Opiniones que matan
El ser humano en esta vida civilizatoria moderna, se maneja entre la “doxa”, sus opiniones, y el “episteme”, modelo o estructura del pensamiento que delimita el conocimiento que tenemos de los objetos y las relaciones en el mundo de la vida. El problema se presenta cuando esas opiniones chocan con el carácter ético y moral del mundo civilizatorio. Cuando condenamos y acusamos a alguien de acciones que suponemos son ciertas y nos sentimos con la fuerza y la razón de cuestionarlo y, en el peor de los casos, sentenciarlo.
La sentencia más infeliz es la que brota de la docta ignorancia, es decir, de la más calificada versión que se convence nuestro subconsciente de lo que es la realidad y todo cuanto rodea esa realidad. Uno puede pensar que alguien es “asesino” o “terrorista”, pero para esgrimir una sentencia que lo asuma en toda la extensión como verdad, debe cumplirse un protocolo que va desde las evidencias hasta el veredicto de una instancia judicial legítima de un sistema social establecido. El más “espalomado” abogado sabe que la verdad habla por las pruebas y no por el imaginario.
En el libro de Juan, del Nuevo Testamento, ese que vociferan todos y casi nadie lee, se deja una potente enseñanza acerca de este tema. Pero aproximémonos a él valorando la totalidad del escrito: “8 Pero Jesús se fue al monte de los Olivos. 2 Al amanecer se presentó de nuevo en el templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles. 3 Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo 4 le dijeron a Jesús:
―Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. 5 En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?
6 Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. 7 Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo:
―Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:1-7).
¿Qué enseñanza nos deja Jesús? Jesús no condenó a la mujer adúltera, pese a que le decían que lo era porque la habían visto en el acto, contraviniendo las creencias morales y sociales de los judíos, a quien defendía, y pese a contravenir lo que decía la ley de Moisés, la liberó y acogió: ¿Quiénes somos nosotros para condenar los actos de alguien? ¿Hasta qué punto nuestra opinión puede derrumbar y conquistar reinos? Todos, absolutamente todos, somos pecadores y nada cambiará esa realidad, salvo nuestra entrega y sumisión a Dios y a los preceptos de salvación escritos en su nombre. Ya Jesús nos salvó al morir por nosotros de aquel acto del pecado original, pero de los pecados que cometemos a diario nos salvamos nosotros buscando a Dios. Entonces: ¿puedo lanzar la primera piedra? ¿Estoy libre de pecado?
Nuestra sociedad a banalizado la opinión; hoy día cualquier opinión tiene un sentido yuxtapuesto a la verdad, no coincide con hechos o situaciones; se perturba entre el anhelo de lo que se desea que sean las cosas y lo que realmente las cosas son. Una sociedad que promueve la muerte para glorificar a sus héroes es una sociedad que no terminan de entender el papel del amor y la caridad expresados en la experiencia de vida de Jesús de Nazaret, por eso somos expresión de un mandato de vida que contaminamos con nuestra avaricia y nuestro miedo.
Hay, en definitiva, opiniones que matan pero quizás esas opiniones, al ser adjudicadas a una persona, terminan por ser posturas aisladas y tenues, sin mayor influencia que la de padecer sensaciones de misericordia y lástima por lo obtuso y banal de su mensaje; pero preocupa cuando esas opiniones toman forma de “episteme”, de constructo teórico que sin medir su impacto se asume como la verdad de una sociedad, de un sistema o de un Gobierno. Generalizar el tratado de la violencia a cambio de paz, es igual que sentenciar que la mejor paz es la de los cementerios. Cuando el gran manipulador de opiniones alemán Adolfo Hitler creó su episteme racista y segregador, con tendencia a un imperialismo continental, no estuvo solo, contó con adeptos, con pueblo que levantaba sus banderas. Si los aliados no hubieran detenido a Hitler, seguirían airando esas banderas.
En esa doxa profana y fértil de Hitler han quedado para la historia sentencias lapidarias: “…las grandes masas populares son más susceptibles a caer víctima de una gran mentira que de una pequeña…Es ilógico conceder la razón al vencido, el vencedor siempre tendrá la razón, es la razón que da la fuerza y ella es indiscutible…Desmoralizar al enemigo desde dentro, con la sorpresa, terror, sabotaje, asesinatos….ésta es la guerra del futuro”. Como se aprecia, la opinión de Hitler retumbaba y se llegó a convertir en episteme y llegó a profundizar el impacto certero del pecado.
En estos días de sumo dolor ante la pérdida de vidas humanas útiles, llenas de pasión e historia, invadidas de ilusiones y sentimientos hacia los semejantes y hacia la libertad plena de quienes vivimos en sociedad, es necesario cuidar el sentido y dirección de esas opiniones. Que no resuenen como petardos en los oídos de los débiles que aplauden como “focas” a falsos liderazgos; que sean opiniones prudentes y no por prudentes complacientes, sino prudentes en cuanto a no decir más de lo que no sabe. ¿Cuántos muertos deben tener una sociedad para entender que no está por el sendero adecuado, por la vía correcta? ¿Tendremos que desaparecer como generación para que venga otra que haga nuestro trabajo y consolide la anhelada unión? Mientras las opiniones sean convertidas en modelos aceptados como verdad no tendremos espacio para paz, y es lamentable que eso suceda cuando uno de los grandes líderes de nuestro pueblo, Hugo Chávez, lo dejó como legado y como principio revolucionario. Pero al igual que la “palabra de Dios”, los textos y discursos del Comandante Supremo la mayoría no los lee, y si los leen, se interpretan en el matiz del episteme, de ese pensamiento manipulado que, como decía Hitler, se le da a las grandes masas populares para que caigan víctimas de una gran mentira. Aún estamos a tiempo de no doblegarnos ante la paz.