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Relaciones primarias y representación política

“Los grandes ‘artistas’ de la política
contemporánea son cada vez más
personajes que ignoran olímpicamente
la relación entre los fines propuestos
y los medios disponibles”
Giovanni Sartori (*)

Días atrás, con motivo de la reedición y presentación en España de su – ya – más conocido libro, Enrique Krauze concedió una entrevista de prensa en la que celebraba el funcionamiento de las instituciones y del propio debate político para despecho de la llamada antipolítica y sus oficiantes (https://www.google.co.ve/?gfe_rd=cr&ei=Ih6AVsSOC4mw8we4kZTwAw&gws_rd=ssl#q=Enrique+Krause+abc+antipolitica) . Ésta, fenómeno todavía inconcluso, se ha deslizado en este  lado del mundo  hacia la necropolítica – fracasada el 6D – y procura ahora reactivarse mediante un tal parlamento comunal nacional, fórmula a la que apela el ultraizquierdismo anacrónico deseoso de una inmediata respuesta de la ultraderecha a la que aspira de acuerdo a sus conveniencias, reavivándola – por lo pronto – retóricamente.

Harto conocido, dicho parlamento comunal no existe en la Constitución de 1999 y, menos, inquietó a los constituyentistas de entonces. Sin embargo, el caso está en la pretendida existencia y legitimación de una instancia que carece de toda representatividad y, evidentemente, está fundada en las relaciones primarias, datos importantes para apuntar al trasfondo cultural respecto los problemas públicos y compartidos,  más allá de la torpe estratagema oficial.

En efecto, pocos conocen a los integrantes de esa instancia gobiernera de emergencia, así como los mecanismos empleados para accederla. Enfatizando la diferencia más elemental, los diputados a la Asamblea Nacional, ahora electos y pendientes de ocupar legítimamente sus curules, resultaron de la votación directa, universal y secreta de la ciudadanía, y también de la necesaria aplicación del principio de publicidad, susceptibles de cualesquier objeción y hasta impugnación en el lapso correspondiente:

En un viejo artículo que bien complementa sus conocidos títulos, dilucidando algunos de los inconvenientes de la democracia directa,  Giovanni Sartori recordaba un elemento de la ecuación: “El representante no sólo es responsable ante alguien, sino también responsable de algo” (Claves de Razón Práctica, Madrid, nr. 91, Madrid, 1999). Y que sepamos, los anónimos miembros de parla-comunal, por cómoda denominación, incumplen con el precepto, convalidando el monumental retroceso de una selección por tercer, quinto o décimo grado y, si fuere el caso, sólo responsables ante la justicia penal ordinaria.

Además, una selección que consagra las relaciones primarias de simpatía o antipatía, lealtad personal y – agreguemos – prebendaría, porque el PSUV y sus expresiones subsidiarias, carecen de una convincente vida institucional interior y todas las invocaciones normativas suceden a la imposición de una línea política incuestionable.  Por más leyes, reglamentos y otros dispositivos que se aleguen para configurar la instancia, es parte de una carpintería posterior a la decisión política de convocarla, como no hubiese ocurrido en el supuesto de un triunfo gubernamental en los comicios parlamentarios, dándonos idea  de nuestras tercas informalidades.

Ejemplificado por el parla-comunal, el asunto guarda correspondencia con el hábito o práctica inveterada de considerar y reconocer como dirigentes políticos a quienes carecen de representatividad, avalados por las simpatías personales que suscitan y el servilismo que es parte de un engranaje que, al parecer, estamos revirtiendo.  Modestamente, creemos que esto no es hacer política (y política democrática, añadimos), sino – simplemente – simularla, aunque autores como José Puello.Socarrás, al abordarla desde la perspectiva mitológica, asume que la política sencillamente lo es, sin que sea objeto de despolitización o repolitización alguna (Ciencias Sociales, Quito, nr. 23 de 2005).

Disculpándonos por el tono testimonial, recordamos el caso de dos jóvenes que, en sus inicios en la política por estos años, no fueron siquiera delegados de su curso o elegidos como voceros de sus copartidarios, pero sí muy  hábiles en su relacionamiento personal. Proceráticos y estridentes, nunca protagonizaron una protesta ni rindieron declaración alguna ante la policía política, pero – eso sí – gustaban de un selfie con los líderes del partido y acertaban con un oportuno obsequio de cumpleaños.

Las instituciones, la institucionalidad y el relacionamiento institucional, por supuesto, debidamente concursados, reglados y perfectibles, fundamentan la política democrática en la que cabe y se realiza el compromiso personal. Sospechamos que el amargo y pausado descenso del actual régimen, cada vez menos representativo del pueblo venezolano, ilustrará mejor los vicios que hemos – de un modo u otro – cultivado, acentuando la política como un agresivo pleito de vecindario.

(*)  “La política. Lógica y método en las ciencias sociales”. Fondo de Cultura Económica, México, 1992: 132.

@LuisBarraganJ

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