Palabras, palabras, palabras…
Cuando me dispongo a escribir estas líneas, no puedo por menos que recordar una canción con la que a principios de los setenta, la cantante italiana Mina ocupaba todas las listas de éxitos. El tema nos contaba la historia de una mujer desengañada que a los apasionados requiebros de su amante, respondía una y otra vez: “Parole, parole, parole…”. Palabras, palabras, palabras.
A instancias del progresista ZP, el 3 de marzo de 2010, se promulgó la Ley Orgánica de salud sexual y reproductiva, y de la interrupción voluntaria del embarazo. Una Ley en virtud de la cual, una niña de 16 años, puede legalmente abortar sin conocimiento de sus padres.
Esta reforma, promovida por el PSOE, recibió las críticas y el voto en contra del Partido Popular.
Palabras, palabras, palabras.
No fue esta precisamente una Ley que suscitara un consenso generalizado, ya que se aprobó con 184 votos a favor, 158 en contra —a los votos del PP, se unieron los de miembros de otros partidos como Coalición Canaria, UPN, UPyD y siete diputados de CiU— mas una abstención.
Como resultado de la sanción de esta Ley, el PP, entonces en la oposición, e interpretando el sentir de su electorado, interpuso un recurso contra varios preceptos de la misma ante el Tribunal Constitucional, el que por cierto, desde entonces, aún no se ha pronunciado. Así, mientras se siegan vidas de inocentes, quienes estamos a favor de salvarlas, solo escuchamos…
Palabras, palabras, palabras.
Desde que a instancias del PSOE se despenalizó el aborto en 1985, se han segado casi dos millones de vidas inocentes. Concretamente, según datos del Ministerio de Sanidad, en 2012 se practicaron en España 118.359 abortos. Casi 325 vidas se truncaron cada día. Mientras se sucede esta inmensa matanza, nuestros insignes dirigentes, parlamentan en el parlamento —es un decir— lanzando sus fachendosas soflamas de las que como la zorra de la fábula de Samaniego, después de escucharlas, cabría decir: «Tu cabeza es hermosa, pero sin seso», porque muchas de sus señorías, aunque se comporten con ostentosa afectación, no son más que meros figurantes. Meros bustos, pero sin seso, carentes de voluntad, sin más criterio que el de la sumisión a la jerarquía para conservar el escaño. Mientras tanto, aquellos que sí tenemos criterio propio y estamos en contra de la cultura de la muerte, a unos y a otros, solo les escuchamos huecas, retóricas y fementidas…
Palabras, palabras y palabras.
Si mal no recuerdo, fue el propio Mariano Rajoy, entonces jefe de la oposición, quien ordenó recurrir esta ley ante el Tribunal Constitucional y dispuso que en el programa electoral se incluyera la defensa de la vida del no nacido y el apoyo a la mujer embarazada, como signos inequívocos de la identidad política del PP.
Por esta y otras razones que se sustentan en la esencia sociológica, histórica y cultural de España, el partido que sostiene al Gobierno recibió los votos de casi 11 millones de españoles en las elecciones generales de 2011.
Cuanto arrojo se muestra al prometer para ganarse el voto de los crédulos de buena fe y cuanta cobardía asoma por miedo a perderlos. El PP se lo ha pensado sosegadamente. Ha tardado tres años en disponer de un proyecto de Ley, que naturalmente, pusiera lo que pusiera, la izquierda española lo iba a rechazar. ¿Es posible el consenso entre el bien y el mal? ¿Entre lo justo y lo injusto? ¿Entre la cultura de la vida y la de la muerte? ¿Es que de estos fundamentos ideológicos no era sobradamente consciente el Gobierno? Entonces ¿Para qué todo este tiempo y este teátrico? ¿Para que al final el gran gurú del PP, esposo de una conocida proabortista, que por cierto no sé lo que pinta en ese partido, aconseje al Presidente del Gobierno la retirada del proyecto por temor a una sangría de votos si se seguía adelante con el mismo? Un proyecto de Ley que, convicciones morales aparte, no hace más que dar cumplimiento al mandato del artículo 15 de la Constitución española que reza así:
“Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes…”
El mandato constitucional ampara a “Todos”[i] sin hacer ningún tipo de excepción. Y yo me pregunto y pregunto: ¿Qué clase de ideología es aquella que promulga unas leyes que protegen celosamente a los animales—lo cual me parece bien— y aprueba otras que amparan la amputación de la vida de seres humanos en el claustro materno? ¿Acaso no es una tortura; acaso no es un trato inhumano y degradante atentar contra la vida de un feto indefenso en el útero en que se encuentra implantado?
El derecho a la vida, es el fundamento básico del que se derivan los restantes derechos —si no hay vida no puede haber otros derechos— y como tal, la misma se preserva añadiendo el derecho a la integridad personal, en su doble dimensión física y moral, garantizando así la plena inviolabilidad del ser humano.
Resulta incuestionable por tanto, que cualquier otro derecho que no respete el derecho a la vida o a su integridad física y moral, debe ser inconstitucional.
Nuestra Constitución vigente, nos podrá parecer buena o mala, acertada o errada, apropiada o desajustada, pero mientras no se modifique debe ser respetada, asumida y observada en todos sus términos. Por tanto, insensata, miope y sesgada interpretación de la realidad legal, sociológica y política española, si el sempiterno asesor sociológico del PP piensa que por continuar con la tramitación de un Proyecto de Ley que se sustenta y desarrolla nuestra Norma Suprema, el partido del que cobra anualmente un millón de euros, habrá de sufrir una sangría de votos.
Es comprensible que el instinto de conservación del Gobierno y de los culpables de esta vergonzosa renuncia, encuentren inauditas excusas para justificar su retirada. La mera comparación de lo conseguido en los tres años de su mandato con las promesas inicialmente proclamadas, es dañina para los regidores responsables de esta vergonzosa claudicación.
Si el PP ha decidido dar la espalda a los principios en los que cree su electorado, ¿Dónde podrá encontrar este apoyo para ver satisfechas las expectativas de sus valores? ¿Cómo es posible una ética de la personalidad en un mundo de valores contradictorios en el que cuestionamos todos los fundamentos que dieron origen y vida a nuestra civilización?
Son aquellos que mueven los hilos del guiñol quienes han decidido sacrificar los fundamentos sobre los que durante siglos se ha asentado nuestra existencia y someterse al pragmatismo de los intereses coyunturales de sus objetivos, enmascarando la cruel realidad de sus intereses tras engañosas cuestiones semánticas. Así la tragedia que siempre constituye un aborto, parece menos brutal si la denominamos “Interrupción voluntaria del embarazo.
Palabras, palabras y palabras.
Ahora, tras la despavorida retirada del proyecto de Ley que a instancias del propio Presidente del Gobierno había redactado el Ministro de Justicia, no sé si se producirá la sangría en las urnas. De lo que sí estoy seguro es que se seguirá produciendo en el seno de esas madres que preferirán que alguien despedace al hijo concebido, antes que asumir el destino, que como mujer, la naturaleza le ha deparado. Ser madre. Una inigualable prueba de amor como es que su corazón camine permanentemente fuera de sí misma, a cambio de vivir para siempre en el fruto de su cuerpo.
En resumidas cuentas: como el que cambia cromos por canicas, aquí se han cambiado vidas de seres inocentes, por supuestas expectativas de voto.
Está claro que las promesas de los políticos son como las nubes de viento que carecen de agua.
[i] El diccionario de la R.A.E., en su primera acepción define el vocablo “Todo” como “Dicho de una cosa: Que se toma o se comprende enteramente en la entidad o en el número”. Su sexta acepción lo explica como “Cosa íntegra”. Más adelante precisa: “Entera, absolutamente, sin excepción ni limitación”.