¿Quién gana y quién pierde?
Con el tema del denominado “diálogo consensuado”, por lo menos en esta etapa, llevamos cerca de un año. Ha habido de todo un poco. Reuniones reservadas, informales, semi-formales, formales; anuncios de todo tipo, mediaciones de personajes políticos extranjeros, actuaciones del Vaticano, encuentros en República Dominicana; comentarios de la más diversa índole, críticas, apoyos, en fin, ¿qué no ha habido con el “diálogo consensuado” en esta etapa?
Hay una cosa que no ha habido. Cambio efectivo. Nada de cambio sustancial o de fondo. Pura continuidad o continuismo. Eso es lo que ha habido. Por eso es pertinente el título de estas breves y precarias líneas. En mi opinión, ha ido ganando tiempo la hegemonía roja. Y ha ido perdiendo oportunidades la causa democrática de Venezuela. Podríamos, por ejemplo, aproximarnos al asunto con las metáforas de la tramoya y el pantano.
Una tramoya, de acuerdo con el diccionario, es un enredo dispuesto con ingenio, disimulo y maña. Y un pantano, también según el diccionario, es una hondonada más o menos cenagosa. Las referidas definiciones vienen a cuento, por el referido tema del “diálogo consensuado”. Para el oficialismo se trata de una tramoya, para la oposición política se está convirtiendo en un pantano.
Al respecto no hay sorpresas. Al revés. Lo que sorprende es haya gente con conocimientos de la política, que se sorprendan de lo que está aconteciendo. Una vez más se destaca la iniciativa de un supuesto diálogo político en Venezuela, que, lamentablemente, le terminará brindando más tiempo al poder, con quizás alguna que otra «concesión» secundaria por parte de éste, a fin de sostener ciertas apariencias.
Como es lógico de suponer, semejante situación tensa los desencuentros al interior de la oposición política, y eso de por sí favorece a Maduro y los suyos. Y todo ello ocurre con sonoras declaraciones, no pocos desplantes, contradicciones a granel, y una erosión de credibilidad que puede ser sumamente peligrosa para los que aspiran y laboran por la reconstrucción de la democracia venezolana.
El papel del Vaticano puede hacer mucho mal y poco o ningún bien. Venezuela padece un régimen abyecto, y el empeño en legitimarlo es cuando menos un craso error. Y no sólo desde el ámbito político, sino también teológico. Además, esta renovación última del supuesto diálogo es difícil que sea más inoportuna y, de seguro, contraproducente para hacer valer los derechos democráticos de los venezolanos, confiscados a la brava por la hegemonía imperante.
El poder establecido se ha burlado de la voluntad popular al impedir la realización del referendo revocatorio, al impedir la realización de las elecciones regionales, al impedir la realización de las competencias constitucionales de la Asamblea, al impedir, en suma, todo aquello que ponga en riesgo su continuismo. Y resulta que la respuesta a todo eso es darle un impuso al diálogo, y además a un diálogo burocrático, con varias comisiones y comisionados…
Y mientras tanto, siguen los atropellos, la represión, la masiva corrupción, el caos económico y la depredación de los pocos recursos que van quedando, comenzando por los de Pdvsa. Y resulta que desde varios frentes se afirma que “el único camino” para superar esta debacle es el diálogo… Lo que tenemos es una tramoya, de un lado, y un pantano, del otro. Venezuela sale perdiendo y la hegemonía que la sojuzga, hasta ahora, sale ganando.