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¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué hago para lograrlo?

Parafraseando a Paul Ricoeur, podemos afirmar que, cuando una sociedad se enfrenta al desorden, la ineficacia e incomunicabilidad de los valores y a la falta de horizontes por carecer de objetivos comunes, se hacen evidentes los síntomas de una crisis de identidad que se manifiesta en la cultura y en todo su quehacer cotidiano.

No se trata aquí de profundizar en la identidad del ser venezolano, eso es materia de sociólogos y antropólogos. No estamos hablando tampoco de si podemos imponer en Venezuela las culturas Yeküana, Yanomami o Guajira, ya que ni siquiera hemos podido lograr preservar intactas esas etnias indígenas que hoy tratan de sobrevivir a diversas formas de dominación, explotación y exterminio; no podemos reconstruir las culturas africanas de donde provenían los esclavos negros, ni existe una cultura mestiza, aunque gran parte de la población lo sea en sus rasgos y herencia biológica o que el folklore, el merengue o la salsa afrocaribeña sean factores de esa identidad. Los venezolanos somos occidentales, después vienen otras consideraciones.

La idea de estas reflexiones en voz alta, es la de preguntarnos el por qué de nuestro retraso en alcanzar la modernidad, que en los últimos diecisiete años del régimen militarista y pro-comunista denominado socialismo del siglo XXI, se ha manifestado como un vigoroso rechazo a los valores modernos de la cultura occidental, es decir a la razón, a la democracia y al imperio de la Ley. En la misma tónica expresada por Ricoeur, nos preguntamos ¿El no poder avanzar en el desarrollo, es consecuencia de una crisis de identidad del venezolano?

Según García Canclini (Culturas híbridas), la incertidumbre acerca del sentido y valor de la modernidad deriva en parte de los vínculos socioculturales en que, lo tradicional y lo moderno se mezclan dando origen a una “hibridización” cultural. “Esa hibridización es la forma en que, tanto las capas populares como las élites, combinan la democracia moderna con códigos y relaciones arcaicas de poder que conjugan instituciones liberales y regímenes paternalistas, tradiciones democráticas y gobiernos autoritarios, modernos sistemas electorales para elegir a caudillos. Son culturas híbridas que están entretejidas en las causas de las contradicciones y fracasos de nuestra modernización”.

Aunque segmentos de la población han desarrollado conocimientos y razonan según los valores occidentales, no podemos hablar de haber logrado un modelo de desarrollo sustentable y menos el habernos alineados con las tendencias del conocimiento que en este momento exploran nuevos paradigmas para un futuro que ya nos alcanzó.

En medio de profundas desigualdades sociales, en Venezuela coexisten visiones mágicas como la del Estado petrolero benefactor, junto a copias de modelos de desarrollo que aún no han logrado posicionar al país con objetivos eficaces. Prueba de ello son los cuarenta años de democracia bajo la única premisa rentista del petróleo. A esto se suman los diecisiete años de caudillismo y militarismo chavista que no han hecho sino exacerbar el mismo modelo aunque manejado teatralmente, combinando la exaltación del anti-imperialismo y la ideología comunista cubana, con cuentas mil millonarias en paraísos fiscales y suntuosas propiedades en las principales capitales del mundo, producto de una descomunal corrupción. Eso forma parte de esta cultura híbrida que lo único que ha sido capaz de producir es incertidumbre, desapego e inseguridad en todos los sentidos, lo que contradice todo posible sentimiento de identidad. ¿Identidad e identificación con qué? Nos preguntamos.

Octavio Paz (Tiempo Nublado), aborda esta cuestión argumentando que en América Latina, y podríamos decir lo mismo de Venezuela, a la caida del imperio español, el poder económico se concentró en las oligarquías nativas, y el político en los militares. “La dispersión, la inestabilidad, las guerras civiles y las dictaduras fueron la regla durante más de un siglo. Se ha querido explicar estos males por la ausencia de las clases sociales y de las estructuras económicas que hicieron posible la democracia en Europa y en los Estados Unidos. Es cierto, hemos carecido de burguesías realmente modernas, la clase media ha sido débil y poco numerosa, un gran campesinado y una gran población indígena en muchos de los países, el proletariado es reciente”.

Si bien el régimen concentró el poder militar y económico en Chávez y ahora en su sucesor, la burguesía criolla, con contadas y consecuentes excepciones, se ha dedicado a extraer riqueza y reinvertirla fuera del país. El desarrollo industrial que había comenzado en Guayana, se detuvo por la falta de visión y por la monstruosa corrupción durante el período democrático. No olvidemos que las poderosas élites empresarial e intelectual venezolanas, pese a sobradas advertencias, ayudaron a catapultar a Chávez, pensando en conservar e incrementar sus negocios o en el caso de los intelectuales de izquierda, ver realizada una utopía revolucionaria como la que realizaron los Castro en su glorificada revolución, ya que éstos han tenido siempre su corazoncito guantanamero enterrado en la Habana.

Otra de las causas del fracaso o debilitamiento de las democracias latinoamericanas, según García Canclini, es justamente la falta de una corriente intelectual crítica y moderna, sin olvidar esa inmensa masa de creencias que forman la tradición de los pueblos. Como decía Perez Galdós, “es más fácil que triunfe una idea verdadera sobre una falsa en la esfera del pensamiento, que triunfar con ideas sobre las costumbres”.

Del “nuevo ideal nacional”, pasando por la “democracia con energía” o al “patria, socialismo o muerte”, seguimos en las mismas, es decir, retraso, pobreza, exclusión, expolio de las riquezas del país por parte de una minoría que, desde la caída del dictador Gómez cambia de color político o de uniforme militar pero se enquista en el poder, sea por simulacros electorales o por la fuerza, con la misma voracidad y corrupción.

La hibridación de pensamientos mágicos con ideologías fracasadas, ha sido la tendencia impuesta por el chavismo que no solo ha provocado la ruina del país y la destrucción de los valores éticos, sino algo más terrible aún, la destrucción del lenguaje político, sustituyéndolo por un lenguaje vulgar, onomatopéyico, pervertido, indigno y deshumanizado, conduciendo al colectivo a espacios pre-políticos, pre-sociales, primitivos. La violencia, el avasallamiento, el odio, el irrespeto y la indignidad, constituyen la estructura de un discurso que arremete a diario contra la construcción de la verdad social y la identidad del venezolano. Una visión unívoca de la realidad y un lenguaje reduccionista que ha nutrido a los que nacieron hace 17 años. Nos preguntamos entonces, después de todo ese tiempo ¿Cómo relatan estos jovenes su historia? porque según Ricoeur (La construction de l’identité par le récit), el relato es un productor de significados. Lo que a primera vista parece absurdo o no, deviene en necesidad para la comprensión de su propia historia personal. Al contar, la persona retoma sus decisiones e iniciativas. Gracias al relato, toda su vida se perfila junto con las condiciones necesarias para su transformación, cualquiera que sea el hecho relatado. Entonces, ¿Qué lengaje utilizan en su relato? El lenguaje actúa como denominador común de cualquier identidad, es decir, es el instrumento indispensable para construir una visión del mundo y orientar el devenir de una nación. ¿Cuál es la identidad de esos jóvenes? Sin duda, son preguntas inquietantes.

La identidad de un individuo y de una nación comienzan por la pregunta ¿Quién soy? Para después preguntarse ¿qué es lo que quiero?, y por último, ¿qué estoy haciendo para lograrlo?, eso se llama identidad, reafirmación y voluntad. Más que lamentarnos y culpar de nuestros males a la historia, al destino o a los actores del pasado y del presente, debemos concentrarnos en apreciar nuestras fortalezas y reafirmarnos en ellas, definir nuestra identidad como venezolanos y de una vez por todas posicionarnos como nación moderna en el contexto global.

Venezuela es un país donde la democracia se ha levantado y ha sobrevivido pese a formidables obstáculos. Sus ciudadanos luchan incansablemente por sus derechos fundamentales y todos convergen en la dirección democrática. Urge a los politicos tomar los valores positivos del venezolano y traducirlos en una propuesta que permita establecer un modelo a seguir para estos jovenes. Como Venezuela es el país donde lo inesperado es lo cotidiano, su renacimiento podría sorprender de nuevo al mundo.

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