Votar NO bajo protesta
Venezuela era uno de los países con más alta participación electoral. En 1963, bajo la amenaza guerrillera de disparar contra las colas de electores, la abstención fue bajísima. Fue después, en las elecciones municipales de 1979, que apareció como síntoma de fatiga y decepción de la democracia.
En muchos países la abstención es registrada como muestra de confianza en el sistema. Aquí, muy pequeños sectores no votaban para expresar su rechazo. Cuando el fenómeno abstencionista creció, a partir de 1988, los analistas advirtieron sobre una alarma para la continuidad de la democracia. Pero en realidad no era una posición política porque estaba contaminada de mucha indiferencia o apatía.
Bajo el gobierno de Chávez (electo en 1998 con un 37% de abstención) una proporción importante de electores usa la abstención como protesta, tal y como ocurrió en las parlamentarias de 2005, después del trauma del fallido revocatorio de 2004, probable objeto de un fraude electrónico.
Con esa alta abstención (83%) no se pudo generar una acción coherente ni una crisis política. El desierto electoral quizás sirvió para contener a Chávez, quien no avanzó tanto en su “revolución” (estatizaciones, destrucción de la FAN, propuesta de “reforma constitucional”), como una vez reelecto en 2006.
Frente al referendo del 2 de diciembre pensaba que era lógico abstenerse de participar. Si en alguna oportunidad –me decía- se justificaba no participar era en esta ocasión, cuando Chávez y sus mujiquitas habían violado el procedimiento establecido en la Constitución y proponían eliminar derechos fundamentales e irrenunciables. También están vigentes unas condiciones electorales no equitativas y un parcializado CNE.
Como militante político, desde la adolescencia he luchado contra la apatía. Hasta podría atreverme a citar un pequeño artículo que escribí cuando era presidente del centro de estudiantes de mi colegio hace treinta años.
El 21 de noviembre, participando y observando la manifestación más grande de la historia política de Mérida, recordé aquellas elementales palabras que titulé “La apatía”. Y me dije: no puedo dejar de solidarizarme con quienes hoy piensan como yo pensaba y luchan por la democracia y la libertad. No puedo hacerme cómplice de quienes ese fin de semana se irán a Miami a hacer sus compras navideñas. A esa abstención no la acompaño.
Y votando NO, no quiere decir que no mantenga mi protesta por la ilegalidad del referendo.