de nuestro Señor Jesucristo; su vida estuvo marcada por la rendición en todo su ministerio hasta su muerte en la cruz. Sin lugar a duda, no ha habido un mayor ejemplo de rendición que la oración de Jesús en Getsemaní. Estando allí de rodillas, conociendo que tendría que enfrentar el sufrimiento, la traición y la muerte dijo: “Padre mío, si es posible, pasa de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Estando de rodillas delante de Su Padre, Jesús sintió el gran peso de su agonía, pero su respuesta fue la rendición absoluta. Esta es la esencia de la rendición, dejar de lado nuestra voluntad, nuestros propios deseos, y someternos completamente a Dios.
En la vida de nosotros, como simples mortales, la rendición se hace un proceso complicado y difícil; sin embargo, podemos convertirlo en el taller de trabajo donde el Espíritu Santo va moldeando nuestro carácter y cada vez va conquistando más áreas de nuestra vida bajo el poder de su voluntad, para que como a Juan el bautista y como a tantos otros, así suceda en nosotros: “Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe”. Juan 3:30. La actitud de Juan fue una muestra de humildad y de rendición a la voluntad de Dios, purificando su ser en el proceso de menguar su ego. Otro ejemplo de rendición podemos encontrarlo al leer el libro de Job. Este hombre que un día lo tuvo todo, aprendió a aceptar la soberanía de Dios, incluso en medio del dolor de su cuerpo, el repudio de su esposa, la pérdida de sus posesiones y la muerte de sus hijos.
“El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito”. Job 1:21. Elisabeth Elliot en su libro El camino a través del sufrimiento expresó: “La rendición a Dios no significa que perderemos todo; significa que ganaremos todo lo que realmente importa”.
Aunque la rendición es un proceso que se lleva a cabo cada día, reconozco que hay un gran momento en el cual en nuestra comunión diaria con Dios percibimos un llamado de su parte, su voz que nos impele a hacer o entregar algo. Así como le sucedió a María la virgen, cuando el Ángel Gabriel le anunció que daría a luz al Salvador. Fue allí cuando ella rindió su voluntad absolutamente a la voluntad de Dios y expresó el Sí que la convirtió en la elegida de Dios para traer al Salvador al mundo: “Hágase conmigo conforme a tu palabra”. Lucas 1:38. Y junto a María esta entrega de rendición total también la tuvo José, quien renunció aún a su reputación de hombre comprometido para acompañar a la elegida del Señor.
Esa lucha entre nuestra carne, la cual quiere hacer su voluntad y nuestro espíritu vivificado por el Espíritu Santo, el cual desea agradar a Dios, se convierte en nuestra batalla diaria; con la distinción que no hacemos nada por nosotros mismos sino con el poder de Dios que actúa en nosotros, para poder decir juntamente con Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe…” II Tim. 4:7. El camino de la transformación del cristiano hacia el modelo de Cristo es un camino de rendición diaria.
Una de las señales palpables de nuestra rendición es la maravillosa experiencia de vivir en la paz de Dios, como lo señala el gran evangelista Billy Graham en su libro Paz con Dios: “No hay verdadera paz hasta que nos rendimos completamente a Cristo. La lucha cesa cuando dejamos que Él gobierne”. Nuestro Señor nos invita a venir a Él y aprender de su mansedumbre y humildad para hallar el descanso para nuestras almas agobiadas con todas las demandas del mundo. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar… aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas”.
La rendición a Dios es el camino a la paz, la verdadera libertad y el cumplimiento del propósito divino en nuestra vida. Sin rendirnos vivimos en rebeldía contra Dios; cuando nos rendimos, entonces descansamos en Su voluntad. En mi vida he podido experimentar la belleza y la dulzura de Dios cuando caigo de rodillas rendida ante ÉL; mientras me resisto pierdo la paz, mis fuerzas y la esperanza de seguir adelante. No hay nada que pueda sustituir el saberme en sus benditas manos, guardada por su amor. Hoy el Señor te llama a rendirte a Él, a encomendar tu vida en sus manos y confiar en Su amor por ti.
“Encomienda al Señor tu camino, y confía en Él, y Él hará”. Salmo 37:5.
X:RosaliaMorosB
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