¡Póngase las alpargatas!
Otro exabrupto más para la ya larga cadena que el gobierno ensambla desde hace dieciséis años. Pedro Luis Angarita y Agustín Álvarez, altos directivos de Farmatodo, fueron imputados por la presunta comisión de los delitos de “boicot y desestabilización de la economía”, sancionados en la Ley Orgánica de Precios Justos.
No pretendo entender por qué están presos, cuando ambos se presentaron cuando ocurrió la supuesta irregularidad, dispuestos a colaborar. Es más, si ha habido una empresa dispuesta a colaborar en todo, ésa ha sido Farmatodo. Podrían juzgarlos en libertad, pero no, están presos. Aquí estamos todos presos. Si ocurre un terremoto durante la noche, mejor quedarse acostado en la cama y encomendarse a Dios, a los santos, a Buda o a Sai Baba, porque salir de las viviendas con tantas trancas de seguridad es poco menos que imposible. Quienes deambulan a sus anchas por las calles del país son los delincuentes. Y el gobierno, bien, gracias. No tiene el más mínimo interés en ponerle coto a la inseguridad. Si defenestró a Rodríguez Torres, el único que dio algún indicio de querer hacer algo para disminuirla.
Desde que se encargó de la presidencia la primera vez, Hugo Chávez le declaró la guerra a los industriales, comerciantes y hacendados y a todos quienes de alguna manera forman parte del sistema de producción de bienes. Estoy a favor de sancionar a quienes incurren en malversaciones o desfalcos, pero ir contra todo un gremio para vengar quién sabe qué ofensa al amor propio, no tiene perdón, porque lo que logró fue destrozar el aparato productivo.
Pero el gobierno necesita un chivo expiatorio para apalancar su falacia de la “guerra económica” y Farmatodo estaba ahí, como ha podido estar cualquiera de las empresas que quedan. ¿Por qué –me pregunto- no están presos el presidente, vicepresidente y otros altos funcionarios de Mercal, PDVAL y Bicentenarios? Porque las colas en esos establecimientos son tan grandes, que dan pena propia. Pero eso no sucederá, ni hay respuesta para la pregunta. Parafraseando a Orwell, “todas las colas son iguales, pero algunas colas son más iguales que otras”.
“Infiltración de la derecha”, “conspiración de Joe Biden”, “guerra alimentaria” y otros epítetos resuenan a diario en nuestros oídos. El gobierno que insistió en implementar un sistema fracasado en todos los lugares donde se puso en marcha, busca desesperadamente a quién echarle la culpa de su ineptitud, de su desconocimiento de la economía –si hasta resucitó Giordani a advertir que “ya casi somos el hazmerreír de América Latina”, cuando él es uno de los principales culpables, por su irreductible dogmatismo- y sobre todo, de su absoluta incapacidad de ponerle fin a la corrupción de los rojos (y de algunos de otros colores), que han desangrado al país.
“Vamos con todo a desmembrar las mafias económicas y a potenciar la Economía Productiva y Sana (sic), vamos Junt@s (sic) en éste (sic) buen reto de la Vida (sic)…”, escribió Nicolás Maduro en Twitter. Ya como promesa de candidato presidencial sonaría exagerada, pero en boca de quienes llevan más de tres lustros gobernando, es una burla.
Señor Maduro: la “guerra económica” se la declararon ustedes a ustedes mismos cuando se fueron por el camino del socialismo. ¿Pudiera tomar un libro de la historia económica de los países de Europa Oriental? Ahí verá de manera meridianamente clara cómo esas políticas son inviables. Y si a eso le suma la voracidad y la desvergüenza de los saqueadores del tesoro nacional, tiene una ecuación que no tiene solución. Si realmente quiere hacer lo que dice, desmonte el control de cambio y respete las garantías constitucionales. Pero más fácil es echarle la culpa a Farmatodo. La “guerra económica”, si no se ha dado cuenta, es el control de cambio. De allí vienen todas las distorsiones de nuestra economía. Una medida que debía haber sido transitoria, sigue enfermando nuestra hacienda pública. Si no lo hace, póngase las alpargatas y prepárese para el joropo que le viene y que tendrá que bailar.
@cjaimesb