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Piratas, mitología del ladrón y héroe

Los piratas fueron la vulgaridad. Criminales en el Caribe apostados desde el más grande disimuló para asaltar y robar a los españoles en sus barcos y ciudades costeras. De piratas pasaron a corsarios, filibusteros y bucaneros, es decir, se asumieron en mercenarios de Inglaterra y Francia. Isabel I de Inglaterra los financió en su lucha a muerte contra Felipe II de España mientras que el rey sol Luis XIV de Francia hizo algo parecido en el siglo XVII.

Inglaterra, Francia y Holanda llegaron tarde, muy tarde, al botín de El Dorado, porque El Dorado claro que existió. No fue una ciudad de oro pero sí las abundantes minas de oro y plata americanas que España sustrajo en abundancia para provecho propio y sustentar su poderío mundial. En los siglos XVI y XVII España era rica y sus vecinos Inglaterra y Francia le envidiaron todo el tiempo y socavaron su fuente de riqueza en el Nuevo Mundo. El Mar Caribe fue el sitio de batalla para hostilizar el músculo económico de Carlos V y Felipe II. En resumidas cuentas los piratas y corsarios terminaron siendo unos mercenarios dentro de esa guerra colonial en el Caribe y gente desalmada como Francis Drake o Henry Morgan por un rato eran piratas y por otro ostentaban el glorioso título de sir. Francis Drake al parecer fue amante de Isabel I y un héroe nacional de Inglaterra por su heroicidad batiéndose contra la Armada Invencible de España en 1588. En cambio Morgan fue corsario y asaltante de Maracaibo aunque también gobernador de Jamaica.

Isla Tortuga, que pertenece a Venezuela fue la sede principal de los «Hermanos de la Costa», un sindicato de piratas al servicio del mejor postor para cometer pillaje en toda la zona. Vivían del robo y tenían una “organización social” más parecida a una distopía que a otra cosa.

François l’Olonnais, de nacionalidad francesa fue una joyita de la época, nos referimos al siglo XVII, que fue el siglo de la piratería en el Caribe. En 1666 conduce lo que sería el más terrible asalto y saqueo sobre Maracaibo y Gibraltar. Más que pirata fue una acción de guerra con todas las de la ley. Maracaibo y sus autoridades españolas sabían de los peligros de los piratas, corsarios y bucaneros en alianza con Inglaterra y Francia, sus enemigos declarados. Para ello construyeron el Castillo de San Carlos de la Barra en 1623. Este obstáculo fue burlado varias veces.

La mayoría de mis congéneres en Maracaibo ignoran que nuestra ciudad e imponente Lago fue «visitado» por los más temibles delincuentes de ese entonces para tomar por la fuerza las riquezas que tanto codiciaban. Otro famoso pirata, y decimos famoso porque estos piratas de crueles asesinos luego fueron pintados como héroes nacionales de Inglaterra y Francia. Así pasa con los terroristas de todas las raleas en la historia: si ganan dejan de serlo pero si pierden están condenados a ser recordados de mala manera. Nos referimos a Henry Morgan y su ataque a Maracaibo en 1669. “Toma Morgan la ciudad de Maracaibo, situada del lado de la Nueva Venezuela. Piraterías que se cometieron en sus mares y ruina de tres navíos españoles que habían salido a impedir los corsos de piratas». Esto lo dice Alexandre Olivier Exquemelin, un pirata dejó un testimonio escrito de todas estas fechorías y que pasa por ser el más autorizado.

El gran obstáculo de Morgan no fue el Castillo de San Carlos de la Barra sino esto: «Hallaron las aguas muy bajas, con que no pudieron pasar cierto banco que estaba a la entrada del Lagon; pusieron la gente en barcas y chalupas las más ligeras, con las cuales llegaron el día siguiente por la mañana delante de Maracaibo». Es curioso que en el lenguaje haya quedado una reminiscencia de este Morgan y sus andanzas en la Tierra del Sol Amada cuando nos referimos a alguien malo como “muérgano”.

Tuve un profesor español amigo que sólo sabía de Maracaibo por las novelas de aventura del italiano Emilio Salgari.  A su vez Salgari inventó toda su fantasía siguiendo el testimonio de Alexandre Olivier Exquemelin. Toda la trama de “El Corsario negro” (1898) se suscita en Maracaibo y tiene en la bella hija del gobernador español la causa de todas las aventuras del invasor extranjero.

Ya en el siglo XIX cuando la piratería feneció, por lo menos la que estuvo auspiciada por Inglaterra, Francia y Holanda en el Caribe para ser utilizada contra la enemiga España, el «género» de los piratas es embellecido por novelas como la que hemos referido del italiano Salgari pero sobre todo por la más popular de todas: “La isla del tesoro” de Robert Luis Stevenson del año 1883. “Peter Pan”, en principio una obra de teatro de James Matthew Barrie del año 1904, mantiene esta misma tendencia de hacer de los piratas un género popular y mitológico.

Un garfio, una pata de palo, un loro, un parche en el ojo, el alcohol, la bandera negra con una calavera y demás empezaron a conformar el imaginario del pirata como un antihéroe positivo. Inglaterra, que siempre le ganó a España la batalla de los recuerdos, fue el artífice de esto. Aunque este proceso de metamorfosis de crueles bandidos a románticos héroes quién le sacó más partido que la misma literatura fue el cine.

Es el cine el principal deformador de toda nuestra época contemporánea junto a la televisión. Y ahora, obviamente, el Internet. Piratas con honor, buenos, valientes y hasta cómicos cuando en realidad fueron criminales y recurrentes violadores de los más elementales  Derechos Humanos y de la legislación vigente para la época. Desde “El capitán Blood” del año 1935 de Michael Curtiz y con el actor Errol Flynn hasta las cinco películas de la franquicia muy popular de los “Piratas del Caribe” (2003-2017) con un Johnny Depp sobreactuando nos han hecho creer que la era de la piratería no tiene nada que ver con el crimen.

El ser humano vive de sueños y espejismos. Su verdadera naturaleza es la ilusión y fantasía. Razón por la cual los mitos son más poderosos que la misma realidad. Además el mito se adapta mejor a nuestros deseos y apegos. En cambio la razón nos molesta porque nos oprime. Al mal recuerdo de los piratas le hemos superpuesto otros recuerdos más amables y convenientes.

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