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Petro en Nariño, Colombia expectante

No sé cuándo ni quién dijo: Cuando la izquierda pierde una elección, intenta destruir el país. Cuando las gana, lo consigue.

La sustitución de un gobernante, mediante el voto ciudadano, aun en los países de más dilatado ejercicio democrático, crea expectativas colectivas detectables en el estado emocional de la ciudadanía, puesta de manifiesto en la amena conversación en torno a una taza de aromático café o en los brindis con bebidas espirituosas de los partidarios del candidato electo que, en el acto cívico de mayor significación republicana, los ciudadanos lo elevaron a la dignidad de Presidente de la República.

La condición de expectante no es novedosa en Colombia. Así lo está desde mucho antes de que Simón Bolívar, al frente de las tropas colombo-venezolanas, derrotara el ejército realista, haciéndola República Independiente. Pero, como quiera que la idea germinó en los predios del segmento social culto y de propietarios, que aportaron sus mesnadas campesinas para  conformar las tropas de los patriotas, al concluir la guerra el cambio solo favoreció a los godos que, es justicia reconócelo, también se “quemaron el pecho”, aportando muertos en cantidad y abonando con su sangre la tierra donde fue sembrada la independencia, teniendo conciencia plena del valor que tendría de la carta del triunfo en sus manos, al concluir la contienda. Como en efecto, para el común de los colombianos y de los iberoamericanos, el resultado fue como un cambio de “propietario”. La sustitución de la bota imperial española por el delicado mocasín usado por los godos criollos.

La resistencia a los cambios, sin que necesariamente fueran abruptos ni profundos, orientados a la supresión de rígidas estructuras segregacionistas, produjo tal acumulación de frustraciones y resentimientos que afloraron 200 años después, y estimulados por los voceros del Foro de Sao Paulo, la demanda de los derechos humanos  dejó de ser pacífica y civilizada. La destrucción de la propiedad pública, la pedrada y el “coctel Molotov” sustituyeron la palabra, generando un intolerable estado de confusión, inestabilidad y malestar. El objetivo: asaltar los gobiernos para destruir la estructura del Estado democrático. Un formato preconcebido flexible, adaptable a las modalidades nacionales de cada país. Es la fórmuladel Socialcomunismo del siglo XXI, diseñada por Fidel Castro, que está siendo ejecutada por el Foro de Sao Paulo para hacerse del poder en Latinoamérica. Ahora bien, los resultados del cambio de “mocasín” por la bota roja saltan a la vista. Venezuela, de país próspero devino en menesteroso, arruinado por la incompetencia y corrupción administrativa de los gobernantes socialcomunistas que, colmando su maldad infinita, auparon la migración masiva, con la consecuente fuga de talentos y mano de obra calificada que, sin duda alguna, contribuirán al crecimiento de los países de acogida.

Por supuesto, la histórica votación que entregó a Gustavo Petro la Presidencia de la República y arrebató el gobierno a la anquilosada godarria liberal-conservadora, no deja de ser preocupante. Los antecedentes del personaje como deficiente Alcalde de Bogotá, su pasado guerrillero y su afinidad con secuestros y el sangriento asalto al Palacio de Justicia, así como su inequívoca vocación ideológica y de compromiso izquierdoso con el Socialcomunismo del siglo XXI, impiden otorgarle siquiera el beneficio de la duda. Sin embargo, los seres podemos y tenemos el derecho a rectificar. Américo Martín y Teodoro Petkof fueron, en su momento, connotados líderes políticos que asumieron la lucha armada como vía para acceder al poder y realizar los cambios por ellos propugnados. El hecho democrático los condujo a la rectificación. Y  hay un algo que lo proyecta diferente del tropero Hugo Chávez y del ignaro Nicolás Maduro, “dueños” de la industria petrolera. Es universitario y culto. Además, la institucionalidad republicana de Colombia cumple con el postulado de separación de los poderes que son lo suficientemente vigilantes y firmes, como para detectar e impedir que la “punta de ganao” derrote hacia el desbarrancadero del Socialcomunismo del siglo XXI, donde Venezuela yace moribunda.

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