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Puerto Rico se levanta

San Juan. Hay veces en que lo mejor de un país sale en los momentos más difíciles. Y no dudo en llamar a Puerto Rico un país -con su propia historia, cultura y lenguaje a pesar de ser una colonia de Estados Unidos- y en reconocer que está viviendo uno de los momentos más angustiantes y definitorios de su historia moderna. Pero unos días aquí me convencieron que esta isla va a salir adelante y que, aunque hoy parezca imposible, las cosas podrían estar mejor que antes del huracán María.

El 70 por ciento de la isla aún no tiene energía eléctrica. Durante tres días no encontré un solo semáforo que funcionara. Las noches son profundamente negras y el ronroneo de los generadores se pelea con el canto de los coquíes. Pero algo pasa cuando no hay luz, internet ni señal de celular. Por principio, la gente habla más entre sí.

El bar El Local se transformó, de pronto, en un centro comunitario. Millennials y jóvenes con los tatuajes más coloridos que he visto se cocinan ahí desayuno, comida y cena desde hace casi seis semanas. Cada quien trae lo poco que tiene y lo comparte con los demás. En medio del caos y las carencias, este grupo ha encontrado una especie de felicidad.

Lo mismo vi en lo que era un club de playa y que se ha transformado en la cocina central de un inusual movimiento social y gastronómico. El chef José Andrés juntó a unos 60 chefs de toda la isla y, a través de su fundación World Central Kitchen, han preparado y distribuido más de dos millones de comidas para los más necesitados.

El día que visité la cocina vi un mar de miles de panes con jamón (y mucha mayonesa) y a decenas de voluntarios haciendo sandwiches. “Hazlos como si fueran para ti”, es su mantra. A un lado, uno de los cocineros condimentaba una gigantesca olla con pollo antes de mezclarla con arroz amarillo. Una hora después, subido en un food truck, me tocó ver cómo esa comida se repartía a niños y mujeres de Loíza, una de las comunidades más golpeadas por los huracanes. Solo ese día repartieron 148 mil comidas que llegaron a los lugares más apartados de la isla. Es imposible perder la esperanza cuando eres testigo de algo así.

Mi impresión es que en Puerto Rico nadie descansa. Me reuní con los dos líderes principales de la isla, el gobernador, Ricardo Roselló, y la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz. Tienen estilos muy diferentes y no me atrevo a criticarlos porque pocas veces en mi vida he visto a dos políticos trabajar más duro.

Roselló es un joven académico de 38 años de edad. Este es su primer puesto político. Y le ha tocado maniobrar con el peor desastre natural en la historia moderna de la isla, con un prepotente presidente Trump que se aplaude solito por una ayuda tardía y deficiente, y con una deuda impagable de 70 mil millones de dólares. Yulín es una guerrera que desde el paso del huracán María duerme en un colchón en una esquinita del principal centro de acopio de víveres y medicinas en San Juan. Sus críticas a Trump han sido fulminantes y se ha convertido en la voz rebelde de los puertorriqueños.

Pero tanto Roselló como Yulín se quejan del trato desigual que reciben los puertorriqueños de Estados Unidos. Y tienen razón. Trump nunca lanzó rollos de papel toalla a las víctimas de los huracanes en Texas y la Florida pero, en cambio, si lo hizo en Puerto Rico. Los puertorriqueños tienen una representante en el congreso en Washington pero no puede votar en ninguna propuesta de ley, aunque tenga que ver con la isla. Y si un puertorriqueño está en la isla durante una elección presidencial en Estados Unidos, tampoco tiene derecho a voto.

El huracán María ha demostrado que el tener un pasaporte azul de Estados Unidos no es ninguna garantía de que serás tratado igual que el resto de los ciudadanos estadounidenses. Dudo que el maltrato y la falta de respeto de Trump hacia los puertorriqueños tras el huracán vaya a alentar el movimiento independentista. Para un latinoamericano, lo admito, es difícil de entender porque el pájaro no vuela cuando la jaula está abierta. Pero este desastre natural ha dejado muy claro que el futuro de la isla depende de los puertorriqueños y de nadie más.
Puerto Rico se dio cuenta que pudo solo y se levanta. La solidaridad es el premio.

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