Pequeño Oliver, no te tocaba
El 26 de febrero de este año una imagen le dio la vuelta al mundo: la del niño Oliver Sánchez, quien con su coquito pelado y un tapabocas sostenía una pancarta que decía “quiero curarme”. Una cantidad de policías lo rodeaban. Esos policías, en vez de estar persiguiendo y apresando malandros, que tanta falta hace, rodeaban a un niño enfermo. Muchos se preguntarían para qué tantos –un niño pequeño y frágil no representaba amenaza- pero ésa es una de las miles de interrogantes sin respuestas de la Venezuela de hoy. Tal vez la Historia las responderá. El por qué lo sabemos: estaban allí porque el alcalde del Municipio Libertador, Jorge Rodríguez, había prohibido la marcha de quienes exigían medicamentos. La pancarta de Oliver con el “quiero curarme” acompañado de “paz” y “salud” era más contundente y más demoledora que nada, por el contraste con el despliegue de la fuerza pública. Si lo que quería Rodríguez era evitar que se supiera que en Venezuela los enfermos marchaban porque no hay medicinas, logró exactamente lo contrario.
Para mí resulta incomprensible que si nuestra Constitución consagra el derecho a la salud y a la protesta, un alcalde prohíba que se marche exigiendo medicamentos. Pero aún más incomprensible me resulta cuando ese alcalde es médico, porque los médicos saben de primera mano lo que sucede cuando un remedio no llega a tiempo. ¡Qué diferencia con los médicos merideños que hoy hacen huelga de hambre en solidaridad con sus pacientes, apoyados por el doctor Douglas León Natera, presidente de la Federación Médica Venezolana!
En nuestro país mueren de mengua infinidad de enfermos, cuyos nombres e historias no conocemos, pero cuyas muertes tienen nombre y apellido: los de todos aquellos que reiteradamente se han negado a declarar la emergencia humanitaria para que lleguen los medicamentos que se necesitan.
¿Qué será lo que quieren, tapar el sol con un dedo? ¿Pretender ante la comunidad internacional que aquí no está pasando nada, cuando en todo el mundo saben que pasa de todo? ¡Qué dolor que nuestra patria se haya convertido en el paradigma de todo lo malo! Ya muchos hablan del “caso Venezuela” como un ejemplo de lo que no se debe hacer. Muchos de los antiguos aliados, los que rondaban buscando su tajada de la torta del petróleo a más de cien dólares el barril, han hecho mutis por el foro. Y es que ante las muertes de inocentes no hay nada que pueda decirse en descargo de los responsables.
El caso es que hoy escribo porque a Oliver no le tocaba morirse. Oliver tenía diez años. ¡Diez años! Quería ser artista e inventor. Pero sus sueños fueron cercenados por la realidad. No hay nada peor que la realidad para acabar con los sueños, especialmente los de un niño. ¡Y hay tantos niños como Oliver, que están enfermos y que quieren curarse para vivir! Pero el régimen que manda en Venezuela gasta dinero en despliegues militares para demostrarle a los opositores quién tiene la fuerza y las armas. No le importa cuántos enfermos mueran de mengua porque su único interés en mantenerse en el poder “como sea”.
Pienso en los padres de Oliver. Cargarán la pena y la impotencia de que tal vez su hijo no hubiera tenido un desenlace fatal si se hubieran conseguido los medicamentos. Hasta hace relativamente poco tiempo, la gente se moría porque no había remedios para enfermedades como el cáncer. Hoy muchos de esos cánceres son curables. Pequeño Oliver, no te tocaba. No, no y no. Ni a ti ni a los otros. Venezuela sigue muriendo día a día…
@cjaimesb