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¿Por qué el lenguaje soez de la politiquería?

Tan cierto como Vargas Llosa consideraba la naturaleza susceptible de toda afrenta que destaque la pasión (mal conciliada) generalmente expuesta en casi todo debate politiquero, no podría negarse que el lenguaje soez de la politiquería resulta de la disonancia mundana propia de toda pugna, en tono sarcástico, entre contrarios. 

Pareciera tarea difícil pedirle a cuanto politiquero beligerante, se exprese con vocación humanista y tolerante en medio de todo encuentro desplegado en nombre de sus particulares intereses políticos. Más, cuando es inminente reconocer que la política descansa, precisamente, en la pluralidad humana. Por cuanto la pluralidad humana, obedece al sentido y dirección que imparte el concepto de “diversidad”.

Fue así como la connotada alemana y profesora universitaria de filosofía y teoría política, Hannah Arendt, describe que “la política se refiere a la comunidad y a la posibilidad de ser diferentes” lo cual habla del carácter medular de la Libertad. 

¿Dónde está el problema?

El problema se esconde al amparo de cuanto artilugio dialéctico hace uso el politiquero en su resguardo. Particularmente, cuando alguien de fogosa lengua se muestre incompatible con ideas claras y servidas mediante un vocabulario culto. Siempre y cuando, no cuente con el auxilio de un nivel educativo alineado con la moral y la ética. Entendiéndose a dichos valores como la asidua pauta de que debe seguir toda confrontación entre contrarios. Pues en una situación contrapuesta, es la banal demostración de cómo el lenguaje soez se convierte en el arma perfecta que mejor busca blandir cuanto politiquero quiere igualarse a un pendenciero de mala muerte.

El lenguaje soez, inculto e indecente, del cual se vale todo politiquero a la hora de disfrazar la ignorancia que lo acompaña en la trinchera de la predicación forzada y quizás comprometida, enfoca su desesperación a vociferar cuanta presunción le inspire la insulsa necesidad de recostar su discurso en la improvisación (mal preparada) y peor coordinada en tiempo y espacio en que permite a su palabra “levantar vuelo”. Aunque en vuelo “rasante”, pues no alcanza la altura en la cual se halla enarbolada la dignidad política. Ésta, en equilibrio con la verdad y tolerancia de la cual pende la prudencia y la discreción.

El fondo del problema

En el terreno especulativo bajo el cual parecieran ordenarse cuantos activistas u operadores políticos se sientan “politiqueros de orilla”, o con la ignorancia a flor de piel, aunque resueltos a mostrar la fanfarronería necesaria capaz de engolosinar mediocres discursos de carretera, se cimientan nuevas promociones de narradores de hipótesis falsas. 

Tesis estas que se caen por el propio peso de las mentiras que articulan sus ángulos y refilan sus coordenadas cartesianas. Es decir, los elementos narrativos de sus discursos, anuncios o declaraciones.

En conclusión 

Y aunque estos politiqueros representan una enloquecedora amenaza para el afianzamiento de un sistema político de atenta sobriedad, pudieran resultar ser oradores bastantes probos. Pero son probos para construir historias peligrosas. Dada la fuerza de aniquilación que sus arengas contienen. Tanto que terminan desvirtuando las verdades que fusionan historia con realidades. 

El libro bíblico de Proverbios, en 18; 21, explica que “la muerte y la vida están en poder de la lengua”. De manera que habrá que cambiar el sonido de las palabras, pues así podrá limpiarse el aire que alimenta el pensamiento y nutre el organismo. Quizás, tan sabio juicio derivó de otro anterior del mismo libro en 17;4, donde recoge que “el malvado y el mentiroso, hacen caso de infames palabras, de malas lenguas”. 

En consecuencia, no hay razón alguna para dejarse atrapar entre los barrotes de calabozos construidos sobre el despropósito de la palabra inconsistente, pueril y desvergonzada. 

En ello se encuentra la causa que alienta la respuesta a la pregunta que intitula esta disertación: ¿Por qué el lenguaje soez de la politiquería?

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