¿Para qué dialogar?
Las reacciones de lectores a mis notas en las que me refiero al mérito que le doy a no agotar los esfuerzos por mantener el diálogo en Venezuela no han estado exentas de apasionamientos. Insisten en que hay que desconfiar del gobierno y en que su verdadero interés es ganar tiempo y burlarse del país que apuesta por una salida pacífica. Ciertamente, esta percepción ha sido afirmada también por importantes dirigentes y analistas políticos. Me pregunta un amigo europeo con un libro en mano sobre las grandes guerras mundiales: ¿Por qué el diálogo no las evitó? Precisamente, porque no funcionó y muchos de los interlocutores no creían en soluciones pacíficas. Los historiadores han concluido que los malos acuerdos que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial fueron claves para desencadenar apenas veinte años después otra gran guerra.
En el caso de Venezuela, insistir en el diálogo y la negociación no es más que un alerta ante las consecuencias del fracaso, porque la posibilidad de que el país entre en una espiral de violencia o de conflicto civil de gran envergadura es factible. Cuando las válvulas de escape se cierran, cuando un sector quiere predominar por la fuerza, cuando las instituciones del Estado se parcializan y se convierten en apéndices del Ejecutivo, cuando la economía se estanca, la pobreza crece y la democracia deja de funcionar, estamos ante la antesala de la violencia.
Es por ello que urge que el gobierno y la MUD como factor opositor y mayoritario en el país no desmonten, independientemente de las luchas focalizadas, los esfuerzos de diálogo y negociación .Sería una irresponsabilidad seguir forzando la barra. El gobierno tiene que entender que, a pesar del poder de que dispone, el sometimiento de instituciones y el apoyo de la Fuerza Armada no es suficiente para detener una avalancha cuando esta se produzca. Necesitamos líderes y negociadores capaces de generar consensos para evitar el peor de los males. Otros países lo han intentado y lo han logrado.