Qué podemos y qué debemos hacer
Los grupos terroristas del Estado Islámico (EI) avanzan con monstruosa brutalidad, persiguiendo y asesinando a cuantos se cruzan en su camino. En las zonas que se hallan bajo su control esclavizan y humillan a quienes no piensan como ellos. Los yazidíes y los cristianos, pero también los musulmanes que no están dispuestos a plegarse a su ideología fundamentalista, se ven obligados a dejarlo todo y huir para salvar la vida. Entre tanto, el EI controla un territorio transnacional poblado por más de cinco millones de personas, con ciudades, pozos de petróleo, embalses y aeropuertos. Alarma el hecho de que entre los terroristas se cuente también un número creciente de personas procedentes de Europa.
Con los avanzados sistemas de armamento capturados y los considerables recursos financieros de que dispone, el EI se ha convertido en una amenaza existencial para la región del Kurdistán iraquí y para el Estado de Irak como tal, más aún, para todo el de por sí frágil orden de Oriente Próximo. De no ser por la decidida intervención de EE UU, las fuerzas kurdas, mal (o peor) equipadas, seguramente no habrían podido detener el último avance del EI.
En tan dramática situación el Gobierno federal alemán ha decidido proveer ayuda humanitaria a los desplazados y apoyar al Gobierno regional kurdo en la lucha contra el EI mediante el envío de alimentos, mantas, tiendas de campaña y generadores, pero también armas y equipo militar. En Alemania este paso ha provocado intensos debates. Hay quien pretende ver en ello incluso un giro radical en la política exterior alemana. Yo no comparto esa apreciación. Lo cierto es que Alemania asume su responsabilidad en el plano internacional, no solo en la lucha contra el EI, en Oriente Próximo, en Afganistán, en África. Junto con la Unión Europea buscamos en particular una solución política a la peligrosa crisis que se vive en nuestra vecindada inmediata, entre Rusia y Ucrania. Nuestra responsabilidad siempre es concreta. Se deriva de hasta qué punto se ven amenazados los principios fundamentales de un orden internacional pacífico y justo, hasta qué punto están envueltos nuestros propios intereses y hasta qué punto se ven afectados nuestros socios y aliados más estrechos.
Nuestro escepticismo frente a las intervenciones militares y nuestro enfoque restrictivo con respecto a las exportaciones de armas obedecen a razones políticas bien fundadas y están profundamente arraigadas en la conciencia colectiva de los alemanes. No hay ningún cambio de paradigmas en lo que hace a los principios que inspiran nuestra política exterior, entre los cuales se incluye asimismo el deber de mostrar la máxima circunspección en el terreno militar. Pero en vista de los peligros y amenazas reales, que también se ciernen sobre nuestra seguridad y nuestros intereses, no podemos ni debemos limitarnos a hablar de principios y menos aún escudarnos en ellos. Somos conscientes de los riesgos y dilemas, decidimos cómo actuar o no actuar sin desconocer las contradicciones que ello puede implicar, a la luz de nuestros valores e intereses, con el máximo cuidado posible y en estrecha coordinación con nuestros socios europeos, transatlánticos y regionales.
La base de nuestra política exterior es y será actuar junto a nuestros socios.
Donde existe una amenaza de asesinato en masa y corren peligro la estabilidad y el orden de Estados y regiones enteras, donde las soluciones políticas no tienen visos de éxito si no van acompañadas de una componente militar, tenemos que estar dispuestos a ponderar honradamente los riesgos de la propia implicación y las consecuencias de la inacción. Así fue como nos decidimos a participar en las intervenciones militares internacionales en Kosovo en 1999 y en Afganistán en 2001. Y así fue como en 2003 Alemania se opuso, por razones igualmente buenas, a una intervención militar en Irak.
Nuestro compromiso contra el Estado Islámico no empieza ni acaba con el suministro de armas. El EI no es algo que solo se pueda abordar, bien con instrumentos humanitarios bien con medios militares. La comunidad internacional tiene que desarrollar una estrategia política integral y coherente para enfrentarse sistemáticamente a esta organización terrorista. A mi juicio ello debería incluir fundamentalmente cuatro elementos: necesitamos un nuevo Gobierno iraquí en Bagdad que tenga capacidad de maniobra, que integre a todos los grupos de población y que acabe con el caldo de cultivo del EI mediante un cierre de filas político con las tribus suníes. Necesitamos un intenso despliegue diplomático que permita alcanzar un acuerdo entre y con los países de la región para afrontar juntos la amenaza que representa el EI. Necesitamos un distanciamiento inequívoco por parte de todas las autoridades del mundo islámico para desenmascarar como lo que es, puro cinismo, la pretendida legitimidad religiosa de la barbarie proclamada por los propagandistas e ideólogos del Estado Islámico. Por último, necesitamos medidas resueltas para dificultar e impedir la afluencia de combatientes y dinero.
Viendo el arco de crisis que va del Magreb a Oriente Próximo, pero también lo que está ocurriendo en el Este de Europa, mucha gente en Alemania y Europa tiene la sensación de que el mundo se cae a pedazos. Las crisis y conflictos se nos van acercando cada vez más, incluso en nuestra vecindad europea ya no valen las certezas que dimos por supuestas a lo largo de 25 años.
No debemos entregarnos a la ilusión de que podríamos desligarnos sin más de un mundo desquiciado y quizás limitarnos a prestar, si acaso, ayuda humanitaria. Nuestro bienestar y nuestra seguridad dependen de nuestros vínculos políticos y económicos sin precedentes con todo el mundo. Allá donde se produzca un desmoronamiento del orden, más si cabe si ello sucede cerca de las fronteras de Europa, también nos veremos afectados nosotros.
Así pues, tenemos que preguntarnos a nosotros mismos con toda objetividad: ¿qué podemos y qué debemos hacer los alemanes? Al formularnos esta pregunta tampoco deberíamos perder de vista en ningún momento nuestras propias limitaciones: Alemania es el mayor país de la Unión Europea, políticamente estable y económicamente fuerte, pero lo que podamos contribuir en términos políticos, humanitarios y militares a la solución de conflictos solo tendrá peso y resultará eficaz a partir de la colaboración con otros. Por tanto, el actuar conjuntamente con nuestros socios europeos y transatlánticos es y seguirá siendo la base fundamental de la política exterior alemana.