Opinión Nacional

Yo tenía una luz

Tres apagones generales en menos de cuatro meses y los cientos que se suceden a diario a lo largo y ancho del territorio nacional, deberían convencer al gobierno de que es un pésimo productor, administrador y dador de electricidad y procedería dar marcha atrás en la ola de estatizaciones que ejecuta desde que Chávez decidió apretar el acelerador del socialismo del siglo XXI, y que, al parecer, solo se detendrá después que el comercio informal y lo que queda de la pequeña y mediana industria pasen a manos del Estado.

Experiencia que aun recuerdan con terror los habitantes de los países que durante el siglo XX militaron en la causa de la construcción del socialismo, fue la causa del colapso del imperio soviético y de que el capitalismo campee hoy, no solo en la Europa del Este, Rusia y China, sino también en las repúblicas exsoviéticas y Vietnam.

Un viaje de fin de semana por Cuba o Corea del Norte –los únicos países que se mantienen devotos a la utopía que pretendió establecer el reino de Dios en la tierra, pero para convertirla en un infierno- bastaría para que el más superficial de los observadores notara que se trata de espacios oscuros, con un servicio irregular de luz eléctrica, con apagones que se suceden una hora si y otra también y una estructura de producción y suministro de energía que literalmente se cae a pedazos.

Y eso que en el caso de Cuba, su aliado el socialista venezolano, Hugo Chávez, decidió arrimarle, a través de diversos convenios, petróleo subsidiado y petrodólares en abundancia para que se invirtiera en plantas generadoras, estaciones, postes y cableados, pero sin que hasta ahora, ni los cubanos residentes ni los viajeros sientan que se hayan experimentado mejoras en el servicio.

En otras palabras: que los daños que se generan con la estatización, el voluntarismo y la improvisación pueden ser irreversibles, o por lo menos, solo se recuperan en dos o tres generaciones.

Tal como estamos aprendiendo los venezolanos desde que Chávez inició el proceso de tomar las compañías privadas regionales y locales de suministros de alimentos, y tal como se siente en las ciudades y pueblos sin luz, o de luz intermitente, y se palpa en Caracas al otro día que Chávez decidió que la Electricidad de Caracas era “una empresa estratégica”, sus dueños una sarta de ladrones, el servicio pésimo y que solo el estado cumpliría el sueño de electricidad barata, eficiente y sin cortes.

Que es estrictamente lo que también ocurre en la CANTV, -aunque de manera menos notable por que una cosa es que se vaya la señal y otra la luz- en la SIDOR que aun no termina de ser totalmente estatizada, CEMEX cuyo precios aun se discuten y el Banco de Venezuela que al parecer no lo será.

De modo que, despilfarro y dispendio de recursos -que el país ya no tiene en abundancia y necesita para atender urgencia sociales- para la compra de empresas exitosas, o medianamente exitosas, que a lo sumo requerían mejorar su eficiencia y ser mejor reguladas, para que Chávez y sus socialistas digan que controlan al país, digan que son los amos de Venezuela y hagan de la energía el pretexto para decidir quien puede tener o no luz eléctrica en Venezuela.

El problema es que se trata de una minoría exigua que solo en la condiciones de una dictadura totalitaria de corte clásico puede hacer realidad la consigna de “después de mi el diluvio” y sujeta el examen y sanción de los espacios democráticos que aun persisten y, a través de los cuales, se demostrará el rechazo a la política de destrucción nacional que ya va por la producción y suministro de alimentos, la prestación de servicios como la electricidad y los teléfonos, la toma de empresas como Sidor y CEMEX y pronto alcanzará los bancos y otras instituciones financieras.

El 23 de noviembre será la cita del arreglo de cuentas y ojalá Chávez entienda que el colapso del socialismo real y el fin de la Unión Soviética también se conocieron por estas tierras.

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