¿Qué será lo que quiere el negro?
No hay duda alguna: el negro, que no es de Panaquire sino gringo, quiere algo. Pero, ¿qué será? Los gringos son imperiales e imperiosos y también poderosos. Los más poderosos militarmente hablando, del planeta. De eso no hay duda. Y después de ese tronco de vaina que les echaron los terroristas árabes con lo de las Torres gemelas, han reforzado hasta el paroxismo sus alertas de seguridad nacional. Otro strike no se lo cantan. Por eso esta frase, «… que la situación en Venezuela (…) constituye una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos», invocada por el negro supuestamente para justificar un decreto administrativo para sancionar a siete funcionarios por violaciones a los derechos humanos, me parece que encierra un trasfondo de tenebrosas características. Los gringos no gastan pólvora en zamuro. Y, léase bien, en ninguna parte de esta simple oración se considera a Venezuela, el país, como amenaza, sino a la «situación» que atraviesa esta nación, y por los puntos mencionados como detonantes del decreto podemos colegir que se refiere a la situación política de su gobierno, por lo que sí, Maduro y su combo tienen el deber de estar sumamente preocupados, sobre todo si recuerdan que Fidel le advirtió al extinto que se cuidara mucho de molestar a los halcones del Pantágono con alguno de los dos elementos que los enardece: terrorismo y narcotráfico. Y más si es con los dos. Por lo demás usted puede tirarles las trompetillas que quiera, que ellos hablan inglés pero son expertos haciéndose los suecos. Y Fidel habló en aquel momento por experiencia personal, los gringos le descubrieron su jujú con el narcotráfico y, en la desesperación para sacudirse la guadaña que descabezó a Noriega, fusiló a su héroe nacional favorito, junto a otras figuras con peso específico en la revolución. Solo con sangre de próceres se aplacó la ira de los halcones. Así que con esa frase «amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional», el negro agarró el toro por los cachos, y de ahora en adelante no necesita permiso de nadie para actuar como le parezca mejor para neutralizar tal amenaza «inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos». Con «inusual y extraordinaria», adjetivos calificativos de alta densidad política, que no fueron colocados ridículamente como escribe un serio columnista, el negro se refiere, infiero, al supuesto empleo de medios desestabilizadores no convencionales y sorpresivos, como el uso ilícito del dinero petrolero, proveniente de los empresarios gringos del ramo que compran de contado 700 mil barriles diarios de crudo venezolano, desviados a través de las arterias financieras europeas y de los mismos Estados Unidos, cuya punta de la madeja es el caso Andorra, con la finalidad de financiar movimientos extremistas islámicos dentro de los Estados Unidos, y promover por medio de sus embajadas y consulados latinoamericanos políticas antiestadounidenses. En este último caso, que afecta notablemente la política exterior gringa, el negro aclara ligeramente el panorama al sostener «lamentamos que mientras nuestro gobierno avanza hacia la solución de conflictos bilaterales, como es el caso de Cuba, el gobierno venezolano vaya en sentido contrario». Y eso arrecha. Maduro, en su condición de Jefe de Estado, tiene la obligación de respirar profundo y agarrar mínimo, en lugar de seguir arengando pobres incautos con la cursilería patriotera que inflama el ardor nacionalista de los menos informados que juran que la invasión será por Chichiriviche, porque ya no recuerdan el destino de Saddan y su «madre de todas las batallas».
Club de impresentables
El presidente fallecido, líder inmortal de la única revolución por decreto que ha tenido la humanidad, dedicó toda su energía a sacarles la lengua a los gringos, mientras les vendía de contado millones de barriles de petróleo y les compraba miles de millones de dólares en mercadería. Porque insultar a los Estados Unidos le redituaba miríada de votos de la masa amorfa de cultura contradictoria, cuya ignorancia proverbial la obliga a escupir hacia arriba, obviando que los Estados Unidos es el destino del 50% de todo lo que América Latina produce, incluyendo ahora profesionales universitarios venezolanos. Y la exacerbación provocadora de esa doble moral, propia de un ser inculto pero astuto, cuya inescrupulosidad suplía su obvia falta de inteligencia, por lo que fue presa fácil del ilusionismo de Fidel Castro, lo llevó a aliarse y a sentar a su mesa, a lo más impresentable de las tiranías tercermundistas del Orbe, por el afán de reconocimiento como líder trashumante. Y su heredero designado al bate, continúa la misma senda, sin percibir que los tiempos están cambiando el escenario, y que los Estados Unidos han vuelto a ser él.
En conclusión
Sencillamente porque los gringos no dan puntada sin dedal, es deber de la oposición venezolana repensar su posición actual frente a esta declaración que pone en peligro la seguridad nacional, asumiendo, sin poses coincidentes con la histeria oficialista, que son las acciones del gobierno las que han llevado a este extremo las relaciones entre esta dos naciones de suyo pacíficas y mutuamente provechosas desde siempre, recordándole al gobierno que el inciso 3º del artículo 464 del COPMilitar, establece como traición a la patria: «Practicar actos de hostilidad contra un país extranjero que expongan a Venezuela a peligro de guerra, ruptura de relaciones diplomáticas, represalias o retorsión». De igual forma, la Sala situacional de Miraflores está en el deber patriótico de analizar en el contexto político actual las causas quo pudieran haber estimulado este decreto, puesto que ni es un error político propio de un inexperto, que favorece a Maduro, ni una exageración propia de un desequilibrado: algo hay y bien grave, para que el negro, un presidente que se caracteriza por su prudencia y que pasará a la historia, entre otras iniciativas, por restablecer las relaciones con Cuba, haya tomado esta decisión que coloca su dedo en el gatillo de una flota que sí puede invadir a Venezuela si se demuestra que su gobierno financia movimientos terroristas o está asociado, de alguna manera, con el narcotráfico.