¿Qué le sucedió al Partido Republicano?
¿Qué le sucedió al Partido Republicano –el Grand Old Party (GOP) de Abraham Lincoln y, hace apenas unas cuantas décadas, de Dwight (“Ike”) Eisenhower y Nelson Rockefeller-, que durante años “funcionó” como la necesaria contrapartida conservadora al “progresismo” del Partido Demócrata en el escenario político norteamericano, como para que pueda haber llegado a convertirse en el partido de Joe Mc.Carthy y Richard Nixon, de Barry Goldwater y Newt Gringrich, Sarah Palin y el “Tea Party”, hoy en día el de Donald Trump, Rudy Giuliani, Ben Carson, Ted Cruz y Paul Ryan?
Se puede elucubrar mucho acerca de lo sucedido y de lo que sucede hoy en el Partido Republicano norteamericano -más específicamente, en lo que concierne a la selección de su candidato a la elección presidencial de 2016, Donald Trump-, pero meterse a fondo y con el rigor necesario en estas cuestiones supone conocer bastante más de lo que yo conozco respecto a fenómenos tan complejos como son los procesos internos de una organización política en un país tan enorme y tan variado como USA; aún así, y sin embargo, creo posible aventurar varios tipos de razones.
I.- Razones económicas, sociales y demográficas que tienen que ver con profundos cambios científicos y tecnológicos ocurridos en la sociedad norteamericana a partir de los años ’50; de manera muy especial, muy directa e inmediata, y extremadamente importante, su impacto en la estructura productiva.
I.1.- El enorme aumento de los sectores educados, técnicos y científicos en el conjunto de la sociedad, con el consiguiente desplazamiento de sectores productivos hacia los ámbitos más “modernos” de la vida socio-económica; en especial, el incremento, en el conjunto de la actividad económica, de la importancia tanto cuantitativa (absoluta y relativa), como cualitativa y funcional de los sectores de la población productiva dedicada a sectores de servicios y comerciales, y de actividades industriales relacionadas con la informática y otros sectores de tecnología de “vanguardia”, con la consiguiente pérdida de importancia relativa de los obreros agrícolas y de sectores obreros industriales tradicionales.
I.2.- El incremento significativo de la inmigración de trabajadores no-europeos, en particular latinoamericanos y asiáticos, a menudo considerados como “competencia desleal” por parte de sectores obreros “blancos-caucásicos” tradicionales, en especial “WASP” (White Anglo-Saxon Protestants).
I.3.- La elevación de los niveles educativos de sectores étnicos hasta ayer preteridos y excluidos de los beneficios de la educación técnica y superior, tales como parte numéricamente importante de la población “afro-americana” y latina.
I.4.- Procesos demográficos relacionados con lo anterior, muy particularmente los cambios de distribución de la población productiva joven hacia “polos” -Seattle, New York, Miami, Atlanta, diversas ciudades en California y Massachusetts, etc.- caracterizados por su alto nivel tecnológico en la producción de bienes industriales, las finanzas, el comercio, los servicios, el turismo, etc., en detrimento de otras zonas urbanas -Philadelphia, Detroit, etc.- que sirvieron, ó aún sirven, de asiento principal a industrias que fueron las más importantes y las de mayor capacidad de empleo en un pasado reciente (extracción del carbón, siderúrgica, automóviles, etc.), así como de las zonas agrícolas.
II.- Por otra parte, procesos político-culturales y psicológico-sociales, también íntimamente vinculados con las razones anteriores: el protagonismo cultural y político de las “nuevas» capas de técnicos, profesionales y científicos, y de los “nuevos» sectores obreros industriales vinculados a los procesos técnico-productivos “modernos” a los que ya me he referido, de jóvenes y de las mujeres, y de los inmigrantes más recientes; sectores, todos ellos, que aportan y hasta imponen –aunque, por supuesto, en muy diversas formas y medidas- cambios de actitudes y de parámetros culturales tendientes hacia «nuevas formas de vida” consideradas, hasta ayer mismo, marginales y hasta aberrantes: disgregación de la familia “nuclear” y tradicional, concubinato, matrimonios “abiertos”, paternidad y maternidad no sancionadas por vínculos legales, el “feminismo”, el rechazo a la discriminación por motivos étnicos, religiosos y sexuales, la tolerancia y la aceptación de la homosexualidad, el consumo de drogas, etc.
III.- Por otra parte aún, y con no menor relevancia, los cambios económicos, políticos y militares ocirridos en el panorama internacional a partir de los años inmediatamente posteriores a la IIa. Guerra Mundial, cuando USA aparecía como la única verdadera “super-potencia” que podía imponer su “modo de vida” al mundo, a pesar de la «Guerra Fría”, y de la amenaza, la competencia y los desplantes de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.
III.1.- En el espacio de apenas unas pocas décadas, se ha pasado del mundo “bi-polar” de la época de la “Guerra Fría” al mundo “multi-polar” surgido con la caída del Muro de Berlín y la caída del régimen comunista de “socialismo real” que imperaba de la Unión Soviética, y la disgregación de su zona de influencia en Europa oriental y central; el resurgimiento económico y político de los países de Europa occidental, ya recuperados de los efectos de la Guerra Mundial, agrupados luego en la Comunidad Europea -hoy puesta en cuestión por el “Brexit” y fenómenos similares en otros países, pero que continúa siendo un importantísimo polo industrial, comercial, cultural y político-.
Por otra parte, el panorama de Asia –y, con ello, de todo el mundo- ha sido radicalmente transformado por la recuperación vertiginosa del Japón después de la Guerra, que lo llevó a ser la segunda potencia económica, mundial, lugar que hoy ocupa la China “moderna” posterior a las reformas iniciadas por Den Xiao-ping, en la que resulta casi imposible reconocer a la de la época de Mao; así mismo, el crecimiento y desarrollo económico de la India; para no olvidar los casos – ciertamente en otra escala, pero igualmente impresionantes- de Corea del Sur, Singapur y Viet-Nam.
Y aún considerando meramente al voleo, como aquí lo he hecho, algunas de las características de este panorama “multi-polar”, no es posible terminar de hacerlo sin señalar la consolidación de otros países en tanto que verdaderas potencias económicas mundiales: por una parte, los países petroleros del Medio Oriente, en primer lugar Arabia Saudita e Irán, pero también los otros países del Golfo Pérsico; y, en América Latina, Brasil y México.
III.2.- Estos son, por supuesto, asuntos demasiado conocidos como para que venga al caso detenerse en su consideración; lo que más interesa, a mi parecer, respecto al tema que estamos considerando –los procesos políticos actualmente en curso en los Estados Unidos, en particular en el seno del Partido Republicano-, es cómo inciden sobre éstos los cambios y transformaciones en los terrenos financiero, energético y ambiental directamente relacionados con el proceso histórico mundial conocido como la “globalización” económica y política.
Entre otros aspectos no menos importantes, que aquí tampoco es el caso enumerar, hay que referirse específicamente a las consecuencias que dichos cambios han tenido en la producción de bienes industriales, y en las condiciones y los términos en que se realiza la competencia comercial por la conquista de los mercados mundiales, directamente afectada por el hecho de que las economías de los “países emergentes” –particularmente, las asiáticas: China, Corea del Sur, la India, y hasta Viet-Nam- se ven favorecida por los bajos niveles de sueldos y salarios que allí imperan, frente a los que son propios de las economías más desarrolladas de los Estados Unidos, Japón y los países europeos, con la consiguiente pérdida de empleos industriales en estos últimos países.
IV.- Por razones como ésas, tan evidentes como comprensibles, en algunos de los países más “desarrollados” y “modernos”, como los Estados Unidos, ha surgido un fenómeno nuevo –ó, tal vez, no nuevo, sino tan sólo adormecido y latente, pero hoy despertado y resurgido- de consecuencias impredecibles.
IV.1.- Buena parte de los sectores sociales menos privilegiados, menos protegidos y más vulnerables –pero que, sin embargo, siguen siendo importantes tanto desde el punto de vista demográfico-cuantitativo, como por su participación en la vida económica, social, política y cultural de la nación– se sienten excluidos de los beneficios de los procesos en curso, tan vastos y profundos como vertiginosos; más aún, sus ignoradas y menospreciadas víctimas; y por ello los perciben (y los sufren) como la causa directa del deterioro real del alto nivel de vida y de los beneficios sociales de todo tipo por los que habían luchado durante toda su vida, y que hasta ahora consideraban como conquistas históricas que creían consolidadas.
Más en general, los perciben como graves amenazas al conjunto de sus aspiraciones tanto materiales como espirituales, y a toda su “forma de vida” – the american way of life-, con todas las convicciones básicas (políticas, culturales) que conforman y articulan su auto-conciencia en tanto que individuos y ciudadanos norteamericanos, y su auto-conciencia nacional, a sus tradiciones más arraigadas y respetadas, sus hábitos y costumbres más queridos e inveterados, y hasta sus creencias religiosas.
IV.2.- No es de extrañar entonces que esos sectores hayan llegado a decepcionarse de los avances y logros alcanzados en sus respectivos países, y que experimenten profunda decepción y desapego frente a los regímenes políticos que en ellos rigen. Ello se traduce en una profunda desconfianza frente a los “mecanismos”, las estructuras institucionales y los supuestos intelectuales, culturales y políticos que conforman y articulan la estructura básica y el funcionamiento de las democracias “modernas”. Están, en consecuencia, abiertos a las prédicas demagógicas y populistas de todo tipo, tanto de “izquierdas” como de “derechas” (aunque muchas veces se hace difícil distinguir entre ellas).
Se traduce también en la defensa acrítica e intransigente –llegando hasta el punto, en muchos casos, del fanatismo– de esa supuesta “forma de vida” tradicional -el american way of life-, entendida y presentada en dulzonas pero falsas imágenes costumbristas de un good old time cuando “America” era “great”, dignas de las viejas portadas de Norman Rockwell para el Saturday Evening Post ó de alguna almibarada película de Walt Disney; sólo que esas imágenes, antes que corresponder a la verdad histórica, conforman una ficción auto-complaciente que ha llegado a convertirse en un mito deformante que alimenta pulsiones ultra-nacionalistas y patrioteras, y que contribuye a esconder realidades mucho más oscuras de la historia y de la realidad actual de la sociedad norteamericana, suficientemente conocidas y todavía demasiado recientes y como para que aquí sea necesario recordarlas.
- 3.- Muy variados elementos, de la más pura cepa retrógrada y reaccionaria, conforman ese mito; me limitaré a recordar los, a mi juicio, más dañinos y peligrosos:
– ) la noción del “excepcionalismo histórico” norteamericano, y, en consecuencia, el nacionalismo a ultranza que se desborda en patrioterismo, chauvinismo y xenofobia;
– ) la defensa de un individualismo extremo frente a lo que es visto como la amenaza insidiosa y omni-presente del Welfare State y del “Big Government” desde las épocas del New Deal de F.D. Roosevelt, el keynesianismo y la Great Society de Lyndon B. Johnson;
– ) la permanencia y persistencia hegemónica de “valores” sociales y culturales tales como la familia “tradicional”; así como de otros, altamente discutibles, tales como el machismo, la misoginia y la homofobia;
– ) la intolerancia religiosa basada en la fe cristiana -sobre todo en su versión protestante y evangélica-, a menudo llevada hasta extremos fundamentalistas (creacionismo bíblico, negación de las evidencias empíricas de la teoría científica de la evolución natural, etc.);
– ) y, last but not least, el resurgimiento del racismo – ó, para ser más precisos, tal vez sea mejor decir el re-despertar de un racismo, también inveterado, que no estaba muerto, sino tan sólo adormecido.
V.- Hechas estas consideraciones generales, intentemos ahora examinar, así sea de manera rápida y no exhaustiva, y seguramente insuficiente, algunos de los aspectos de lo sucedido en el seno del Partido Republicano.
V.1.- Los miembros de la élite política que conforman las estructuras dirigentes del Partido Republicano -las autoridades nacionales del Partido y los líderes electos al Congreso- se han mostrado incapaces de entender la naturaleza y la magnitud de esos cambios sociales; en consecuencia, y por supuesto, también son incapaces de darles respuestas adecuadas. De allí surge, como “mecanismo” de compensación frente a tal incapacidad, la necesidad de refugiarse –también ellos, en completa sintonía con los más amplios sectores populares a los que me he referido- en la reivindicación de las tradiciones, de la supuesta “identidad nacional” y de la supuesta “condición excepcional norteamericana”, que se expresa en una visión general y en proposiciones programáticas que han dejado de ser “conservadoras”, para convertirse en abiertamente retrógradas y reaccionarias: make America great again…
Al insertarse acríticamente en las percepciones y convicciones de quienes consideran como la audiencia natural del Partido Republicano, y que perciben como las verdaderas y genuinas “masas populares”, los “americanos reales”- the good old folks de su mitología cultural y política-, tales actitudes y proposiciones programáticas, lejos de generar, propiciar y adelantar mejoras y progresos en ese abigarrado conjunto intelectual, ha venido a profundizar su resentimiento y sus prejuicios, contribuyendo así a consolidar un “polo” político que se aleja y diferencia del conservadurismo tradicional, y que en mucho se asemeja –mutatis mutandi, por supuesto- a movimientos de carácter abiertamente retrógrado y reaccionario existentes en otros países.
Pero esto significa congelarse en la permanencia de un Partido que no entiende los cambios económicos, sociales, demográficos, culturales y políticos ocurridos en la sociedad norteamericana, y que, por lo tanto, es incapaz de darle repuestas apropiadas; que deja de funcionar como la necesaria contrapartida conservadora y de “derechas” frente al “progresismo” del Partido Demócrata; que nada ofrece a la población negra, a los latinos y otras minorías étnicas, y muy poco a los jóvenes profesionales, a los científicos y los técnicos, de quienes tanto dependen el presente y el futuro de las sociedades desarrolladas; que intenta, en buena medida, mantener a las mujeres “en su puesto”, ó, al menos, un escalón por debajo de sus contrapartes masculinos…
V.2.- Aquí cabe un señalamiento que me parece importante.
Son muchos –demasiados- los analistas políticos que abordan este problema limitándose a enumerar las condiciones históricas, sociales, culturales y políticas en las cuales ha nacido y se ha desarrollado ese proceso, como si ello bastara para “explicarlo”; tal supuesta “explicación” –que, en muchos casos, demasiado se asemeja a un no velado intento de justificación- ignora u olvida, ó, peor aún, pretende encubrir un aspecto principalísimo de la cuestión.
Es obvio que en todas partes y épocas, los fenómenos políticos, por provechosos ó dañinos como sus actos puedan resultar para el conjunto de la sociedad, nunca han sido la única causa de lo “bueno” ó de lo “malo”; sino que ellos mismos también son, en buena medida, consecuencia de lo que sucedió históricamente en el pasado, tanto el inmediato como el remoto, en los terrenos social, político y cultural. Pero resulta inaceptable reducir asuntos tan complejos a razonamientos simplistas -por lo general basados en supuestos fatalismos históricos, ó, peor aún, en la presunta “determinación” de los fenómenos político-culturales a partir de la “base” socio-económica, como lo postula el paradigma marxista-, que resultan siempre insuficientes y a menudo equivocados.
Y no es menos cierto y evidente -hasta el punto de que decirlo es como descubrir al agua tibia- que las características y condiciones políticas y culturales predominantes en una sociedad determinada pueden ayudar a explicar y comprender las motivaciones y las acciones de los individuos y/ó grupos de individuos, pero nunca podrán bastar para “justificarlas”. Es inadmisible presentar, y mucho menos aceptar como válida una simple respuesta por inercia –que no es más que una expresión de cobardía intelectual y moral– frente a problemas históricos como los hasta aquí considerados. Y nada exime del imperativo ético y político de preguntarse acerca de las razones, las acciones, y las responsabilidades de los actores individuales; no son asuntos excluyentes, sino que, por contrario, se influyen mutuamente.
Los actores políticos, sean individuos ó grupos organizados, están siempre en la capacidad de actuar siguiendo su propia conciencia y sus propias convicciones -lo que algún teólogo llamaría su libre albedrío-, sin que para ello importe ni sea un obstáculo insalvable las condiciones en las que se encuentren, por más terribles que éstas puedan ser, de tal manera que puedan contribuir a poner límites a lo “malo”, buscar soluciones viables a los problemas sociales, y hasta de superarlos; ó que actúen, por el contrario, acentuando y agravando con sus propias acciones y proposiciones los aspectos más nocivos de la situación, profundizando así lo que ya de por sí era “malo”, y, con ello, poniendo en marcha un verdadero círculo vicioso.
Si todo esto es verdad, entonces es preciso considerar también, con todo rigor, aunque de manera acuciosa y desprejuiciada, los procesos específicamente políticos que se han producido en el Partido Republicano; antes que nada, y por sobre cualquier otra cosa, las responsabilidades individuales y colectivas de los dirigentes del GOP que durante años han venido creando, alimentando y conformando la atmósfera mefítica que hoy se respira en ese partido. Son muchos los que hoy pretenden “horrorizarse” ante las ideas, los actos y los pronunciamientos de Trump, y que hacen todo lo posible, desesperadamente, por aparecer alejados de él y de sus “excesos”; pero, digan lo que digan, por más que a última hora se declaren sus adversarios y hasta enemigos, la verdad es que con sus propias acciones –insisto: durante años– le han preparado el terreno y allanado el camino. Podría respondérseles con el viejo adagio: de esos polvos vinieron estos lodos; ó, más en criollo, tarde piaste, pajarito…
VI.- El caso de Donald Trump, hasta hace poco tiempo un outsider, merece, por su naturaleza, por su importancia y su gravedad, consideración aparte.
Para quien haya seguido con alguna atención el desarrollo de la actual campaña política por la Presidencia de los estados Unidos –y, no menos importante, por la renovación de buena parte de los escaños del Congreso, tanto del Senado como de la Cámara de Representantes-, y que haya visto, oído, leído o tan siquiera hojeado la abrumadora cantidad de información proporcionada por los más importantes medios de comunicación mundiales, han sido, digo, hasta demasiado evidentes, hasta el punto de producir verdaderas náuseas, las ideas, los “valores” y los convencimientos que articulan la estructural intelectual, moral y política del candidato republicano, y que dirigen sus pronunciamientos y sus acciones.
VI.1.- Entre sus muchos defectos y sus innumerables carencias intelectuales, una sobresale: éste es un hombre que nunca ha comprendido –no ha sido capaz de comprender– la especificidad del hecho político: ni del pensamiento político ni de la praxis política. Al primero, según toda evidencia, lo ignora por completo; a la segunda la identifica, sin mayor reflexión ni entendimiento, con lo que sucede en el ámbito privado y en el de los negocios, ó con la simple ambición y búsqueda de poder personal; ó la caricaturiza y la denigra como un conjunto de prácticas corruptas y de sucias componendas – por parte de “otros”, por supuesto.
En efecto, según su peculiar concepción -que en esto mucho se asemeja a la de Silvio Berlusconi-, si un hombre es “audaz”, “sagaz”, “astuto” (smart), “fuerte” y “viril”, si tiene “éxito” en su vida personal –definido este “éxito” como lo que motiva a la más variada gama de sicópatas y sociópatas, esto es, según el más rasero criterio de dominación en el terreno inter-personal, emocional, amistoso, sexual-, y si tiene “éxito” (“successful, not a looser”) en los negocios y en el mundo empresarial, pues entonces de allí se deduce, como inferencia y conclusión necesarias, que tendrá éxito en la política y en la conducción de los asuntos del Estado y de la sociedad.
¿Será necesario insistir sobre la banalidad de tal razonamiento, que confunde torpemente las esferas de lo público y lo privado, ignorando las diferencias entre ambos campos, y acerca de cuyas limitaciones y falsedad tanto se ha dicho y escrito, al menos, desde los tiempos de la República de Platón y la Política de Aristóteles? Para no olvidar a Santo Tomás, a Maquiavelo, a Spinoza, a Kant, a Locke y Montesquieu, y a tantos otros…
No, es de suponer que este tipo de argumentos en nada interesa a un hombre “pragmático” y “triunfador” como Trump, la verdadera y más completa encarnación del “sueño Americano”; pero, si a ver vamos, entonces cabe recordarle, al menos, que se hace bastante difícil y forzado calificar como “exitoso” a un empresario que ha declarado quiebra repetidas veces, que reconoce haber tenido pérdidas de $ 916 millones en un solo año, y que estima como signo y prueba de su inteligencia –“…that means I am smart…”- el habérselas ingeniado para no pagar impuestos durante más de 18 años, refugiándose, como el post-adolescente mimado, malcriado y petulante que nunca ha dejado de ser, en la “justificación” de que “otros también hacen lo mismo”, al mismo tiempo que critica acerbamente a quienes, según él, se benefician de formar parte de la élite económica de la que denigra, aún si continuamente se esfuerza y hace todo lo que puede por demostrar que forma parte de ella…
VI.2.- Veamos ahora, con algo de mayor detenimiento, algunas de sus ideas y convicciones, y los “valores” intelectuales y éticos que fundamentan su pensamiento político; y que, más específicamente, han definido y articulado sus acciones y pronunciamientos a todo lo largo de esta larga campaña presidencial del año 2.016:
-) la repetición ad nauseam de los más manidos lugares comunes de carácter supuestamente “liberal”, y de ataques no debidamente sustanciados a las insuficiencias los defectos y las fallas e insuficiencias del Welfare State a la norteamericana; fallas e insuficiencias en muchos casos reales y hasta graves, pero por él magnificadas, mediante la negación sistemática y maniquea de todos los avances conseguidos en todos los campos (económico, social, político y cultural), hasta el punto delirante de una visión apocalíptica: “…nuestro país está destruido…”, “…la infraestructura –carreteras, puentes, aeropuertos- de nuestro país está destruida por completo…”, “…hemos llegado a ser un país del Tercer Mundo…”, etc., etc., etc.;
– ) la visión paranoica de una conspiración urdida por las élites -el equivalente de la “casta” demonizada por otros populistas en otras latitudes-, y la denuncia de supuestas acciones criminales y subrepticias llevadas a cabo por (dicho sea en buen criollo) manos pelúas criminales, tanto nacionales como internacionales, que comprenden, entre otras, las de Paul Ryan y el resto de los dirigentes republicanos que lo han “abandonado”, las de los Directores del FBI y de la Federal Reserve, las de los editores de los diarios de mayor circulación nacional, y, por supuesto, las de Barack Obama y Hillary Clinton:
“…those who control the levers of power in Washington, and for the global special interests, they partner with these people that don’t have your good in mind… (…) Our campaign represents a true existential threat like they haven’t seen before. (…) This election will determine whether we are a free nation, or whether we have only the illusion of democracy, but are in fact controlled by a small handful of global special interests rigging the system,… (…) Our system is rigged. This is reality.”
“Hillary Clinton meets in secret with international banks to plot the destruction of U.S. sovereignty in order to enrich these global financial powers, her special interest friends and her donors.”
“They’re criminals… This is well documented. And the establishment that protects them is engaged in a massive cover-up of widespread criminal activity at the State Department and the Clinton Foundation in order to keep the Clintons in power.”
“Anyone who challenges their control is deemed a sexist, a racist, a xenophobe and morally deformed,” he said of the “elites.” “They will attack you. They will slander you. They will seek to destroy your career and family. They will seek to destroy everything about you including your reputation.”
“This is a conspiracy against you, the American people, and we can’t let this happen or continue.”
(Trump, hablando en un mitin en Florida; reportado y citado por Zeke J. Miller en Time Magazine, Jueves 13/10/2016).
– ) la ausencia de verdaderas propuestas programáticas viables y eficaces frente a los más graves problemas que hoy confrontan la sociedad y la democracia norteamericanas, más allá de la mera repetición, también ad nauseam, de tópicos populistas demagógicos y de proposiciones elementales, equivocadas y engañosas;
-) la agitación sistemática y deliberada de prejuicios nacionalistas, apelando a los más bajos instintos patrioteros, y la xenofobia virulenta dirigida hacia los inmigrantes latinoamericanos, en especial de origen mexicano, y hacia todos los ciudadanos e inmigrantes de religión musulmana;
-) el racismo no disimulado que se esconde tras los ataques a Barak Obama -particularmente, la grotesca campaña acerca de su lugar de nacimiento- y la negación sistemática de todos los logros alcanzados durante su presidencia, entre otros haber superado la “Gran Depresión” de los últimos años de G.W. Bush;
-) las patentes falsedades proferidas en cuanto a la situación de la población “afro-americana”, que, según ha dicho sin ni siquiera sonrojarse ni se le caiga la cara de vergüenza, “nunca ha estado tan mal”, olvidando convenientemente los muy duros y largos años (hasta siglos) de discriminación racial y los linchamientos, afortunadamente ya pasados, previos a las luchas de Martin Luther King y otros líderes negros, la marcha sobre Washington, y las reformas de J.F. Kennedy y L.B. Johnson; e ignorando ó tratando de esconder los logros y avances que explican el apoyo apasionado (aunque, para él, incomprensible) de la población negra norteamericana a la gestión de Obama;
-) su propio apoyo, abierto e incondicional, a la National Rifle Association, y su negativa –ó, al menos, renuencia- a implementar medidas efectivas e inmediatas que pongan límites a la tenencia de armas de guerra en manos de los ciudadanos, como una de las necesarias respuestas a la peligrosa ola de violencia que se ha desatado recientemente en los Estados Unidos;
-) su profesión de aislacionismo internacional, hasta el punto de predicar como posible y deseable el retiro de USA de la OTAN;
-) su completa ignorancia de los más importantes asuntos y problemas del escenario internacional: el manejo de la cuestión energética, del enorme poderío militar norteamericano y de los armamentos nucleares;
-) su también monumental ignorancia acerca de los muy complejos aspectos -económicos y sociales, étnicos, religiosos, históricos, políticos, militares- que definen y caracterizan a la altamente conflictiva situación en el Medio Oriente, y su total irresponsabilidad política al presentar como paradigma de supuestas “soluciones” el mero y simple rasero del uso de la fuerza militar, y su propia (no menos supuesta) “capacidad de negociar”;
-) su revelador coqueteo con “hombres fuertes”, en primer lugar Vladimir Putin, cuyos propósitos neo-imperialistas en Europa oriental, y cuya intervención militar en Ucrania del Este, en Crimea y, sobre todo, en la criminal guerra civil en Siria en defensa de su aliado, el sanguinario déspota Bashar al-Asad, ha tratado de minimizar;
-) y, por último, sus no menos evidentes simpatías por fenómenos populistas y ultra-nacionalistas europeos tipo “Brexit”…
Baste con esto, por el momento.
Ahora, en cuanto a “cualidades” de carácter más personal, que lo incapacitan para manejar adecuadamente el cargo más poderoso del planeta Tierra: su megalomanía, su autoritarismo, su inestabilidad emocional y su falta de control temperamental; su intolerancia frente a sus adversarios políticos -están todavía frescos los ataques y comentarios denigratorios a sus contrincantes (Rubio, Cruz, Bush) durante la pre-campaña republicana, más fresca aún la amenaza a Hillary Clinton proferida durante el segundo debate presidencial televisado; su aparentemente inacabable capacidad para la mentira, que raya en la mitomanía. Y, más repugnante aún que todo lo anterior, si es que cabe, su machismo misógino y vulgar, propio de un matón de barrio ó de un portero de burdel…
VII.- El atraso, el fanatismo y la irresponsabilidad política de Donald Trump y sus aliados, por renuentes que hayan sido ó que todavía hoy sean, y de sus seguidores, ha abierto una verdadera caja de Pandora, despertando a una especie de monstruo de Frankenstein que ya existía, pero disperso y desorganizado, proporcionándole conciencia de sí mismo y de su propio poder, metas y referencias políticas claramente articuladas, y estructuras organizativas.
En el caso de que un personaje como Trump llegare a ganar la presidencia norteamericana –cosa ésta que hoy, afortunadamente, luce poco plausible-, ello significaría graves amenazas y peligros inminentes no sólo para el “ambiente” político norteamericano, sino también, literalmente, para todo el mundo. Y no sólo es así en lo que respecta a las consecuencias potenciales, sino que las muy reales y actuales, por su mera existencia, ya lo están siendo.
VIII.- En todo caso, ya pareciera ser así para el Partido Republicano. No parece demasiado aventurado afirmar que ese partido ya ha dejado de existir en su forma anterior, y que ha sido sustituido por uno nuevo cuyas características actuales horrorizan y cuyo futuro no es posible predecir.
Permítaseme insistir en lo ya dicho: la prédica política de Trump ha venido a profundizar peligrosamente los resentimientos y prejuicios de parte importante de la sociedad norteamericana –muy específicamente, de la base de apoyo del Partido Republicano y de sus votantes-, contribuyendo así a consolidar un “polo” político que se aleja y diferencia radicalmente del conservadurismo tradicional que hasta ahora había sido el espacio propio de los republicanos, y que en, en su intolerancia y xenofobia, mucho se asemeja –mutatis mutandi, por supuesto- a los movimientos nativistas y ultra-nacionalistas de otros países: en Inglaterra, el UKIP de Nigel Farrell, sin olvidar al patético bufón Boris Johnson; en Italia, Silvio Berlusconi, Forza Italia y la Liga Norte, y el otro, no menos patético bufón Beppe Grillo y su Movimiento “5 Stelle”; en Francia, Marine Le Pen y sus seguidores…
Y por lo que se puede avizorar desde lejos, hasta este momento no aparece en el panorama político de los una fuerza organizada que “funcione” como lo que fue el Partido Republicano durante décadas, al menos desde la época de la oposición al “New Deal” de F.D. Roosevelt: la necesaria contrapartida conservadora y de “derechas” frente al “progresismo” del Partido Demócrata, en tanto que, a diferencia de tales movimientos de carácter abiertamente retrógrado y reaccionario, es y debe seguir siendo una componente legítima y necesaria del debate político democrático.
Tampoco parece exagerado afirmar que en el Partido Republicano que hoy existe difícilmente caben personajes de cuyas ideas y convicciones se puede disentir –como, en efecto, disiente quien escribe estas líneas-, pero sin por ello desconocer que forman de esa necesaria y legítima corriente de opinión. Son ya más de 160 los prominentes miembros del Partido Republicano -incluyendo a los dos ex-Presidentes Bush (G.H.W y G.W.) y a “Jeb” Bush, ex-Gobernador de Florida, hijo del primero y hermano del segundo; Condoleezza Rice, ex-Secretaria de Estado; dos ex-candidatos presidenciales, el Senador John McCain y el ex-Gobernador Mitt Romney; y John Kasich, Gobernador de Ohio- que han rechazado como “inaceptables” las ideas políticas y las actitudes de Trump, especialmente su falta de pago de los impuestos y su grosero trato a las mujeres, por lo que han declarado formalmente su decisión de no votar por el candidato de su propio partido. Mario Rubio, Ted Cruz y Paul Ryan han sido, como era de esperar en ellos, mucho más oportunistas y timoratos, limitándose a señalar sus “desacuerdos” con él. Otros, en cambio, han llegado hasta a llamar a votar por su adversaria demócrata, Hillary Clinton.
Siempre será posible, por supuesto, cuestionar hasta qué punto esas posiciones son honestas y reflejan un rechazo verdadero, desde el punto de vista ético y político, a las actitudes condenables de Trump, ó si son meras tomas de posiciones oportunistas por parte de politiqueros hipócritas que intentan desesperadamente verse “contaminados” por las posiciones extremas del candidato; en todo caso, y sea como fuere, éste es, ya, a todos los efectos, un partido escindido en dos ó tres alas difícilmente conciliables: el establishment partidista tradicionalmente conservador, los “ideólogos liberales” como Paul Ryan, y los partidarios de Trump.
¿Puede sorprender entonces, como preguntaba arriba retóricamente, que el Grand Old Party de Abraham Lincoln y, hace apenas unas cuantas décadas, de Eisenhower y Nelson Rockefeller, haya llegado a ser el de Joe Mc Carthy y Richard Nixon, de Barry Goldwater y Newt Gringrich, de Sarah Palin y el “Tea Party”, y, hoy en día, el de Ben Carson, Marco Rubio, Ted Cruz, Paul Ryan, “Chris” Christie, Rudy Giuliani y Donald Trump?
Cabe preguntarse: ¿qué futuro espera a un partido como ése?