Opinión Nacional

¿Y si todos huimos o nos vamos?

A mis hijos que están allá y aquí. Siempre en mí. Y a las mamás que sueñan con la felicidad del hijo.

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    Desde que el hombre se dividió en tribus, razas, y antes, desde cuando tuvo hijos cada par, mujer y hombre eran, fueron, son, serán, recurrió   el ser humano a los éxodos, a las fugas, las huidas,  los exilios.  No se si exactamente, en el primero de los casos, para escaparse de las aberraciones del poder o  huir para ir a buscarlo  a fin de derrotar a aquel de quien se huye, o como, para el segundo de los casos, tal como con  sabiduría dice el texto bíblico, sin objeción alguna, los hijos han de abandonar a sus padres para poder ser padres, para poder crear y cada quien engendre y construya su propia familia y  hacerse en ella con su mujer y crear y criar hijos(Génesis).

Cuan sencillo es comprender la alegría y el miedo de esta sabia sentencia; porque, da miedo el riesgo y  nos asusta la aventura. Nuestras hijas no se casan jamás con San José que fue único, ni con un émulo suyo,  indiferente e insensible y ajeno a los afanes y amares de su mujer, pues, entonces, sería un ser inhumano, que jamás ama, que no pasa  de la cortesía, que no le importa si otro está en su lugar, solo reclama que la mesa y  la cama estén servidas, el absoluto laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même. Amar es compromiso, entrega, participación, asumir los riesgos que el amor reclama, incluyendo el que por amor a la verdad los echen.

Tampoco deseo para mis hijos una mujer como la primera Santa Rita de Casia. Prefiero la rebeldía consciente, que es el alma de la libertad, como del amor y la verdad, la crítica. Y si la desgracia o alguna fatalidad a mis hijas les tocase un ser como Abraham procuraría con mis medios todos anular el casorio. Las esposas no son para entregarlas a los reyes, faraones, presientes,  y de ese modo garantizarse beneficios con ellas, sobre ellas.

    Pero los éxodos de esta tierra de hoy son demasiado amargos, más dolorosos, más hondos de tristura repletos. Huyen no solo por las atrocidades del poder, el terrorismo de estado, la inmundez sin límites del lenguaje del presidente, la perversión que les impone hacerse esclavos y, además, fundamentalistas, sino tienen que irse porque no los dejan ser ellos, porque les imposibilitan ser  como cada uno es y como cada uno va creciendo para mejor ser. Dios ayer ordenó a José que se llevara a María y al niño Jesús para que Herodes no lo asesinara… pero le dijo a donde ir, les preparó el viaje, les dio el avío repleto, y allá donde estuvo, en Egipto o en Persia o mas lejos, estaría bien, y tendría maestros para que le llenaran de sabiduría su alma y de amor su consciencia para que, al regreso y, en lugar de venganza, como ocurría antes, trajera el amor, como la redención, la salvación del hombre y, juro, de todo el universo.

Aquí no hay ángeles que guíen ni alumbren el camino para no perderse en larga travesía. Nada en la faldriquera es lo único que llevan. No dispuso Dios un lugar para esperarlos y para el descanso, el solaz, el crecimiento, el trabajo, la libertad de ser haciéndose. Se van íngrimos y solos a lugares mejores, quien  lo puede dudar, pero tienen que al llegar y, con suerte, pasar por el purgatorio cuando por desdicha no caen en el infierno. Un lengua distinta, y por muy bien que conozcan la ajena, no podrán sonreírse, cantar, beber, vivir en ella. Una cultura diversa, donde tal vez sin darse cuenta la obediencia sea condición para sobrevivirla y conseguir placer, a escondidas, en ella.

Unos ojos los miran con dosis de desprecios y muchas manos tienen miedo, a su vez, de que las manos vírgenes que traen los inmigrantes, colgando de sus cuerpos que tiritan de miedo, las de nuestros hijos, recorten, sin proponérselo, las de ellos. Pocos son, muy pocos, los que al llegar allá alguien está a la espera y por sus cualidades, habilidades, saberes son útiles al trabajo, a la ciencia, al arte. Pocos son y aun siendo buenos por sus capacidades, y muy pocos suelen ser muy buenos,  han de pagar ser negros, morenos, sudacas, chicanos, en fin, en fin, extraños, extranjeros.

Extranjeros, en su mas duro ser, ser ajenos a aquellos y por eso, no solo por las desgracias del racismo, sino hasta por eso, por biología, no exagero, los genes culturales de esas sociedades los rechazan, les resultan ajenos, cánceres, cuando menos y hay que cuidarse, ellos así lo afirman y firmemente lo creen y otros, mas generosos, muchos, huyen de cada quien que no es como ellos y en años así se los dijeron que eran ellos y ellos lo creyeron, digo verdad, lo creen. Entonces hay acuerdos entre todos esos, hay consenso sin palabras entre ellos, pero en sus decisiones son perfectos, aventarlos muy lejos, bien porque no sirven según sus exigencias bien porque sirven más que ellos. Es la inconsciencia que así domina y reina desde hace tanto y largo tiempo.

    Mas que irse, huyen  con la desgracia de fugarse sin haber hecho daños, cometido delitos, salvo el de pensar, el de querer hacerse y de servir y el de poner en duda que este modelo sea útil para algo bueno. Huyen no porque el horizonte se haya ido más lejos sino porque aquí no hay nada más allá que estas sombras sin túneles donde posible sea encontrar la luz y hallar el tiempo. Otros se van porque queriendo aquí prestar sus saberes, conocimientos y oficios, no hay donde poder construir con ellos.

Todo se destruye, la razón asaltada y los espacios recubiertos de muerte donde ya nada nace ni la memoria alcanza poder ver allí otros tiempos, los del ayer sembrados de recuerdos, los del mañana imposibles de hacerlos. Estos, que aquí no pueden ejercer sus oficios, tienen posibilidades de vivir con menos amarguras su soledad allá lejos, pero alcanzan las satisfacciones que les da el dinero. Lo dijo un sabio en su casa tal como si hablase Confucio a sus discípulos. Ocurrió en Valencia, como si se escucharan ecuaciones o se descifrase lo perfecto según son los versos de Valery.

Allí también se oyó, en la más calificada densidad académica, con tanta hondura que aún me tiembla el alma por el peso de tan grave verdad, que quienes no pueden irse, tienen que permanecer amarrados y para ellos se construye su entierro sin resurrección posible después de ello. Son esos muchachos miles que se les hace médicos, periodistas, maestros, abogados, profesionales todos, sin conocer su oficio. Se calló para no hacer mas hondo el cementerio. Ellos serán esclavos de este amo siniestro, pero, a diferencia de aquellos que Espartaco tuvieron, estos se metamorfosean y se creen doctos doctores sabios y pretores del amo y vomitan como si dogmas de fe fueran los discursos de su Supremo líder, su superior maestro.

La trampa es simple, añade, los pobres, los más pobres de espíritu, dinero, saber, conocimientos, arte y sueños viven la felicidad de su miseria y gozan del infierno como si disfrutasen del paraíso, pero, además, no pueden irse, porque no tienen a donde ir ni qué llevar para el viaje y, si se fueran, su destino será ser limosneros, se quedaron y quedarán per se. Es beber gotas de agua en espejismo y seguir y seguir hasta llegar al oasis que no alcanzan, pero hecho fe, los conforta su existencia de ficciones cada vez y cada vez más lejos y cada vez y más veces con la ilusión hecha creencia de poder alcanzarlo. Así dijo. La sabiduría y la prudencia, hacen que guarde silencio y en el silencio viva su palabra para ser oída tan solo en sus lecciones de cuidados intensos.
 
Y, ¿entonces? Nada se que responder. No tengo la sabiduría de esos maestros que me abrieron los ojos para ver mas lejos en las tertulias de Valencia, a propósito de estos encuentros donde el azar nos pone en el camino de encontrar lo bueno, sabio, bello. Empero, me atrevo a señalar primero mi tristura. Un hijo que se fue y por esas cosas que uno bien conforme siempre exclama de respeto colmado, la voluntad de Dios dispuso eso. Y así fue, se fue un 15 de mayo sin regreso. Es distinta su ausencia, pero no la distancia pesada de estar tan lejos. Gustavo, su nombre de imborrables recuerdos de amigo, con su trombón de vara cantando y contando, como un niño travieso, se fue, que no se fue, nada se de eso, anda por ahí conmigo, poniéndole la música a mis versos y amando a quien yo amo. Gerardo, en Canadá, allí ha tenido el triunfo de su sabiduría, sus conocimientos. Su mayor logro, haber concursado contra 480 ingenieros agrónomos y escoger tan solo a uno para  ejercer tan preciado oficio. Cómo no celebrar, no expresar la alegría que ello provoca, aun cuando nada tuve que ver en todo eso. Fueron sus méritos, suyos, tan suyos, por su conocimiento  científico, técnico y domino ético de su oficio. Lise, en Suiza, con su marido e hijo, en permanente y constante crecimiento, sin jamás doblegarse, capaz, sin pares cerca de su oficio, con su familia transita hidalga superando los tropiezos propios de las dificultades que las circunstancias imponen. Cómo no celebrarlo, cómo no cantar esta alegría y como con Gerardo, sin que su papá nada pudiera haber aportado para hacer más liviano el trayecto. Y ahora Simón, cómo poder hablar con propiedad mas allá de lo que por él hablan sus hechos. La música, su mundo; su destino, su familia en sus manos y en su amor por ellos; su patria, su región, su mejor aventura y mejor sueño. Son sus logros, la conquista es de sus empeños. ¿Se irá también, porque como a los otros se les niega el espacio para hacer lo recto, lo digno, bueno y bello sin doblegarse? ¿Se irá para evitar que  lo alcancen los verdugos? Del resto de mis hijos no hablo, están aquí y a su modo cada quien vive por sí, por sus amores y sus sueños. Cada uno, cada una, luchando sin descanso para mejores ser. A veces también los acompaña el miedo, pero ¿cómo salir de él? Lo resuelven y vuelven a empezar.
   
Hube de contar esta historia para que el lector comprenda que nada fácil me es tocar este tema. Pero quizá lo cuente porque como papá y a tantos papás se nos va de las manos el mundo y no sabemos como ponerle freno a la caída. Porque quizá pueda decir con Andrés Eloy cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos del mundo y cuando los tenemos a todos cada uno de todos es nuestro propio y verdadero hijo.

No es fácil pues, decir mas de cuanto arriba he dicho, solo que quiero compartir con cada papá, mamá, abuelo, tío,  que vive cada uno las mismas angustias, que cada tarde, cada instante asaltan a su hijo o a un vecino, y aun peor, ese inmenso terror, ese pánico inmenso de no estar seguro de que volverá el hijo que fue a la escuela, al liceo, a la universidad, al mercado, que en el autobús  encuentra a quien, sin mas, matarlo puede para quitar su teléfono y de ese modo no dejar identidad en memoria de su ser inicuo. Que no pueden darse un beso de amor primaveral, con los ojos cerrados para no ser vistos, en los cines o en el parque más bello. Los asesinos que matan por el placer de ver el muerto, sin sentimiento alguno que durante tiempo hemos creído propios de los humanos, andan sueltos y exhiben en cada mano y en sus miradas lo siniestro. Habrá entonces que irse para así evitar eso que en “trailes” brevísimos he dicho?
   
Se, por esas cosas de los “estudios” hechos, que por haberse ido los cubanos a Miami, sus éxitos allí alcanzados, a como dio lugar y peores cosas, que feas muchas hicieron,  lograron aferrar a Fidel y al parecer solo Dios, si tiene tiempo, logrará que se vaya por un tiempo. Hay santeros, de esos que asesoran a Chávez y a Fidel, que a ambos les prometen vida eterna o si por error mueren, les garantizan la resurrección. El mismo cuento se repite en todas partes que en el mundo han sido donde se está obligado a vivir muriéndose, porque la libertad se ha muerto.

Los dictadores viven y alimentan de la ausencia de los seres libres, del silencio de los que piensan y desvelan pero se callan por la necesidad de su bien propio y el de su familia, amigos, parientes, poniendo sobre sí su amor primero y luego amar al prójimo como a si mismos. Evitar la tragedia de los hijos. Irse es, pues,  correr otros riesgos. ¿Dónde se está peor? La respuesta pasa por resolver el qué haremos allá y previa a ella, que hacemos aquí. Recuerdo un gran ejemplo, cuando Hitler, un alemán muy joven, se fue, se marchó de Alemania y “traicionó” a su patria. Se hizo soldado de tropas extranjeras que combatían de mil modos al monstruo. Willy Brandt fue ese héroe que al traicionar a Hitler llenó de bendiciones y libertad a la humanidad y de alegría a los cielos. Afuera tenemos la posibilidad de escoger entre ser un cubano maiamero o emular a Willy Brandt y, en ambos casos, a pesar de lo abismal diverso, siempre, siempre, se será extranjero.

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