Primero la sentencia, después el veredicto
Al conocer la sentencia de la juez Susana Barreiros, condenando a Leopoldo López a más de trece años, me viene a la mente el juicio de Alicia en el Libro de Lewis Carroll. A continuación se copian las página de dicho libro correspondientes a dicho juicio.
“—¡Aquí estoy! —gritó Alicia, casi olvidando, en la precipitación del momento, todo lo que había crecido en los últimos minutos.
Saltó con tal prisa que tropezó con el palco del jurado, que se enredó en la orilla de su falda, viniéndose al suelo y lanzando por todos lados a los jurados. Al verlos agitándose en el suelo, la muchacha no pudo menos que recordar una redoma con peces que había volcado en su casa la semana anterior…
—¡Les ruego que me perdonen! —exclamó con tono de terrible desesperación, y empezó a recogerlos a todos tan ligero como le fue posible, porque el accidente de la redoma estaba todavía muy vivo en su mente y recordaba que, en aquella ocasión, había tenido que recoger a los peces con mucha prisa para evitar que murieran.
—El juicio no puede continuar —declaró el rey, con voz grave— hasta que todos los jurados hayan vuelto de nuevo al sitio que les corresponde.
Estas últimas palabras las pronunció con mucho énfasis, sin dejar de mirar severamente a Alicia.
La muchacha se volvió hacia el palco del jurado y vio que, en su precipitación, había puesto a la lagartija cabeza abajo y la pobre criatura agitaba la cola en una forma lamentable, sintiéndose absolutamente incapaz de moverse. Alicia la volvió a su posición normal.
«No creo que signifique mucho arreglarlos —pensó—. Me parece que el jurado resulta tan útil en una posición como en la otra.»
Tan pronto como el jurado se hubo recobrado de la terrible emoción sufrida al sentirse cabeza abajo, y cuando ya hubieron encontrado sus pizarras y sus lápices, empezaron a trabajar muy afanosamente para escribir la historia del accidente. Todos empezaron a escribir, con excepción de la lagartija, que parecía demasiado abrumada como para hacer otra cosa que sentarse con la boca abierta mirando el techo de la sala.
—¿Qué sabes sobre este asunto? —preguntó el rey a Alicia.
—Nada.
—¿Absolutamente nada?
—Absolutamente nada —persistió Alicia.
—Eso es muy importante —dijo el rey, volviéndose hacia el jurado.
Empezaban a anotar esto en sus pizarras, cuando el conejo blanco les interrumpió:
—Sin «importancia» es lo que Su Majestad ha querido decir, naturalmente —dijo con tono muy respetuoso, pero frunciendo el ceño y haciendo muecas al soberano mientras hablaba.
—Sin «importancia», por cierto, fue lo que quise decir —declaró apresuradamente el rey, repitiendo para sí, con tono más bajo: «Importante, sin importancia, sin importancia, sin importancia», como si tratara de ver cuál de las dos expresiones sonaba mejor.
Algunos de los miembros del jurado anotaron «sin importancia», y otros «importante». Alicia podía ver esto porque estaba lo suficientemente cerca de ellos como para leer en sus pizarras.
«Sin embargo, ‘no importa’ absolutamente nada», pensó.
En ese momento el rey, que había estado durante un rato muy ocupado escribiendo en su libreta gritó:
—¡Silencio! —y leyó de su libro—: «Reglamento cuarenta y dos: Todas las personas que midan más de una milla de alto tendrán que abandonar la sala».
Todo el mundo miró a Alicia.
—Yo no tengo una milla de alto —declaró la muchacha.
—Sí tienes —contestó el rey.
—Casi dos millas de alto —agregó la reina.
—Bueno, pero no me iré de ninguna manera —declaró Alicia—. Por lo demás, ése no es un reglamento serio. Lo acaba de inventar usted en este instante.
—Es el reglamento más viejo del libro —contestó el rey.
—Entonces debiera tener número uno —observó la muchacha.
El rey se puso pálido y cerró apresuradamente su libreta.
—Considerad vuestro veredicto —dijo, dirigiéndose al jurado con voz temblorosa.
—Hay mayores evidencias que presentar, si Su Majestad se digna —gritó el conejo blanco, levantándose con mucha prisa—. Se acaba de recoger este papel.
—¿Qué es lo que dice? —preguntó la reina.
—No lo he leído todavía —repuso el conejo blanco—, pero parece ser una carta escrita por el prisionero a… a alguien…
—Tiene que haber sido así —corroboró el rey—, a menos que no haya sido dirigida a nadie, cosa que sería bastante extraña, por lo demás.
—¿A quién está dirigida? —preguntó uno de los miembros del jurado.
—No está dirigida a nadie —respondió el conejo—. En realidad, no hay nada escrito afuera.
Mientras hablaba, sacó el papel de su sobre, y agregó:
—No es ninguna carta. Se trata de unos versos.
—¿Y están escritos con la letra del prisionero? —preguntó otro de los jurados.
—No —repuso el conejo blanco—. ¡Eso es lo que me parece más raro!
(Todo el jurado parecía muy confundido.)
—Debe haber imitado la letra de alguna otra persona —declaró el rey.
(El jurado pareció iluminarse de nuevo)
—Ruego a Vuestra Majestad —dijo la Sota— que me oiga. No he escrito eso y no pueden probar que lo haya hecho. No tiene ninguna firma.
—Si no la firmaste —dijo el rey—, sólo lograrás que empeore tu causa. Supongo que pretendes significar que cometiste un error, porque de otro modo habrías puesto tu firma como todo hombre honrado.
Hubo un aplauso general ante estas palabras. Era la primera cosa realmente inteligente que había dicho el rey ese día.
—¡Eso prueba que es culpable! —gritó la reina.
—No prueba absolutamente nada —contestó Alicia—. ¡Ni siquiera saben ustedes lo que hay escrito!
—Léelas —ordenó el rey.
El conejo blanco se puso los anteojos.
—¿Por dónde empiezo, Majestad?
—Empieza por el principio —contestó gravemente el rey—. Y sigue hasta que llegues al final. Entonces te detienes.
Estos fueron los versos que leyó el conejo blanco:
—Me dijeron que fuiste con ella
y que me mencionó al hablar.
Y aunque mi humor no le hace mella
contó que yo no sé nadar.
Él relató que yo no fui
(todos sabemos que es verdad).
Di, ¿qué sería, pues, de ti
Si se averigua la realidad?
Le di uno a ella y a él di dos,
y tú no das más que tres.
Mas eran míos todos los
que te devuelven, como ves.
Si ella o yo nos vemos un día
entre montones de procesos,
juro que les defendería
para que no les tomaran presos.
Hoy día opino que tú fuiste
(antes de que se desmayara)
el obstáculo que apareciste
entre ellos, yo y la verdad clara.
No se entere que quiso más
a los otros. Quede esto aquí,
sin que lo sepan los demás,
para ti y sólo para mí.
—Ésta es la prueba más importante que tenemos —dijo el rey, frotándose las manos—. Dejemos, pues, que el jurado proceda…
—Si alguno de ellos es capaz de explicarlo —dijo Alicia (que había crecido tanto en los últimos minutos, que no se sentía en absoluto atemorizada de interrumpirles)—, le regalaré cinco pesos. No considero que se le encuentre sentido alguno a este asunto.
El jurado anotó en sus pizarras: «Ella no encuentra sentido alguno en el asunto», pero ninguno se atrevió a explicar lo que decía el papel.
—Si no tiene ningún sentido —dijo el rey—, quiere decir que se ahorra una cantidad de molestias, porque ya no tenemos que darnos trabajo de encontrar el significado. Sin embargo, no sé —continuó diciendo, mientras que extendía sobre su rodilla el papel donde estaban los versos y los miraba con un ojo—… Creo encontrar algún sentido en ellos, después de todo: «dijo que no sé nadar», ¿es verdad que no sabes nadar? —preguntó, dirigiéndose a la Sota.
El prisionero movió tristemente la cabeza y repuso:
—¿Tengo aspecto de nadador?
(Por cierto que no lo tenía, puesto que era entero de cartón.)
—Está bien hasta aquí —dijo el rey, y continuó mascullando los versos entre dientes—: «Todos sabemos que es verdad»… Ese es jurado, naturalmente… «Le di uno a ella y a él di dos». ¡Caray, eso debe ser lo que hizo con las tortas!
—Pero continuó diciendo: «Mas eran míos todos los que devuelven, como ves» —dijo Alicia.
—¡Naturalmente, porque todas están allí —declaró el rey, triunfante, señalando las tortas que habían en la mesa—. No hay nada más claro que eso. Luego dice: «antes de que se desmayara», y tú nunca te desmayas, ¿no es cierto, querida mía? —preguntó a la reina.
—¡Nunca! —gritó la reina furiosa, lanzando un tintero a la lagartija, con esa palabra.
(El infortunado Guillermito había dejado de escribir con el dedo, al descubrir que no marcaba nada; pero ahora empezó a hacerlo apresuradamente de nuevo, aprovechando la tinta que le corría por la cara.)
—Quiere decir entonces que esas palabras no están de acuerdo contigo —dijo el rey, dirigiéndose primero a la reina y luego mirando sonriente a toda la sala.
Se produjo un silencio mortal.
—Se trata de una broma —agregó el rey.
Todo el mundo rió.
—Dejemos que el jurado dicte la sentencia —agregó el rey por vigésima vez en el día.
—¡No, no! —gritó la reina—. ¡Primero la sentencia y después el veredicto!
—¡Necedades y tonterías! —declaró Alicia en voz alta—. ¡Qué idea esa de pedir la sentencia antes que el fallo!
—¡Sujeta tu lengua! —gritó la reina, poniéndose roja.
—¡No pienso! —contestó Alicia.
—¡Que le corten la cabeza! —gritó la reina a toda fuerza.
La sentencia condenatoria de Leopoldo López estaba decidida desde que se inició el proceso penal en su contra porque así lo había ordenado Nicolás Maduro, así como Chávez lo ordenó en los casos de Iván Simonovis y los comisarios y de la juez Afiuni.
Hay que recordarles a los jueces
Artículo 156.- Incurren en pena de arresto en Fortaleza o Cárcel Política por tiempo de uno a cuatro años:
Omissis
3.- Los venezolanos o extranjeros que violen las Convenciones o Tratados celebrados por la República, de un modo que comprometa la responsabilidad de ésta.
Omissis
De toda esta cadena de desafueros y abusos puede salir algo positivo : la unidad opositora, cara a las parlamentarias. Y no nos metamos de momento con la posibilidad cierta del fraude electoral, una incógnita que en su momento se despejará ; pero por ahora y como en la guerra, no salo caen los soldados sino también los generales y sin embargo las guerras continúan hasta alcanzarse la victoria o la derrota. Hoy ha sido el señor López, quien ha recomendado seguir en la lucha y no caer en la trampa de la violencia, una conseja sabia y oportuna, pues frente a un régimen en desintegración darle argumentos para reprimir y provocar, no tiene mucho sentido.
Sin Dios y sin ley el autócrata continúa cometiendo errores que terminan escapando a su control y generando mayores rechazos frente a un país que ya raya en la supervivencia en la búsqueda de los bienes mas esenciales. Con una economía que vaticina para 2016 el entrar de lleno a la médula de la crisis y donde no hay forma de escapar porque se hace todo lo contrario para salir del problema o al menos intentarlo. Solo está privando la barbarie y un hacer lo que les da la gana, pensando que el poder es eterno y que la ausencia de jueces probos es suficiente para mantener la hegemonía por siempre. Están equivocados.
Aquí hay que mantener la serenidad y la sangre fría, pues este es un pueblo muy apasionado que salta de un extremo al otro en fracciones de segundo y no es eso lo mas recomendable en estos momentos tan cruciales. De las carreras solo queda el cansancio y hasta puede que no se alcance la meta, lujo que no nos podemos dar pues estas son horas decisivas y hasta definitivas. Y es que en política los errores y equivocaciones, se pagan muy caro.
No desesperarnos, que nunca antes habíamos estado tan cerca de revertir una cadena de derrotas y adversidades de las cuales hemos tenido parte de responsabilidad. Todo tiene su tiempo y todo apunta a que el nuestro está muy pero que muy cerca : a la vuelta de la esquina.
¡ Calma y cordura !.