Pacientemente esperaré
Quizá la espera es una de las cosas más simples de la vida que se ha ido convirtiendo para nosotros, los humanos del siglo XXI, en uno de los actos más difícil de llevar a cabo. Irónicamente, nuestra cotidianidad está repleta de momentos de espera. Esperamos en el tráfico, esperamos en las líneas de personas que se hacen para solicitar servicios de diversas índoles, las llamadas ‘colas’; esperamos también ‘en línea’ por innumerables acciones que llevamos a cabo en el mundo de la virtualidad. Esperamos en el ‘salón de espera’ en un aeropuerto, en el consultorio de un odontólogo o un médico. En fin, hay miles de maneras en las que diariamente somos sometidos a esos tiempos donde el verbo a conjugar se llama “esperar”.
Sin embargo, somos una sociedad caracterizada por la antítesis del esperar, pareciera que somos irremediablemente impacientes. Vivimos en la sociedad de la inmediatez, hemos escuchado cientos de veces que tal o cual cosa está tan solo al alcance de un ‘clic’. Y ciertamente, son innumerables las transacciones que podemos hacer con ese clic y, casi infinita la información que podemos obtener. No obstante, el esperar es parte de la vida de nuestra sociedad. No importa cuanto nos afanemos en ir al ritmo del acelerado segundero de nuestros relojes, siempre, de una u otra forma, llega el momento en el cual aunque no queramos, debemos detenernos.
De igual manera, la existencia humana, la vida individual, la familia y la vida de una nación están determinadas por procesos que se suceden en el tiempo; así como en los ciclos de la naturaleza el tiempo es el mayor de los artífices, también nuestras vidas están marcadas por la acción del tiempo. Pero no hablamos ahora del tiempo que pasa y no podemos retener, el tiempo que se nos escapa como agua entre las manos. Hablamos del tiempo de esperar con paciencia, la ciencia de la paz.
Desde la visión neo-testamentaria la paciencia, en su significado más profundo, traducida del vocablo griego hupomone, se refiere a la fuerza interior que se produce como el resultado de una relación con nuestro Creador. No tiene la actitud de tristeza profunda de quien se resigna, sino la actitud de la esperanza mostrada en un espíritu valiente y luchador que vive la adversidad como aquel que siempre ve la luz al final del túnel. Paciencia es ejercitar la paz, desarrollar la resiliencia, descubrir en el proceso de la espera las capacidades con las que fuimos creados para persistir en el bien.
Ser paciente no significa cruzarnos de brazos a esperar lo que tenga que pasar. Paciencia significa resistir al mal, esperar haciendo el ejercicio de mantener el latido de nuestro corazón a un ritmo saludable, sin dejarlo morir de mengua por el fatídico pensamiento de no poder hacer nada para cambiar las circunstancias; sin dejarlo estallar por el grito de la angustia, siempre acelerada. Esperar significa liberarnos en nuestra mente de ese llamado silencioso a entregarnos en los brazos de la tristeza amarga que nos atrapa en el lodo de la desesperación.
Lo más inspirador del significado del vocablo griego hupomone usado tantas veces por el apóstol Pablo en sus epístolas es que constituye el fundamento de toda acción de justicia, nos permite mantener una actitud sosegada cuando somos vícitmas del mal. Sin duda, Jesús mostró esta virtud cuando caminaba las polvorientas calles de Galilea. Al ser interpelado por los fariseos siempre tuvo una respuesta cabal para expresar su razón, mas nunca propició la guerra. Al darle respuesta a Anás, una de las autoridades religiosas de la época un soldado le propinó una bofetada a lo que Jesús le respondió: _ Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; pero si bien, ¿por qué me golpeas?
Nuestra amada Venezuela vive un tiempo de gran oscuridad, el mal se ha exacerbado a tal punto que nuestra capacidad de asombro pareciera haber llegado a su límite, así como la desesperación que nos arropa conduciéndonos por caminos torcidos. Ha sido larga la espera, el dolor ha lacerado a nuestra nación. Pero precisamente, ahora no es el tiempo ni de la desesperanza, ni de tomar atajos de caminos cortos que podrían ser muy largos. Pareciera que estamos olvidando que los verdaderos cambios se hacen visibles cuando ha habido detrás de ellos un profundo cambio interior, un verdadero cambio de rumbo.
Ineludiblemente, en el mundo podremos ser sometidos a toda clase de circunstancias que nos quieran empujar a correr a los brazos del desaliento y la turbación; pero, la paciencia es también sabia y sabe que el proceso de esperar el cambio externo, produce en nosotros un ser humano cada vez más virtuoso y excelso. Porque en cada proceso vívido con paciencia, en hupomone, Dios está haciendo su obra, como lo expresa de una manera hermosa el predicador en el libro de Eclesiastés en la Biblia: “Así como tu no sabes cuál es el camino del viento ni cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así también ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas”.
La paciencia no es estática, la paciencia sabe cuando detenerse y cuando avanzar; ambos dirigidos por la inteligencia espiritual que produce estar en amistad con Dios. La paciencia produce en nosotros la certeza de la soberanía divina, nos da la convicción de que los ojos de Dios están sobre la tierra para hacer su justicia. Cuando alguien ha desarrollado la virtud de la paciencia, de hupomone, ni la violencia del hombre, ni los poderes del mal pueden contra él; su coraje está fundamentado en la fuerza de su fe en Dios.
¡Esperemos con paciencia! De esta manera, en el tiempo deseado, podremos unirnos a la voz del Salmista para cantar:
Pacientemente esperé al SEÑOR,
y él se inclinó a mí y oyó mi clamor.
Me hizo subir del pozo de la desesperación,
del lodo cenagoso.
Puso mis pies sobre una roca
y afirmó mis pasos.
Salmo 40:1-3.
Rosalía Moros de Borregales.
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