¿Y si no está enfermo?
En sus Runrunes del jueves pasado Nelson Bocaranda dijo que la reaparición de Chávez en vivo tras días de reposo absoluto «le permitió revivir todo tipo de especulaciones donde la más popular volvió a ser la que pone en duda, tanto para sus seguidores como quienes se le oponen, la enfermedad cancerígena que lo acosa desde hace más de un año».
Yo me pregunto ¿cómo no ponerlo en duda?… Si algo me ha enseñado Chávez en estos larguísimos catorce años es a no creerle ni el Credo rezado de rodillas. Y si algo me enseñó mi exmarido, que es un brillantísimo gerente, fue a plantearme la mayor cantidad de escenarios ante una eventualidad. Él fue la única persona que conozco que a principios del paro petrolero formuló la pregunta que casi nadie se hizo: «¿qué pasa si Chávez aguanta el paro?». La repitió a amigos y conocidos. Cuando le respondían que era «imposible» que eso pasara, él repreguntaba: «¿Y qué pasa si lo aguanta?». La historia le dio la razón.
Con este mismo raciocinio me siento en la obligación -como opinadora y como ingeniero profundamente cartesiana- a plantearme metódicamente la duda que se desprende del misterio que ha rodeado la enfermedad presidencial: ¿y si no fuera verdad que tiene cáncer?… ¿si todo fuera un vil manejo de la noticia?… ¿es esto un teatro con fines electoreros?
No es tan descabellado como pudiera parecerlo. Una persona con ciertos escrúpulos al rompe argüiría que «con esas cosas no se juega». Pero Chávez nos ha demostrado que él juega de muchas maneras, la mayoría no limpias. Por eso no le creo y por eso pongo en duda que esté tan enfermo. En la cadena del martes pasado se veía bastante saludable. Me cuesta creer que alguien con un cáncer terminal se exprese con tanta energía y tanto odio.
No me extrañaré entonces si en un par de meses sale anunciando el «milagro». La gente le creerá, ¿cómo no creerle, si todos, chavistas y opositores, dicen que tuvo cáncer? Lo atribuirá al Cristo de La Grita, a la Virgen de Coromoto, a José Gregorio Hernández, a María Lionza y a los espíritus de la sabana. Dirá con su habitual desparpajo que «ellos» lo escogieron para que conduzca los destinos del país per saecula saeculorum. Será el «ungido», el «elegido», el «único».
Si esta elucubración resultara ser cierta, ¡que Dios nos agarre confesados!