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Pagando la imprevisión

Entre 2004 y mediados de 2008 los precios petroleros experimentaron un sostenido e intenso crecimiento, generando sólidos aumentos de los ingresos públicos. Ello llevó al gobierno a implementar una política de gasto fuertemente expansiva, inyectándose a la economía ingentes recursos que expandían la oferta de dinero y estimulaban el consumo y la producción, traduciéndose esto en una bonanza económica.

En ese lapso, y en los años que siguieron, se desató un despilfarro de recursos que a la larga generó enormes déficits públicos, los cuales fueron financiados por el BCV a través de la creación masiva de dinero sin respaldo o a través de la contratación de deuda. Esas erogaciones se realizaban no solo a través de la ejecución presupuestaria ordinaria, sino también a través del manejo de fondos que eran administrados al libre arbitrio del Poder Ejecutivo, sin rendir cuentas a nadie, ni responder a ninguna planificación o presupuesto. Uno de ellos era el Fonden, que en tan solo ocho años recibió más de 120 millardos de dólares a través de ingentes transferencias de recursos de Pdvsa y de reservas internacionales del BCV. Ello, combinado con un corroído control de cambios vigente desde 2003, permitió la materialización de corruptelas de todo tipo, que se tradujeron en robos de fondos públicos por montos inimaginables. Solo para dar una idea, a comienzos de 2013 funcionarios del más alto rango declararon que de los más de 50 millardos de dólares que en 2012 se le habían asignado a Cadivi, la organización que manejaba el control cambiario, cerca de 20 millardos habían ido a parar a empresas fantasmas.

Adicionalmente, las finanzas de Pdvsa fueron severamente afectadas, obligándosele a financiar múltiples y costosísimos programas sociales que nada tenían que ver con su actividad medular, y forzándosele a destinar un creciente número de barriles de exportación al pago de la deuda con China, y al envío de altos volúmenes de petróleo subsidiado a países con los que se han celebrado convenios de cooperación energética, incluyendo a Cuba, a la que se le ha suministrado cerca de 100.000 barriles diarios, que son compensados a través del envío de médicos cubanos para atender la misión Barrio Adentro. No obstante, los altos precios petroleros del período 2004 hasta mediados de 2008 y, nuevamente, entre 2011 y junio de 2014, generaban muchos dólares que velaban la deteriorada situación financiera de Pdvsa y el riesgo de una caída abrupta de ingresos de divisas, de las que tanto dependemos. Esa situación cambió en la segunda mitad de 2008, cuando se desplomaron los precios debido al estallido de la crisis financiera de ese año, así como en el lapso que comenzó en la segunda mitad de 2014 hasta nuestros días, cuando los precios volvieron caer, pasando de 99 dólares en junio de ese año a tan solo 25 hoy.

La historia nos ha enseñado que, así como los precios petroleros suben súbitamente, estos también se desploman, por lo que hay que ser precavido, aplicando políticas económicas prudentes y ahorrando parte de los ingresos adicionales en los buenos años petroleros, para contar con recursos con que mitigar los menores ingresos en los períodos de bajos precios. Esa recomendación, que repetidamente le dimos varios economistas al gobierno, —no solo al actual, sino también a los anteriores—, fue reiteradamente desoída. Pues bien, esa imprevisión la estamos pagando muy cara, ya que, en vez de haberse creado un robusto fondo de estabilización macroeconómica y haberse implementado políticas sensatas en los buenos años petroleros, lo que se hizo fue despilfarrar, acosar y destruir buena parte del sector productivo privado, expropiar y expoliar empresas que al pasar a manos públicas se volvieron ineficientes, y poner a la economía a depender más que nunca de las importaciones. Ello nos ha condenado a padecer una escasez extrema, una inflación galopante, un empobrecimiento crítico y una depresión económica asfixiante.

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