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¿Qué pasa en los sanfermines?

“La violencia sexual, no puede ser eliminada sin cambiar la cultura”

Charlotte Bunch.

Activista estadounidense

Algo muy grave viene sucediendo en Pamplona desde hace años, con motivo de la celebración de los sanfermines.

  • Cuando un Ayuntamiento estima necesario realizar una campaña municipal cuyo lema es: «Por unas fiestas libres de agresiones sexistas», e invita a la ciudadanía a adoptar «una actitud activa frente a cualquier tipo de agresión contra las mujeres, y a socorrer o apoyar a la mujer agredida y aislar al agresor».
  • Cuando el alcalde, en el bando que regula las fiestas, establece que «las agresiones sexistas contra las mujeres de cualquier edad y en cualquier situación, serán perseguidas y sancionadas».
  • Cuando el consistorio tiene que organizar un servicio especial de Policía Municipal durante el chupinazo, apoyado con cámaras de alta definición para prevenir las agresiones sexistas.
  • Cuando la institución local ha reiterado su «claro» mensaje de «tolerancia cero frente a este tipo de agresiones, ya sean de alta intensidad o de baja intensidad»:
  • Cuando el Ayuntamiento instala una caseta de información y atención contra las agresiones sexistas, en la que se reparte un díptico muy claro: “No es no, sí es sí”, en la que se ofrece atención a las víctimas y en la que solo durante las fiestas del pasado año se recibieron 5.000 consultas.
  • Cuando colectivos como Gora Iruñea, que agrupa a las Peñas, y grupos culturales se suman a las campañas de concienciación y respuesta ciudadana a las agresiones sexistas y llegan al extremo de realizar un estudio sobre las zonas peligrosas para las mujeres, y esto ocurre año tras año,
  • Cuando incluso un individuo ha sido detenido acusado de realizar tocamientos a una agente uniformada de Policía Municipal mientras esta se encontraba atendiendo un incidente…

…es que una fiesta que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia de un pueblo, ha perdido su auténtico signo de identidad, y para algunos —no sé si muchos o pocos— se ha convertido en un desmadre, en el que el alcohol y las drogas, son el fermento que hace que aflore un machismo desenfrenado y salvaje que considera que tiene vía libre sobre el cuerpo de la mujer.

Sería injusto generalizar y hacer responsables a los pamploneses de tan repugnantes conductas. Los sanfermines son víctimas y esclavos de su propia gloria. Y a degustar las mieles —o las hieles— de la fiesta o la tragedia, acuden personas de toda procedencia, índole y condición, en la creencia de que el chupinazo es el descorche que permite que emerjan cinco mil años de ¿civilización? que han considerado a la mujer como un ser un ser inferior y objeto de placer al servicio del macho.

El machismo es el lamentable resultado de una cultura ancestral que se antepone a la lógica y ante la tosquedad intelectual imperante, permite que haya gente que en vez de condenar al agresor, en el fondo y sin atreverse a confesarlo, sienta admiración por él, y algunos, incluso traten de emularlo.

Dudo mucho que en las circunstancias en que se producen estos repugnantes acontecimientos, la causa se deba a que los protagonistas que los perpetran se encuentren en celo como el macho cabrío en primavera.

Son los colegas, seres insuficientemente desarrollados, no conscientes de su profunda inmadurez, pero en el fondo inseguros e inestables, los que estimulados por la visión irreal que produce el consumo desmedido del alcohol, sienten la imperiosa necesidad de reafirmar su masculinidad ante la sociedad, y sobre todo, ante sí mismos, haciendo gala de una agresiva prepotencia sexista, por creer que es la mayor manifestación de energía masculina.

Tan dudosos están de sí mismos, que frente una indefensa víctima, se tienen que amparar en la mescolanza que proporciona el amasijo de la superioridad numérica de un grupo para cometer sus salvajes agresiones.

Socialmente se caracterizan por el hecho de transmitir una imagen con la que pretenden aparentar que son duros e insensibles, cuando en realidad son profundamente vulnerables. Erróneamente piensan que ofrecer una imagen moderada y comprensiva, demostrar sensibilidad y sentimientos, es una muestra de debilidad. Esos son los hombres que son incapaces de soportar como superior profesional a una mujer.

Se identifican a sí mismos como el hombre-dueño-jefe-padre, hecho que anula su verdadera identidad y la cambia por una aparente superioridad, masculinidad o machismo. El hecho de creerse superior, le impele a  ser violento para imponerse y mantenerse como elemento dominante.  El macho ancestral considera justificada la violencia para imponerse.

En suma, los machistas, en espíritu, son aun auténticos trogloditas peligrosos, fuera de su tiempo, que han encontrado en los sanfermines el escenario propicio para cometer actos tan deleznables y cobardes, como es  el hacer gala de sus más primitivos instintos.

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