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Para Aristóbulo Istúriz

Se dice que anunciaste sangre si se acercaba el pueblo, ese pueblo que alguna vez de verdad te importó; si la gente común angustiada porque se le quieren arrebatar sus derechos políticos se atrevía a pasar las barreras de tus bandas armadas para simplemente estar a la vista del Palacio Presidencial, ahora confiscado por un impostor que se ha convertido en una especie de chiste universal si no fuese una realidad trágica para todos los venezolanos.

Sí, ya sabemos todos de cual sangre estás hablando. De la que tus huestes se preparan a hacer derramar a los otros, a los manifestantes que te empeñas falazmente en calificar de agresores porque quieren cometer el grave error de ocupar los espacios públicos. Los ejecutores serán los tarifados a las órdenes de un partido que se alimenta del dinero público, el tuyo hoy. Los mismos hampones que asaltaron el Congreso, verdaderos asesinos en potencia, ladrones ya lo son y lo probaron ese día, que amedrentan y agreden escudados en la gavilla y se posesionan de las calles de la ciudad que nos han arrebatado, alentados por ese fanático que alguna vez fue médico y se pavonea con su camarilla de asalariados como escudo. De la de los fanatizados gracias a la insistente lluvia de lugares comunes y mentiras disfrazadas que pusieron en manos de tus compañeros de ahora las experiencias cubanas, las mismas de la propaganda del más negro nazismo. Y después tus compañeros en el Poder dirán que los asesinos son otros, porque esa manipulación de la verdad la aprendieron bien, la hicieron hábito, táctica, modo de gobernar.

Y al decir lo que dices, lo que repites con cara severa que revela hasta donde escondes lo que una vez fuiste, te has convertido en una muestra de donde puede llegar el oportunismo, la hipocresía, la capacidad de mentirse a sí mismo y mentirle a los demás.

Y te lo digo así tan directamente, tan convencido, porque te conozco, porque me da autoridad para hacerlo el haberte apoyado, haberme jugado públicamente a favor tuyo, entregándote con ingenuidad imperdonable (y por ello me veo obligado a pedir perdón) mi entusiasmo y mis limitadas capacidades, en tiempos cuando eras distinto, cuando no te había consumido la arrogancia del Poder, cuando decías defender la democracia, cuando aparentabas ser lo que hoy parece imposible que hayas sido nunca: una persona honestamente entregada a la renovación democrática de nuestra sociedad.

Y debido a que no eres tú el único que quebrantó su honestidad y su transparencia; como te acompañaron en la entrega al absurdo que estamos viviendo los venezolanos otras personas que también alguna vez estaban enmascarados, te increpo públicamente para que sepan también que a ellos me dirijo. Y para que los venezolanos que demandan su derecho constitucional a expresarse con el voto y los asiste la razón para llegar a los espacios públicos en torno al Palacio Presidencial, vean con mayor claridad la clase de dirigentes que sostienen el aparato represivo del Régimen.

Ya me di cuenta hacia donde te llevaba tu claudicación cuando años atrás vi directamente como tus allegados enviaban en tu nombre paquetes con dólares imperiales. Me resistí a creerlo y ahora lo entiendo. Y ya eso no importa porque has dado muestra personal de cosas mucho peores. Quienes te acompañaron desde un movimiento político que quería ser distinto y abrió espacios esperanzadores para luego entregarse como tú a ese inescrupuloso que elevó a las mayores alturas de la manipulación política las contradicciones venezolanas, te han superado en la entrega a las perversidades del Poder. Ya ahora te acompañan al lado de los más conspicuos corruptos, verdaderos canallas, que ejercen desde lo más alto rodeados por esbirros armados por una autodenominada revolución que no es sino caricatura.

Porque este engendro al cual nos enfrentamos la mayoría de los venezolanos es ciertamente una patética caricatura que ha contaminado sin remedio a eso que algunos llamaron demasiado entusiasmados el impulso revolucionario.

Y también tú eres una caricatura. Ya no reconoces donde están los enemigos de tu pueblo porque ahora estás alineado con ellos. Sabes que en la cúpula del Poder actual hay verdaderos delincuentes. Que el más charlatán de las cabezas visibles es un mentiroso que junto con su gente de confianza ha ensamblado la organización corrupta más descarada de la historia política latinoamericana. A gente de esa calaña la proteges con tus declaraciones cargadas de mentiras y medias verdades. Y la pantomima llega a tales extremos, dices lo que dices con tanta aparente convicción, que resulta evidente que estás jugando a ser el más fiel de los fieles para quedarte en ese puesto y ser beneficiario directo de la artimaña que el Régimen ha venido construyendo para robarnos a los venezolanos el Revocatorio.

Sí, Aristóbulo, te ves ya como Presidente y no quieres que nadie te quite esa oportunidad. Ya habrás pensado que después cambiarás de actitud. Juegas el mismo juego de Pinochet. Allende preguntaba por su militar de confianza (¿donde está Hugo?) en medio del conflicto que lo llevó a la muerte. Te haces actor de la aparente y apasionada defensa de quien oficia en Miraflores para recoger frutos personales cuando las cosas vayan como piensas. Es eso lo que explica tu escandalosa conducta de portavoz de la barbarie, de mensajero de la muerte de los otros. Es eso lo que te hace pedir sangre.

Debería darte vergüenza y debería darle vergüenza a todos los que como tú, siguen soportando esta dictadura indigna que además de todas sus represiones tiene como su mayor virtud haber arruinado a un país que ha nadado en dinero. Hasta allí ha llegado la barbaridad que defiendes. ¡Esa es la revolución salvadora de los pueblos del mundo!

Pero no te das cuenta como no se dan cuenta quienes te acompañaron en esa huida hacia el absurdo. A esos otros también los conozco y no me explico cómo pueden dormir tranquilos. A qué clase de recurso, o de fármaco, habrán recurrido para poder descansar en el sueño. Vendieron el alma y sedujeron a otros para que vendieran la suya. Y ahora, como tú, se encuentran atontados por la adulación que los rodea o los ha rodeado, por la maraña de privilegios que les impide verse a sí mismos y les robó la bendita soledad que permite conocerse, obligados a decir cosas elevadas acerca de ese mar de estiércol en el cual han navegado. Se siguen engañando tal como te engañas tú.

Sé que yo no significo nada para ti porque no tengo poder alguno, porque voy conmigo mismo y lo que he podido lograr en años de ser un simple profesional, un arquitecto que quiere construir para su ciudad, un profesor que ha deseado contribuir a formar a los más jóvenes. De ellos unos cuantos no resistieron los halagos del poder, pero muchos otros han permanecido firmes, vigilantes. Fui ingenuo al poner demasiadas esperanzas en los de las primeras filas que, tal vez envanecidos, se dejaron seducir y vendieron su alma. Pero la decepción que viví me fue compensada con creces, borrada podría decirse, por la satisfacción de ver que en aquellos que parecían más alejados, más reticentes, floreció sin embargo la dignidad y la lucidez.

En ese modo de vivir la vida tienen una voz decisiva los sueños no realizados, como los de los proyectos, ninguno construido, que hice durante tu tiempo en la Alcaldía de Caracas cuando lucías el otro disfraz, junto a otros muchos que cobraron forma inspirados en un deseo de realización que apunta hacia una dimensión distinta, menos inmediata, que me han iluminado el espíritu y proporcionado simple alegría. Y es con ese patrimonio acumulado a través de toda una vida, que nada tiene que ver con los calificativos que derramas irresponsablemente sobre todos quienes disienten del deseo tuyo y de tu camarilla de conservar el Poder a toda costa, te digo que no tienes ningún derecho a llamarnos agresores, enemigos, a pedir nuestra sangre, simplemente porque actuamos para que se respeten nuestros derechos. Lo haces porque hablas de gente sin cara precisa, metes en el mismo saco a todo el mundo para no reconocer las facciones de quienes una vez respetaste.

Aquí tienes una cara que puedes reconocer y te hace preguntas que son también angustiosas.

No tienes derecho a pedir mi muerte. Ni la de nadie.

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