Votar o resistir
El campeón del abstencionismo venezolano tiene un solo nombre: Jorge Rodríguez. Y un único beneficiario: Hugo Rafael Chávez Frías. Con eso está dicho todo. Mediante los más sofisticados y elocuentes artilugios de manipulación política, el primero consiguió castrar el voto de toda su carga electiva, convirtiéndolo en una papeleta vacía, una mueca electrónica sin otra finalidad que reproducir una maroma comicial. Logró lo que en cincuenta años de democracia previa fue imposible: amaestrar al votante como si se tratara de un perro sabio, ignaro del contenido y significado de los gestos que ejecuta a la voz de su amo. Baja dos veces la cabecita cuando el psiquiatra le ordena que sume 1 más 1 con su látigo en la mano derecha, mientras le muestra con la mano izquierda dos terroncitos de azúcar. Y nuestro perrito electoral va y mueve la cabeza tantas veces como terroncitos ve en la mano del hipnotista de El Silencio.
Lo insólito de este amaestramiento es que se cumple sin terroncitos de azúcar ni recompensa alguna. El Pavlov del CNE ha logrado el milagro de la cuadratura del círculo: produce elecciones con resultados predeterminados sin necesidad de recompensar a nadie. Y los perritos circenses de AD, PV, PJ y COPEI corren a encaramarse a su taburete para mover su cabecita al compás del látigo y el terrón, ya convertido en reflejo condicionado. El dueño del circo estará sobándose la barriga y mirándose el ombligo: tiene a la Cuarta entera, con descendencia juvenil y todo, pasando por el aro.
Pero todo tiene su límite, incluso el circo. A pesar de la cantaleta de encuestadores y forjadores de imagen, la abstención no será del 45%, como sin pudor ninguno lo anuncia Consultores 21. Rondará el 80%. Cifra que será histórica, pero de ninguna manera habitual. Sólo en el 2000 hubo una alta abstención, y ya fue una abstención-castigo al plebiscito chimbo con que quisieron imponer a Aristóbulo como dirigente sindical del “proletariado revolucionario”. Esta abstención expresará el asco que siente la ciudadanía por el maromero Rodríguez; la repulsión que experimenta por los candidatos presidenciales que asoman su cabecita con una bandera blanca entre las manos; la náusea que lo invade ante los saqueadores del legado de Rómulo Betancourt, la repugnancia por la represión del aparato de dominación policial del caudillo.
Porque ya nadie quiere votar en Venezuela, si no tiene asegurada dos razones de peso para su asistencia: un arbitro limpio, honesto y confiable (no existe); y unos partidos políticos honorables comprometidos con los derechos ciudadanos decididos a defender con su sangre la voluntad del electorado (que brillan por su ausencia).
En ausencia de ambas condicionantes, los venezolanos se quedarán en sus casas. Hacen bien. Se acabó la hora de la maroma y la farsa: llegó la hora de la resistencia.