Ponerse los zapatos del otro
El estreno fue toda una institución, respetada, acatada y venerada hasta en los estratos más humildes de la población. Así fuese una pequeña muestra de la vestimenta deseada, las festividades decembrinas, por lo general, se ofrecía como una cruzada para lograrla, aún antes que las bonanzas petroleras subvirtieran los valores que alguna vez defendimos.
Excepto que la situación fuese o rozara la indigencia, no era tan común que se adquiera la ropa o calzado de segunda mano. E, incluso, prosperó una que otra superstición que lo impedía, ya que – asimismo – parecía impensable que, a la muerte de algún familiar o relacionado, hubiese competencia por el reparto de camisas, pantalones, zapatos, correas y otros accesorios: había dinero y la posibilidad cierta de ahorrarlo, para comprar un “jean” importado y de reconocida marca. Y, acotemos, lástima al escucharse el testimonio de un viajero, sobre todo al transitar Cuba, cuyo mejor agradecimiento hacia sus anfitriones consistía en dejarles hasta la ropa interior, desodorante, pasta dental.
Las “chivas” comenzaron a legitimarse en los últimos años, prosperando la buhonería que expresamente las ofertó. Ya no basta con el remiendo de lo que se estira en el tiempo lo más que se pueda, faltando detergentes y suavizantes, por lo que adquiere legitimidad la compra de la indumentaria usada y quizá sin prevención que note el desgaste.
Recordamos al zapatero de una calle de El Mácaro, durante la campaña electoral del estado Aragua, quien nos confesaba que su oficio de remendón no era suficiente, pues, comenzó a vender los zapatos encargados por una clientela que los olvidó o no podía pagar la segunda parte del dinero convenido y, avergonzada, ni siquiera regresaba para renegociarlos. Optó por invertir en los ya usados y cual Mario Conde, el policía jubilado de Leonardo Padura que recorría las calles para hacerse de libros viejos, el zapatero remendón no deja de preguntar por piezas que, además, pueden sobrar en una casa desesperada por tener algo con qué comprar azúcar o harina precocida.
Refiere que los mejores momentos fueron los del regreso a clases, donde los niños dejan rápidamente los zapatos aún en buenas condiciones, creciendo sin pedir autorización alguna. Finalmente nos comentó: “diputado, ya no se trata de ponerse en los zapatos del otro, porque lo hemos hecho, sino de ponerse en los zapatos del otro, a quien no conocemos”.
@LuisBarraganJ