¿Por qué busco encontrar la Verdad en todo?
“Todo el mundo tiene su verdad”, como si la verdad fuera una perspectiva. Pues NO. Nuestras creencias no hacen lo que vemos verdad, delimitan más bien qué vemos.
Verdad es:
Lo que permite que creas que lo que ves es cierto es tu ignorancia sobre “quién eres.”
“En el descubrimiento de destapar las capas que me develaban quién era, destapé las capas que observaba en la realidad que veía. Veía cosas bellas afuera, cuando aceptaba las feas que antes rechazaba dentro; reconocí “verdades” afuera, cuando asumí la responsabilidad de las mentiras que sostenía adentro… la realidad que ‘veo’ es un espejo de mí.”
Pero más importante es la intuición de un “algo”, detrás de todo esto, que por necesidad no cambia por mis esfuerzos por tamizar quién yo soy… mi anhelo mi hizo intuir algo que no se movía y es el “motor” inamovible de todo, fuente de toda belleza y origen de la Verdad… una “voz” que me atraía inexorablemente con cada capa que removía de mi falso yo.
La carretera hacia la verdad
Al final de mi segundo año universitario, estaba orientado hacia el espectro de la izquierda en la política: me importaban las personas, me preocupaba como la tendencia del capitalismo dejaba atrás uno de los avances más importantes del siglo: los derechos humanos. Entonces leía un estructurado y documentado libro que detallaba la Gran Conspiración y “base de todas las teorías de las conspiraciones”: el poder que manipulaba la política y la historia. Comenzando mi tercer año universitario, en mi alma mater, la facultad de humanidades ofreció un curso: Libertad y Totalitarismo – “Increíble casualidad, ¡lo que estaba buscando!”
Yo tomaba clases de noche para poder trabajar en el día, las clases duraban 4 horas. Había que leer unas 45 páginas de uno de los textos previos a la primera clase. Los libros eran: La rebelión de las masas (1929) de Ortega y Gasset; Mundo Feliz (1932) de Aldous Huxley; El Mito del Estado (1946) por Ernest Cassirer y, por último, Donde termina la Estepa: Política y Trascendencia en la Sociedad Postindustrial (1973) de Theodore Roszak. En 8 semanas se suponía que leyéramos estos 4 profundos y densos libros. Yo no tenía ni idea de quiénes eran estos autores; pero el Prof. Stuart Horn era un intelectual de primer orden, y cómo los hiló me impacto por el resto de mi vida.
La introducción a la clase era quién es el hombre, de qué pasta estamos hechos. Comenzó explicando como “nosotros somos capacidad de Infinito”, que estamos abiertos a todo el Cosmos a través de nuestra consciencia; pero nuestra percepción está filtrada por la personalidad que había sido asentada en nuestra psique desde que habíamos nacido y por nuestro inexplorado subconsciente que también, paradójicamente se apertura a algo inusitadamente más inmenso que nosotros.
Por dos horas y media fue esbozando, primero con brochazos gruesos y luego detallando y adornando con pinceles muy finos; argumentaba visualmente a través de la historia, la psicología, la ciencia, la fenomenología, la lógica, filosofía, ciencias sociales, la etimología de la experiencia religiosa… hilando el proceso evolutivo del hombre hasta llegar a la irrupción de la ciencia; cómo culturalmente esterilizamos el lenguaje y los conceptos de toda religiosidad para desembocar al mundo contemporáneo. Cómo seguimos buscando esa Verdad para liberarnos o transformar las ataduras y consecuencias naturales de malas decisiones de la humanidad; cómo la filosofía, las disciplinas del pensamiento y la ciencia han sido intentos de discernir y clarificar qué es lo que en fundamento estamos en realidad buscando: Conexión con Dios… este hombre era o un loco o un gigante del conocimiento.
Hubo una frase que recuerdo, “anhelamos unirnos a Dios y ser uno con él”, que era ese el más profundo anhelo que escondían todos nuestros deseos. Describió como todas las deidades de la antigüedad eran intentos por discernir nuestra conexión con esa Fuente. Que, aún llamado por diferentes nombres, Dios era uno… y cómo Buda, Krishna y Jesus habían sido encarnaciones de ese único Dios y nos habían mostrado el camino para seguirles e imitarles.
En la primera clase fuimos unos 17. Al concluir la clase varios estudiantes querían hablar con él; creo que no fui el único que sentí la descarga de alta tensión por sus ideas e ilación erudita entre el concepto de Ser Humano, Dios y la vida a la que estábamos llamados a vivir. Esperé pacientemente para hablar con él. Cuando tocó el momento, le enseñé el libro sobre conspiración; ya iba ya por mi tercera lectura, estaba “estudiando” el libro. Comencé preguntándole si sabía de toda esta “realidad”; no entendí en ese momento las implicaciones o la tesis que presentó magistralmente en la clase. Yo iba cacareando mis ideas mientras él ojeó el libro con calma; luego interrumpió mi ajetreada palabrería y dijo – “Sabemos que estas cosas pasan, pero esto no va a cambiar tu vida. Deja esa basura, lee las asignaciones y no dejes de venir a clase.” – me impactaron sus palabras, quizás aún más la autoridad como me lo dijo.
Yo había comprado una caja de estos libros y los regalaba para ‘evangelizar en la verdad’ a otros estudiantes… pero escuché su concejo, algo en mí dijo – “acepto el reto.” Luego de algunos meses y de varias clases, es el único libro que he echado a la basura; bueno, toda la caja.
El punto de partida previo
A los 15 años había tenido una conversación seria con Dios. En una misa del domingo, le dije:
“Mira Dios, no quiero ser irrespetuoso, pero no quiero nada de ti. Yo te prometo que no voy a pedirte nada, pero no te metas en mi vida: no me pidas tú tampoco nada. Lo dejamos hasta aquí.”
Como es más que normal, luego de 14 años en colegios católicos, yo había despejado la ecuación de que, si todos los curas y monjas eran hipócritas y falsos: hablaban de ‘amor al prójimo’ y de ser honestos, y nos pegaban, gritaban y tenían una doble moral; obviamente lo que nos decían de Dios era falso también.
Con esa primera clase recuerdo volver a casa pensando – “todo lo que nos contaban los curas era verdad, eran ellos que eran falsos… ellos no sabían de qué hablaban” – yo había confundido el mensaje con los mensajeros.
Lo que no sabía eran las consecuencias de romper conexión con Dios… descubriría traición, dolor, maldad y sufrimiento al punto del suicidio… pero esa es otra historia.
Lo que me preparó para poder escuchar la campana del despertador
Antes de ir a esa primera clase del Prof. Horn, yo tenía año y medio yendo a terapia. A pesar de yo haber hecho un año de inglés en Boston y los últimos dos años de bachillerato en Miami, al comenzar la universidad, no estaba preparado para las exigencias del idioma a ese nivel. A los 6 meses la facultad me había puesto en Condicionamiento Académico y si no incrementaba mis notas me suspenderían por un trimestre… esto desencadenó una crisis existencial; yo había salido de mi casa a los 16 años a vivir con mi hermano en Boston y a los 17 en Miami con una tía; a los 18 yo vivía sólo y, si me suspendían, mi padre me devolvería para Caracas sin ningún miramiento.
Comencé a ir a terapia, para evitar que mi papá me “deportara.” Dos veces por semana iba donde una psicoterapeuta Freudiana. Ahí descubrí toda la mierda que venía escondiendo debajo de la alfombra para no ‘tropezarme’ con ella… el “Condicionamiento Académico” fue el “obstáculo” que desencadenó una gran lección de vida. Comencé a destapar todo mi pasado y asumir responsabilidad sobre ello. Al menos escribí unas 250 páginas tratando de recordar y desenmarañar mi grotesca historia, las traiciones, el mundo de mentiras, la violencia, la enquistada rabia, las relaciones con mi hermano, padre y madre.
Todo ello me preparó a la experiencia más trascendente de mi juventud, que cambiaría por completo la dirección de mi vida… algo que las universidades deberían inspirar en los estudiantes: el anhelo por conocer y hacer… ¡Cómo debe ser!
Continuará…
Próximo martes…
“La Verdad en todo” II, el porqué.
Hay momentos en la vida de un joven que marcan de tal manera su forma de ver la vida que les enganchan hacia Vivir a Plenitud… con todas las sorpresas y obstáculos que ello conlleva.
EL PUNTO a la i
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