Progreso con ciudadanía: Un sentido político en común
Me consigno entre los muchos venezolanos que aquí y por doquier debaten y se debaten a trompicones por un futuro promisorio de progreso y crecimiento de ciudadanía civil y democrática para nuestro país, lejos de perspectivas y aventuras mágicas. El tema, por distintas razones, ya no es solo nacional sino preocupación mundial.
Distante de nosotros la visión de descubridores, Colones con complejo de Adán, para creer que todo comienza desde cero o su antípoda que vendría a repetirse en aquella frase según la cual unos supuestos iluminados y además predestinados, ombligos del mundo, después de ellos solo quedará el abismo, el diluvio. El chavismo-madurismo-militarismo-caudillismo tampoco desaparecerá de nuestros horizontes como por arte de magia. Lo bueno recorrido en nuestra historia patria ha quedado también como piedra de tranca a la ignominia actuante.
Valga la pena anotar aparte, para poner las expectativas en contexto, que nuestro país se ha convertido en multitud creciente de tribus inconexas, hoy casi que ni prójimo, que guardan en común la progresiva agresividad y la descomposición de vínculos, geografías y lenguaje antes comunes que nos emparentaban.
Ese debate y combate que no es nuevo debería habernos otorgado una narrativa, ganar una experiencia de éxitos y fracasos a ser usada para explicarnos, un entramado lógico y fuerte vínculo de razones digo, a ese territorio inconexo donde pasta hoy dispersa la oposición, las peripecias y texturas del actual estado de deterioro, desánimo y desencuentros propios de nuestra responsabilidad, alentado y pagado además con recursos del estado y tejido con voces y silencios plurales todos con moneda extranjera, nunca en petros.
Frente a ello, para los que no lo saben o insisten en su descreimiento por razones aviesas o inocentes, diagnósticos y análisis de la situación actual por poco sobran y en la materia que usted exija ya hay quienes han pensado y elaborado importantes y actualizados informes con el concurso de casi todos los especialistas posibles. Ante tal desconcierto, falta de síntesis, tierra de nadie, lleno vacío, casi que cada quien posee su proyecto personal aproximadamente propio sobre el destino del país. El mismísimo suyo.
A pesar de tener casi todas las variables de cambios posibles a nuestro favor, la realidad ha sido terca e implacable a falta de dirección política unida y al manejo adecuado y efectivo por parte del gobierno de las debilidades del enemigo, la oposición.
A pesar de sus crisis en todos los terrenos ese mismo gobierno ha tenido a su favor elementos de fuerza propios, no solo armas, y debilidades extremas de los opositores. A ello se suma la existencia de una sociedad primitivizada, pulverizada, acogotada, agobiada por las penurias de lo básico e inaplazable, sin rumbo fijo, doblegada por beneficios y regalías de un populismo militarizado. El miedo y el hambre como recursos indómitos del poder destructivo de una mafia.
Hay en esta Venezuela un estado de frustración generalizado con las reacciones típicas que se producen en dicha situación. El que domina y administra esa epidemia, el amo, es el gobierno y eso tiene a la nación, el esclavo, en un estado de zozobra permanente, agonía administrada. Todas las actividades dependen del Estado que es monopólico y gerente del hambre que pasamos, de la sed que sufrimos, de tantísimas cosas que no tienen perdón, inolvidables.
Pero a pesar de éste presente despótico, excesivo y destructor, imaginemos, entendamos y planifiquemos el futuro. No hagamos de la llamada transición política un castillo vacío que administran y alquilan a su gusto y tarifa fantasmas o ángeles alumbrados. Hotel de cinco estrellas.
La transición política es un proceso y un método de realizaciones y tanteos donde nada está escrito definitivamente, que requiere de decisiones todo lo humanamente sabias posibles. Humanamente erróneas también. Pongámosle actores y nombres a esa transición. Ensayemos. Salas situacionales para la transición política en Venezuela. Escenarios, variables, foros. Planifiquemos desde ya la transición. Visualicémosla. Hagámosla nuestra internalizándola. Democraticemos la transitoriedad.
¿Quiénes? Pongámosle también dónde, ¿en La Habana?, cómo, cuándo, con qué aliados, ¿los propios chavistas o maduristas o militares en ejercicio?, actores nacionales, internacionales, ¿los chinos, los rusos?; con cuánto apoyo popular, militar, económico, ético, comunicacional.
Preparémonos para esa transición, transacción, con base y sustento en dos pilares discursivos de sentido común donde cabe todo lo demás, continentes donde pueden calzar todos los contenidos: construcción de progreso y elaboración de ciudadanía.
En esas dos ideas, tanto éticas como políticamente operativas, a las que me guía el sentido común, se levanta todo lo demás: Un gobierno transitorio para la transición con un plan mínimo común, plazos incluidos; una transición todo lo democrática y guiada por civiles que las condiciones permitan: sin olvido pero con la justicia que se niega a la venganza porque sí; todo a favor de todos comenzando por los que menos pueden, más temen y más necesitan, sin olvidar a los demás que somos también tantos y a los que nos han violado por igual los derechos humanos y las posibilidades de vida en paz y prospera.
El consenso político necesario para la transición debe o puede basarse en esos dos principios. Quién lo niega. Vendrán de nuevo las preguntas: quiénes, cómo, cuándo, dónde, cómo se come eso y todas las demás interrogantes tejidas alrededor de cómo crear riqueza socialmente productiva y paralelamente cómo construir ciudadanía.
Contamos con recursos de toda índole, nacionales e internacionales, falta aún la dirección política interna que de sentido a las energías gigantescas pero aún dispersas que hoy reverberan en el país que desea salir de este desastre.