Xavier Zubiri (1898-1983)
LA VOZ DE LA INTELIGENCIA SENTIENTE
Junto a los numerosos pensadores que se especializan en cualquier rama del saber o de las ciencias humanas, emerge un filósofo (sin duda, una de las cabezas pensantes más sobresalientes de la Península), que se mantiene apartado del mundo político-social para consagrarse estrictamente a la reflexión metafísica y antropológica: Xavier Zubiri. Perteneciente a la tradición de los especulativos puros y dotado de una inmensa cultura científica, teológica y filosófica, fue un hombre de primerísimo rango, cuya aportación merece ser comparada con la de los más grandes maestros del siglo XX de la filosofía mundial.
Pensador difícil y sin ninguna concesión literaria. Zubiri resulta inclasificable. A fin de plantear los problemas filosóficos de un modo válido y captar los sistemas que se proponen responder a ellos, Zubiri se dedicó a adquirir previamente un extenso conocimiento científico, así como de la historia de la filosofía. En el dominio científico se inclinó por las ciencias de la naturaleza y, particularmente por la física nuclear, la astrofísica y la biología molecular; pero se familiarizó igualmente con las ciencias humanas muy especialmente con la psicología de Durkheim, así como con la historia. En el plano de la historia de la filosofía, Zubiri ha estudiado principalmente a Sócrates, los escolásticos, Suárez, Descartes, Pascal, Kant, Comte, Bergson, Brentano, Husserl, Dilthey y Heidegger. A esto hay que añadir un profundo conocimiento de teología.
Xavier Zubiri y Apalategui nació en San Sebastián el 4 de diciembre de 1898, siendo por tanto de la verdadera generación que nace en el 98, García Lorca, Vicente Aleixandre, Concha Méndez, Victoria Kent, Juan José Domenchina, César Muñoz Arconada, Rosa Chacel y José Díaz Fernández. Zubiri vivió en Madrid desde siempre. Tras sus primeros estudios con los Marianistas, estudió filosofía, entre 1918 y 1920, en la Universidad Central, bajo la dirección de Ortega y Gasset y de Zaragüeta. Siguió después los cursos de la Universidad de Lovaina y de la Universidad Gregoriana de Roma, donde se hizo sacerdote y obtuvo el doctorado de teología. En 1921 se doctoró en filosofía por la Universidad Central; posteriormente emprendió viajes de estudios complementarios a Alemania, Francia; Italia y Bélgica. Reducido a petición propia al estado laico, se casó con Carmen Castro, la célebre mujer de letras, hija de Américo Castro. En 1926 ganó la cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad Central, donde enseñaría hasta el desencadenamiento de la guerra civil, con una interrupción de 1928 a 1931, en que se dedicó a ampliar su formación: en matemáticas, en física, en biología y en filosofía clásica.
De 1936 a 1940, Zubiri enseñó en el Instituto Católico de París, al tiempo que se iniciaba en lengua orientales y frecuentó a los grandes hispanistas (como Jean Sarrailh, Marcel Bataillon, etc.). De vuelta a España, encontró su puesto, como el del resto de los profesores de antes del Alzamiento, ocupado por otro colega; trabajó entonces, durante dos años, en la Universidad de Barcelona, y posteriormente presentó la dimisión. Desde entonces, se dedicó por completo a la investigación, aunque no dejó de impartir cursos privados en Madrid, seguidos por otra parte, por las élites del país. Su prestigio fue grande entre quienes le conocían; dirigió un seminario cuyos trabajos han sido objeto de varios libros titulados Realitas. Xavier Zubiri murió en Madrid el 21 de septiembre de 1983.
A partir de su tesis doctoral Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio, Zubiri, ha publicado una larga serie de ensayos de gran contenido filosófico, reunidos casi en su totalidad en el volumen Naturaleza, Historia, Dios. De ellos, los más importantes son: Sobre el problema de la filosofía, Qué es saber, Ciencia y realidad, Nuestra situación intelectual, Sócrates y la sabiduría griega y Sobre la esencia.
De Zubiri se ha dicho que, gracias a su esfuerzo, “las más arduas cuestiones filosóficas, que parecían condenadas a llevar el estigma de la confusión y falta de claridad, se explayan limpias y tersas ante el recorrido intelectual del lector”.
Al proceder, alcanzada la completa madurez de su carrera, a un análisis riguroso y completo del “compuesto humano”, Zubiri percibe en el trabajo del intelecto, no una síntesis trascendental sino la simple actualización de lo real en la inteligencia sentiente, según la cual la inteligencia humana está abierta a la realidad en cuanto tal, y su objeto natural son, por ello, las cosas en cuanto realidad; esto es lo que quiere decir cuando dice que el “hombre es un animal de realidades”. Según Zubiri, no todas las realidades poseen la misma estructura. El ser es una realidad humana. El hombre, para configurar su ser, necesita apoyarse en la realidad de todas las realidades.
Resta por decir que la agudeza de su opinión sobre las cosas es un modelo de fidelidad al ideal filosófico, se inscribe en la más alta línea de los metafísicos de la Escuela de Madrid, alcanza incluso el nivel de la Escuela de Salamanca del Siglo de Oro y hace progresar notablemente el pensamiento humano. Y como dijo el filósofo vasco: “El animal humano posee, entre otras peculiaridades, una inteligencia intransferible por la que se enfrenta a los cosas y consigo mismo como realidades”.