Opinión Nacional

¿Y ahora qué? Venezuela en la encrucijada

Las furibundas declaraciones del presidente de la república declarándole la guerra a la oposición democrática y amenazando con dejar caer rayos y centellas sobre alcaldes y gobernadores electos con sólidas votaciones en elecciones a las que se presentaron sorteando todos los escollos imaginables y con los escasos medios con que puede contar una oposición perseguida, acorralada y sometida a los más desaforados abusos presidenciales no auguran nada bueno. Presagian la decisión del teniente coronel por insistir en sus trece, así haya sido castigado por el pueblo con un rechazo a su gestión que con absoluta razón alguno de sus seguidores considerara «un voto castigo». Con un portazo a los intentos por alcanzar algún acuerdo de gobernabilidad y la descalificación continuada a quienes cuentan con más de la mitad del respaldo ciudadano, Hugo Chávez cree poder afianzarse en el Poder. Sucederá exactamente lo contrario: se alienará el respaldo de aquellos que apoyándolo, son renuentes al clima de guerra que respiramos. Se quedará con los más fanatizados. Una minoría que irá menguando a medida que crezcan las dificultades que, inexorables, se avecinan.

Sólo un dirigente político ciego y sordo ante los crudos hechos de la realidad puede asumir el comportamiento que hoy exhibe el presidente de la república. El crecimiento de la votación de la oposición en los sectores más populares de Caracas – primer síntoma de los cambios en la rosa de los vientos políticos de la república desde tiempos inmemoriales – es exponencial. Cuadruplica y hasta quintuplica la votación obtenida en 2004. Expresión de la creciente desafección que encuentra la gestión del gobierno y las crecientes simpatías hacia una oposición que persevera en su trabajo de base. Tal tendencia, que bajo condiciones normales y contando con árbitros imparciales y respeto a las normas constitucionales hubieran conducido a una auténtica debacle del chavismo a nivel nacional, se acentuará indefectiblemente. La popularidad presidencial, soportada por los fastuosos precios del crudo durante los últimos meses, decrecerá en relación proporcional a su caída y la consecuente merma en los ingresos fiscales.

Cincuenta mil millones de dólares se gastaron en importaciones durante el año en curso. Particularmente alimentos, de cuya importación la economía venezolana se ha hecho crónicamente dependiente durante el actual período de gobierno. La caída del precio del barril de 122 dólares – precio que alcanzar el crudo venezolano en junio pasado – a los 39 dólares a los que se cotizara este viernes 28 de noviembre supondrá, por ahora, una merma en los ingresos fiscales de 35 mil millones de dólares. Este verdadero shock de nuestra capacidad adquisitiva será experimentado por los venezolanos en toda su crudeza a partir del segundo trimestre del 2009, pues hasta entonces los ingresos serán cubiertos con las ventas a futuro que llegan hasta los meses de febrero-marzo. Las consecuencias serán inevitables: caída en los flujos de caja, incapacidad importadora, agotamiento de las reservas internacionales. El régimen se verá obligado a dos medidas de extrema peligrosidad: aumento de los precios de la gasolina – hoy a dos centavos de dólar el litro – con el consiguiente encarecimiento del transporte y el subsiguiente de todos los productos de consumo. Y una fuerte devaluación. Con la inflación consiguiente. Venezuela tendrá que enfrentar a partir de mediados del año 2009 graves conflictos sociales, que pondrán seriamente a prueba a todos los actores políticos enfrentados.

Dada la disposición al diálogo mostrada por todos los sectores oposicionistas, desde las recién electas autoridades regionales hasta empresarios y partidos políticos, lo lógico para el presidente de la república sería responder con un cambio profundo en la orientación de sus políticas que apuntara hacia la concertación de voluntades. Nadie discute su legítimo derecho a gobernar hasta el 2012. No es poco tiempo: corresponde al que tendrá el recién electo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, para sacar al país de la grave crisis financiera global. Embriagado por su desmedida e ilimitada ambición, el presidente prefiere ahondar las contradicciones y prepararse para librar una guerra frontal con el fin ilusorio de triturar a la oposición, impedir el gobierno de las recientemente electas autoridades regionales opositoras, quitarles el pan y el agua y avanzar en su proyecto de reforma constitucional para asegurarse el derecho a gobernar de manera vitalicia.

Imposible no considerar que Hugo Chávez sufre de serios trastornos emocionales y una creciente pérdida de su capacidad cognitiva. Nadie en su sano juicio provoca su propio desastre, así la conseja afirme que Dios ciegue a quien quiere perder. Aún le queda campo de maniobra como para recuperar su descalabrado liderazgo. Para hacerlo debiera demostrar que en su corazón antes que su propia ambición está el país. Y antes de su reelección la sanidad nacional. Dios lo ilumine.

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