Por qué
“En política los crímenes se perdonan, los errores nunca”.
Me equivoqué totalmente en mis previsiones sobre los resultados del domingo pasado; que le haya pasado a muchos no me consuela, porque tantos años viviendo en este régimen ladri-populista me hubieran debido enseñar algo. No tuve en cuenta la enorme capacidad de movilización del aparato peronista cuando se pone en juego el poder y, desde él, seguir saqueando al país hasta la extenuación; olvidé también la importancia de las manos que hurtan boletas de los adversarios, facilitada por la total ausencia de fiscales libertarios, en otra zancadilla del eterno Luis Barrionuevo.
Tampoco consideré el síndrome de Estocolmo que afecta a los más pobres y miserables de nuestros conciudadanos, tan desesperados por los siguientes minutos de su castigada existencia que no piensan siquiera en el mediano plazo y, por regalos que pagan ellos mismos con impuestos e inflación, vuelven a entregar el futuro de sus hijos y nietos, que nunca podrán salir del barro y acceder a bienes tan elementales como el agua potable y las cloacas, la educación y la salud. La campaña del miedo, desplegada diez días antes y nuevamente ahora, fue sumamente eficiente en esos estratos sociales, y el uso obsceno de los recursos públicos para apoyar al nuevo mascarón de proa terminó de cerrar el maloliente paquete.
Colaboró claramente la increíble incapacidad de la oposición para explicar qué impacto tendrían las medidas que propone y, sobre todo, para unificar candidaturas en la crucial Provincia de Buenos Aires, donde el lamentable ombliguismo de los dirigentes, entregando ese bastión político tan relevante, permitió la supervivencia del kirchnerismo más cerrado. A partir del triunfo del carísimo e incapaz Axel Kiciloff, su heredero putativo, acompañado por muchos “barones” del Conurbano que recuperaron municipios hasta hoy en manos de la oposición, Cristina Fernández dejó de preocuparse por la puñalada trapera que, como cuenta la historia en miles de ejemplos, le habría asestado Sergio Massa para sacarla definitivamente del juego y convertirse en el nuevo macho alfa del peronismo.
Pero no está todo perdido. Muy por el contrario, gracias al muy loable y patriótico gesto de Patricia Bullrich y Mauricio Macri, tenemos la enorme posibilidad de hacer que Javier Milei gane el ballotage (lo separaron sólo seis puntos porcentuales del Aceitoso) y, para eso, todos tenemos que ir el 19 a votar y hacer un enorme esfuerzo para fiscalizar en las zonas más densamente pobladas. Cuando se me pregunta si creo que casi todos cuantos se abstuvieron en la primera vuelta acompañarán al líder libertario, mi respuesta es afirmativa, porque el pero-kirchnerismo puso toda la carne al asador hace una semana, con gobernadores e intendentes jugando muy fuerte por sus propias elecciones, todas las cuales ya se han disputado, inclusive las de senadores y diputados. ¿Seguirán moviendo sus aparatos y gastando fortunas para ello cuando ya agarraron la sortija?
No sé si Milei –con quien no comparto muchas de sus propuestas- será capaz, aún con ayuda del PRO, de hacer un exitoso gobierno y, menos aún, si podrá llevar a la práctica sus proyectos más disruptivos bajo el control de un Congreso tan atomizado como el que lo recibirá, pero no tengo ninguna duda de que es necesario hacer hasta lo imposible para frenar a Sergio Massa. Porque no quiero que se siga endeudándonos en condiciones secretas, que se mate impunemente a los fiscales, que nos alineemos con los peores regímenes totalitarios, que el Estado siga siendo el botín de políticos de toda procedencia; que se siga subsidiando con el hambre de los pobres los lujos de Malena Galmarini en AySA y de La Cámpora en Aerolíneas Argentinas, que el narcotráfico -socio del poder- siga asesinándonos y, definitivamente, no quiero más ladrones como Máximo Kirchner, Martín Insaurralde, Chocolate Rigau, Cristóbal López, Lázaro Báez, los secretarios de Cristina Fernández, Claudio Scapolan, Walter Bento y tantos otros.
Aunque pueda resultar atractiva la tentación de permitir que la bomba neutrónica. que con tanto ahínco ha cebado, explote en las propias manos del Aceitoso, no debemos olvidar que una gran abstinencia en el voto de los ciudadanos permitió a Hugo Chávez, en 1999, empobrecer intencionalmente a la clase media, instalar una dictadura y entronizar luego a Nicolás Maduro como heredero. Los parecidos entre ambos países no serán entonces meras especulaciones si, por desinterés o falsos pruritos principistas, permitimos que el amoral Massa, que carece de todo escrúpulo, se imponga porque, como allí sucede, todos los que aún no lo hacemos pasaremos a depender del Estado para mínimamente sobrevivir y los políticos se enriquecerán aún más, implantando aquí algo similar al Cártel de los Soles, dueño y señor del narcotráfico, asociados a Irán y Rusia, a Nicaragua, Cuba y Honduras. Y con él llegarán también sus carroñeros amigos empresarios “expertos en operar en mercados regulados”, puesto que el país se habrá convertido en una pecera y en un zoológico en los que lucrar sin competencia alguna.
Y por todo ello es indispensable concurrir ahora a las urnas y votar positivamente, es decir, por Javier Milei, porque corremos el peligrosísimo riesgo de entregar otros veinte años de nuestra vida y de las de nuestros descendientes a un matrimonio que, por donde se lo mire, será mucho peor que los tan nefastos y saquedores Néstor y Cristina. A quien no esté convencido de esto, sugiero leer “Massa confidencial”, de Christian Sanz, director del sitio Tribuna de Periodistas, que describe en detalle al aterrador personaje; se trata de material tan revelador y explosivo que ninguna editorial quiso publicarlo; lo pongo a disposición de quien lo solicite, por correo o WhatsApp.
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