Vivir sin robar
La gente se horroriza cuando se entera de altos funcionarios que le roban al Estado -generalmente en combinación con particulares- por cifras enormes, a veces astronómicas. Pero nadie se escandaliza cuando el Estado nos roba a millones de particulares -y funcionarios menores- por sumas considerables. Ni siquiera alguien lo advierte. Y eso es todos los días. ¿Por qué …? Porque el saqueo es legal. Pero también porque todos participamos en el botín.
Pero no obstante, hay salida. Podemos vivir sin robar ni ser robados.
La gente cree que la corrupción en las altas esferas del Estado deja menos para el reparto; eso explica tanta indigada protesta contra la corrupción, que no es sino una simple consecuencia del estatismo. El tema merece mayor detenimiento. ¿Quiere ver cómo nos roban a todos y todos robamos a diario? Lea la primera parte de este ensayo: “Estatismo”. ¿Quiere ver cómo Ud. y todos podríamos vivir muchísimo mejor sin esa desagradable costumbre de robar? Lea la segunda: “Capitalismo liberal”.
PARTE I: ESTATISMO
La democracia termina en delincuencia. El llamado Estado de Bienestar (“Welfare State”) es la enorme maquinaria burocrática encaminada a “redistribuir” la riqueza por medios políticos, es decir, coactivos. Es el Estado Criminal: roba, y para disfrazar el robo, miente. Y todo encubierto de un manto de legalidad y decencia por virtud de la mayoría, que consiente el pillaje mediante el ejercicio democrático, y así se transforma en cómplice, esperando un reparto del botín. Pero lo robado nunca llega a las masas, salvo despojos y migajas distribuidos entre quienes tienen buen acceso a los “mercados políticos” y destinados a lograr su apoyo. De todos modos hay saqueo y mentira generalizada.
Y así es en todo el mundo. Ya lo había anticipado Frederic Bastiat en 1848. En ese mismo año Marx y Engels publicaron su “Manifiesto Comunista”, y el mundo cogió el rumbo equivocado. Bastiat publicó “El Estado”, en pro del rumbo opuesto, y el mundo lo ignoró, pese a ser un verdadero “Manifiesto Liberal” de extraordinaria lucidez, y -hoy lo constatamos- de tremendo valor profético.
Mentira. El Estado nos promete servicios educativos, médicos, previsionales y otros igualmente impropios de su naturaleza, como viviendas y créditos. Para empezar, digamos que esto es una vulgar estafa, una mentira, por el simple hecho de ser una promesa falsa, de cumplimiento imposible. Un pez no puede volar; tampoco un automóvil. Si alguien le jura a Ud. construirle un edificio no siendo compañía constructora, o le promete fabricarle un carro no siendo industria automotriz, allí hay engaño. Y el Estado no es Superman o Batman, no es nada más que el monopolio legal de la fuerza para los servicios públicos propios: defensa nacional, justicia pública, y contratación de obras de interés general como caminos y puentes. ¿Cómo va a cumplir funciones de maestro, médico, tutor y compañía de seguros, siendo por naturaleza militar, juez, policía y contratista de obras? Por eso es que los servicios públicos impropios no llegan nunca, o llegan tarde y con muchos defectos. O llegan -lo que es más importante- con costos elevadísimos, muchos de ellos ocultos; y así “lo barato sale caro”, porque quien puede ha de pagar dos veces -los impuestos y los precios- como ocurre con la “educación y la salud”.
¿Por qué las escuelas privadas funcionan mejor que las estatales, e igual en los servicios médicos, previsionales, etc.? Por la simple razón de que enseñanza, medicina y previsión no son negocios públicos. No son por naturaleza asunto del Estado y los Gobiernos, sino de instituciones privadas, funcionando con arreglo al principio de ganancias y pérdidas en régimen de competencia abierta; es decir: bajo el control del cliente, que puede cambiar de empresa si no le gusta el servicio. Esto no es así con el Estado. Y atosigado con los servicios públicos impropios, el Estado olvida los propios, y por eso descuida la frontera, la seguridad personal, la justicia y las obras públicas.
Mentiras para encubrir mentiras. Una vez que se nos ha mentido acerca de las funciones del Estado, se nos dice que no puede cumplirlas porque gobierna este partido y no el otro. Y que debemos hacer campaña electoral por el otro y “participar”. O pedir reformas electorales y “participar” de todos modos. Mentiras. Como si los del otro partido no hubieran estado antes en el Gobierno, o sus padres, y antes de ellos, sus abuelos; ¡y ellos sin aprender nada! Para que un partido sirva en el Gobierno, antes debe demostrar que sirve en la oposición. ¿Cómo? Señalando apropiadamente cuál es el rumbo político acertado y la senda para rectificar. Pero si así no lo hace, ¿cómo va a ser en el Gobierno?
Robo. Supuestamente los Gobiernos van a financiar los servicios públicos impropios con impuestos. Pero, ¿de dónde salen los impuestos? De nuestro bolsillo mismo, sólo que por la fuerza, que es la vía propia del Estado. Ahí ya hay robo. Y en países como Venezuela, se supone que los Gobiernos deben echar mano de las utilidades de compañías petroleras confiscadas a sus legítimos dueños hace unos 30 años, y que ahora son propiedad estatal. Eso fue una exacción -venta con apremio a precio forzoso-, otra vez robo legalizado, y al igual que hoy con los impuestos, se espera del Estado que comparta un botín robado. Eso nos pone a todos a participar en una empresa criminal: “Roba, pero dame una parte a mí”, les dice a los Gobiernos la descarada mayoría democrática.
Nada bueno puede salir de un crimen. ¿Por qué nos extrañamos, sorprendemos y rasgamos vestiduras cuando los Gobiernos se tragan todo el botín y reparten muy poquito, salvo a sus íntimos amigos y familiares? Me parece que los demócratas son un tanto hipócritas.
Estupidez. Pero es que además los demócratas se creen demasiadas mentiras, parecen algo estúpidos. ¿O no se dan cuenta que el Estado saquea todos los bolsillos -no solamente los ricos- incluyendo a las coaliciones mayoritarias de pobres y clase media que apoyan y alientan a los Gobiernos ladrones? Vea Ud.:
a) La inflación es un impuesto disfrazado, que a todos nos afecta. Sus beneficiarios son los titulares del monopolio de emitir dinero y sus asociados más cercanos; a ellos el “dinero fresco” (recién impreso) les llega antes que al resto, cuando los precios aún no han subido. Pero suben enseguida, impelidos con ese tremendo empujón del billete nuevo; y todos somos víctimas, indiscriminadamente, cuando vamos al mercado -la subasta diaria- y los encontramos más altos.
b) El IVA es otro impuesto indiscriminado, que va junto con los precios, como todos los indirectos. Y así, entre impuestos disfrazados e indirectos, es como nos empobrecen a todos. O a casi todos.
Nadie pide nuestro consentimiento para establecer estos impuestos que todos pagamos obligadamente. La estupidez no es un crimen, pero puede ayudar a consentirlo, cuando el deterioro intelectual ya es tan grave como el moral. ¿No es tonto permitir que alguien me robe, creyendo en su promesa de brindarme “educación y salud”? Y si lo que yo quiero es que ese ladrón no me robe a mí sino a “los ricos” y luego me de mi parte del botín, ¿no me hace eso un canalla? ¿No tengo acaso merecido quedarme sin nada? Esa estupidez tiene mucho de inmoral.
Autoperjuicio. En el “Estado de Bienestar” la forma de tener bienestar -y riqueza- es con el Estado, y por eso quedan pocos ricos que sean honestos hacendados, fabricantes, comerciantes al mayor o al detal.
Pero de cualquier modo que haga su riqueza -decente o no-, al rico le acosan los colectores de impuestos, con alícuotas más elevadas e impuestos especiales. ¿Qué hacen entonces los ricos? Simple: no invierten. La inversión puede ser más conspicua (ostentosa) que el consumo. ¿Qué hacen con sus ganancias? Las consumen, las disfrutan, pero no tienen incentivos para invertir y hacer reproducir la riqueza.
Porque grande o pequeño, un capitalista invierte sólo cuando tiene expectativa de ganar; y un empresario invierte únicamente cuando puede cargar el monto de sus impuestos al precio de venta como un costo adicional, y aún así ganar dinero. Si no es así nadie invierte, lo cual es natural y lógico. Pero si alguien invierte, todos nosotros pagamos sus impuestos; lo cual es soportable cuando la carga tributaria es moderada. Pero cuando es exagerada, entonces no hay inversiones, o las hay menos. Entonces el poder adquisitivo de los mercados se deprime y no pueden absorber la producción. Y hay carestía, pues los precios se inflan con impuestos ya en las haciendas, fábricas y centros de producción, y en las cadenas de distribución y comercio.
Los pobres y la clase media. ¿Quiénes pierden en este mal negocio que es la democracia “redistributiva”? Los pobres, que pasan a miserables. Y la clase media, que desaparece. Y si el Gobierno de turno pretende controlar los precios fracasa, como demuestra palmariamente la historia universal. Si con reglamentos meticulosos intenta controlar las condiciones de los productos (“pro consumidor”) o de la producción (laborales), también fracasa, a menos que su propósito real sea limitar la actividad económica a sus validos y “protegidos”. Por eso es estúpido que llevados por innobles pasiones democráticas como el igualitarismo, la envidia y la codicia, alentemos al Estado a cobrar elevados impuestos a los ricos, o a reglamentarles la vida, en la vana esperanza de recoger alguna parte del botín, o hacerles infelices. Nos inflingimos grave daño a nosotros mismos. Todos deberíamos arrepentirnos de culpa tan infame.
Capitalismo. Es el proceso por el cual el capital se reproduce. Y “capitalista” no es el señor gordo del puro y la cadena de oro que aparece en las caricaturas socialistas de todas las épocas. Capitalista es toda persona que vive de un capital. Por ej. la viuda que vive de los intereses de sus cédulas hipotecarias (o vivía, cuando aún era posible). O que alquila un cuarto al estudiante o a la secretaria, o el garaje al vecino. Esa señora es una capitalista.
El capitalismo es inherente a cualquier tipo de sociedad; sólo que si el capitalismo es liberal y no mercantilista, se vive sin robar. No hay programas “redistributivos” con sus excesivos y desalentadores impuestos; no hay inflación; no hay reglamentos estatales para las actividades, oficios y empresas. Así la reproducción del capital se hace con más justicia, eficiencia y bienestar. Se produce más riqueza, y las gentes participan de ella a través de su distribución masiva. ¿Cómo? Mediante los sueldos y salarios que ganan como trabajadores y empleados, los intereses y rentas que perciben como capitalistas, y las utilidades y beneficios que ganan como empresarios. Nadie roba a nadie, pero nadie se deja robar, bajo pretexto alguno. Lo verá Ud. en la Parte II.
“Neo” liberalismo. El mal llamado Neoliberalismo no tiene nada de liberal; es la reedición del viejo mercantilismo, incluso con matices socialistas. Tómese en cuenta que bajo el mercantilismo y el socialismo el capital no deja de reproducirse, sólo que con acusados deficits en justicia, eficiencia y bienestar.
El mercantilismo privó desde el siglo XV hasta el XIX. En en el XIX el capitalismo liberal fue ensayado de modo parcial y durante un lapso breve, que sin embargo sirvió para demostrar su superioridad. Y enseguida, con la democracia ilimitada, las mayorías impusieron la ley del más numeroso, y nos trajeron el socialismo, ya en el XX. El mercantilismo es un sistema muy malo; sólo el socialismo es peor.
Mercantilismo. En este sistema la mayoría le dice al Gobierno lo siguiente: “Basta de libre competencia. Decreta reglamentos que cierren los mercados, y no permitas que nuevos competidores ingresen. De esta suerte proteges a los empresarios ya establecidos en cada ramo, y les permites robar a sus clientes y proveedores -entre ellos, sus trabajadores-, imponiendo precios y condiciones, sin que éstos puedan optar por otras alternativas. Después, decretas elevados impuestos y así les quitas buena parte de sus ganancias mal habidas; y enseguida compartes el botín con nosotros.” Una canallada por donde se mire, dado que un crimen no justifica otro crimen, ni siquiera contra el autor del primero: el robo perpetrado por los “protegidos” empresarios mercantilistas no justifica el cometido por los Gobiernos. Como tampoco justifica la violencia que emplean los sindicalistas -para imponer sus monopolios laborales-, equivalentes obreros de los empresarios mercantilistas.
Monopolios. Como siempre, en las consecuencias del pecado está el castigo. ¿Cuáles son las consecuencias de este pecado, que los viejos canonistas llamaban por su nombre: MONOPOLIO? Las consecuencias directas son: bienes y servicios económicos insuficientes para la mayoría; muy caros; y de baja calidad. Y desempleo para muchas personas, paralizadas por la inactividad económica, resultado también de las extorsiones de los sindicalistas cuando la inflación corre a un paso más lento que las presiones gremiales. En otras palabras: pobreza y miseria para la inmensa mayoría; y riqueza para unos pocos, con acceso privilegiado a oportunidades controladas por el Estado. Y sobreempleo para quienes pueden hallar un quehacer, obligados a trabajar largas jornadas extraordinarias para subsistir. La sociedad se divide así en tres estratos o capas:
– los ricos arriba, zánganos muchos de ellos;
– los pobres abajo -desempleados el grueso de ellos-;
– y los sobreempleados más o menos en el medio, trabajando como esclavos para mantenerse a sí mismos y a todos.
Por eso no es raro que la sociedad tome la forma de una pirámide; pero cada vez más estrangulada en su parte media.
Otras consecuencias, a la par del empobrecimiento galopante e involuntario:
a) continua inestabilidad política: crisis, revoluciones, elecciones traumáticas, etc.;
b) progresiva destrucción del matrimonio y la familia;
c) erosión de los valores y normas morales en medio de un desesperado “sálvese quien pueda”;
d) embrutecimiento generalizado, al degradarse la racionalidad promedio;
e) alza de la criminalidad, como resultado del deterioro familiar, moral e intelectual.
Socialismo. En el siglo XIX, los socialistas culparon al capitalismo y a los empresarios de esta situación, y propusieron el socialismo. Los cristianos de todas las denominaciones, desconocedores de la verdadera doctrina bíblica antiestatista, les acompañaron en masa. En el siglo XX el socialismo se impuso, pero pese a sus propósitos declarados, no acabó con el capital ni con las empresas. Sometió a los empresarios privados y les confiscó crecientes porciones de sus ganancias, y a veces les reemplazó -a medida que cerraban sus negocios- con empresarios estatales, empleando capital del Estado. Esa fue una “tercera vía”. Pero el socialismo no acabó con el bandidismo estatal. No mejoró la situación. ¿Cómo es el socialismo? Un sistema más simple, en el papel al menos; la mayoría democrática le dice a su Gobierno: “Roba tú directamente, o como sea, pero dame una parte.”
Las leyes malas. Los socialistas se hicieron bandidos, y cada categoría, empresa o sector busca su acomodo. ¿Cómo? Mediante las leyes malas o estatistas, gran plaga heredada del anterior y desorientado siglo XX. Las leyes malas decretan impuestos excesivos e injustos, que no son uniformes e iguales para todos. Implícito va el que se se roba sólo a quien tiene, por ende, a “los ricos”. Y en lugar de sancionar unas pocas reglas generales, iguales y válidas para todos, las leyes malas también proclaman infinidad de estatutos y reglamentos pormenorizados, para cada condición humana o social. Y cada quien busca obtener un reglamento parcializado en su favor, que le sea ventajoso para él y desventajoso para sus competidores. Para lo cual todo lo que debe hacer es “organizarse y participar”, vale decir cabildear; o sea: conspirar. Entre las pésimas consecuencias de esta insana práctica, tenemos que los contratos privados entre las partes ya no valen nada, y lo que vale es la legislación, el decreto y la ordenanza política. Cabildear se convierte en necesidad perentoria si uno quiere tratar de evitar daños y perjuicios mayores; y encima de eso, quien no “participa” es descalificado, denigrado y sometido a intensa presión sicológica a “participar” por la propaganda estatista.
Pero el socialismo es una gran estafa masiva. Toda estafa se basa en una ilusión, una quimera, la promesa hueca de recibir algo por nada o casi nada; por eso dice en un antiguo refrán anglosajón: “es imposible timar a una persona decente”. Porque alguien decente sabe que recibir algo por nada no es justo (las donaciones voluntarias son relaciones de caridad, no de justicia) y no acepta el trato. Así no hay estafa.
“Se atiende gratis”. La quimera en este caso es la promesa de recibir lecciones, cuidados médicos, atención previsional, etc., «de gratis”, o a bajo precio, subsidiado, por debajo del costo. Como siempre, en las consecuencias del pecado está el castigo. Un ejemplo: la “gratuidad” de la enseñanza superior financiada con impuestos significa que mediante nuestros aportes forzados al Tesoro Fiscal, todos les costeamos sus estudios universitarios a los hijos de los ricos. Otro ejemplo: el lote de beneficios que los Gobiernos distribuyen entre sus partidarios y amigos -p. ej. empleos y colocaciones en la maquinaria estatal, contratos de favor, créditos “baratos”- significa que con nuestros impuestos todos financiamos a los partidos de turno en el Gobierno.
Fraudes y “denuncias”. Y en vista de ello, ¿cómo extrañarse de los fraudes electorales en esa lotería democrática, siendo los premios tan jugosos, y el sistema entero uno de pillería, truhanismo y hamponato? Sin duda los más pillos y menos escrupulosos serán siempre vencedores. ¿Y cómo asombrarse de que la corrupción prolifere y la inmoralidad reine en un sistema con esos fundamentos? Otro ejemplo: las “denuncias” se convierten en el único medio de escalar posiciones en la jerarquía política. El juego político entre hampones es de predador y presa, y éstas son sus reglas:
– si no dejas huellas, rastros o marcas, puedes seguir y adelantar otra casilla;
– pero en caso contrario otro jugador puede hacer de ti una presa, quitarte de en medio, y tu predador adelantará otra casilla a costa tuyo.
El socialismo no resolvió ni ayudó a resolver o aliviar uno sólo de los males del mercantilismo; muy por el contrario los agravó, multiplicó y les añadió otros nuevos, como p. ej. el adoctrinamiento o “lavado de cerebro” masivo en el engaño y la falacia. Aunque en la práctica, las naciones han vivido el siglo XX en una mezcla de socialismo y mercantilismo, robando y siendo robadas. Y con mucha mentira.
“Educación y salud”. Tras palabras grandilocuentes hay ofertas engañosas, ejemplos típicos de la clase de fraude semántico estatista:
– No es “educación” sino enseñanza como debe decirse, pues la segunda no siempre lleva a la primera. Para que la enseñanza resulte en educación, han de mediar dos condiciones: 1) ser la docencia de buena calidad -la cual el Estado no puede brindar-; y 2) poner el educando la parte suya, que es el aprendizaje, complemento necesario de la enseñanza si se desea lograr la educación, que es el resultado. Ahora, si lo que se desea es inculcar la doctrina estatista a todos los ciudadanos desde pequeños, entonces en lugar de “educación” debe decirse “adoctrinamiento” de la población.
– Análogamente, no es “salud” sino medicina como debe decirse, por la misma razón: la segunda no siempre lleva a la primera. La medicina no siempre puede curar o restablecer la salud; en muchos casos apenas alcanza para aliviar el sufrimiento (cuidados paliativos), o poner un freno al progreso de la enfermedad, o instalar una prótesis, etc. En todo caso, para que la medicina cumpla su objetivo o resultado previsto, han de mediar dos condiciones: 1) ser de ser buena calidad -eficaz el tratamiento recomendado-, la cual el Estado no puede brindar, y por eso los Gobiernos insisten obsesiva y maniáticamente en la “prevención”; y 2) poner el enfermo la parte suya, que para eso es “paciente”: seguir fiel y cumplidamente lo indicado. Ahora, si lo que se desea es una regimentación de todos los ciudadanos desde pequeños, como parte del proceso de adoctrinamiento -con sus vacunas y sus “campañas educativo-preventivas”-, entonces en lugar de “salud” debe decirse “control” de la población.
La pésima educación estatal es el factor más responsable en la degradación en la racionalidad promedio; y en que hayan sido borradas del mapa las soluciones alternativas y no convencionales a todas las crisis, desde el crimen hasta la basura, pasando por el desempleo y la pobreza. Y el de la medicina es un caso particular de la obsesión maniática del Estado por la “prevención” en todo, y la consabida “educación como prevención”. Esto es un disparate, ¿cómo “prevenir” el crimen? ¿Nos van a poner un policía al lado a cada quien? De hecho parece ser esa la “solución” a la incapacidad del Estado municipal para recoger la basura, pese a ser una de sus funciones propias, aunque se niega a admitirlo por considerar que tiene otros más elevados asuntos que atender. Por eso constantemente nos “concientiza” ( = culpa) a nosotros de arrojar basura en la calle. De hecho todo disparate envuelve una implícita confesión de impotencia por parte del Estado. Y en el problema del crimen, el Estado se niega a admitir que su naturaleza es esencialmente represiva, y que la única prevención es la represión y la disuasión; y además ignora los conceptos de justicia restitutiva y compensatoria -centrada en la víctima-, o se resiste obstinadamente a considerarlos.
Opciones. Ahora el socialismo ha avanzado mucho, y tenemos tres opciones:
a) seguir en lo mismo;
b) salir del socialismo para volver al pasado mercantilista puro;
c) vivir sin robar.
Pero deberíamos discutir esas opciones, cosa que imposible hoy en día porque los medios de comunicación han secuestrado el debate, y sólo permiten discutir “¿quién manda?”, y “¿cómo elegimos a los mandamases?” que es lo mismo que preguntar “¿quién puede robar?”, y “¿cómo elegimos a los supremos ladrones?” En eso ha terminado la cacareada democracia: en elegir si esta o la otra banda de delincuentes se hace cargo, en medio de la alucinante guerra de pandillas en que terminamos. Por eso yo no soy demócrata. Porque me da igual que me robe este o aquel. Tampoco me interesa robar, o participar en robos tomando cosas robadas. Lo que yo quisiera es que no me roben. Y que no me mientan, añadiendo el insulto al perjuicio.
PARTE II: CAPITALISMO LIBERAL
En el capitalismo liberal, el ciudadano individual -no la mayoría- le dice al Estado lo siguiente: “No quiero que me robes, pero tampoco que robes a nadie, puesto que no quiero parte en pillaje o botín alguno. Y no quiero injustas ventajas especiales para mí, pero tampoco que me pongas en injusta desventaja otorgandolas a otros: quiero trato igual para todo el mundo. A cambio de mis impuestos, quiero de ti solamente aquello que requiere el uso de la fuerza: defensa contra agresiones externas si las hay, justicia si te la pido, y algunas obras públicas. Pero no quiero participar en programa redistributivo alguno, ni como cotizante, ni como beneficiario. Y si tampoco quiero involucramiento alguno contigo, y deseo mantenerme apartado de los negocios públicos y ocupado exclusivamente en los privados -familia, empresa, aprendizaje, iglesia o lo que yo elija-, no me obligues ni me apremies o me presiones porque es mi inalienable derecho el no participar si así lo decido. Y por favor, no me mientas.”
Eso se traduciría a lenguaje jurídico y se escribiría clarito en una Constitución liberal, especificando que legislación alguna puede contravenir este principio inmutable: No robar ni dejarse robar. Ni manipular. De nadie. Ni siquiera de los electos democráticamente.
Democracia y delito. Por eso habría que escribir una segunda cláusula: ninguna mayoría puede conculcar el principio de vivir sin robar o ser robado. Por lo tanto, contra él no hay democracia que valga. Por cuantiosas o numerosas que sean, las facciones no podrán agavillarse para delinquir legalmente -ni sus representantes-, ni participar como cómplices o encubridores, ni hacer propaganda o apología al delito.
Un programa redistributivo -p. ej. el impuesto progresivo para financiar servicios públicos impropios- es una conspiración para cometer delitos. Al igual que un programa restrictivo de la libre competencia, por ejemplos: los aranceles y derechos antidumping para las importaciones; la permisería de las leyes para comercios minoristas; el “1 x 1” para la música criolla o el cine nacional; las habilitaciones estatales exigidas para los bancos e instituciones financieras. Y si hay partidos políticos, o asociaciones gremiales, empresariales o de otro tipo que auspicien o apoyen programas redistributivos o anticompetitivos -acompañados siempre de todo género de calumnias y falsedades contra el capitalismo- han de considerarse como lo que son: organizaciones criminales. Sus promotores, directivos, cómplices y encubridores deberían al menos compensar los daños a sus víctimas, e ir a la cárcel si hay sospechas fundadas de probable reincidencia.
En otras palabras: el capitalismo liberal sólo es compatible con una democracia limitada. Elecciones indirectas, y calificaciones muy estrictas tanto para elegir como para ser elegido posibilitan su preservación.
Mercados libres: trabajo honesto, competencia abierta y capitalización. Esas son las tres claves del capitalismo liberal. Sus ideales, éticos a la vez que económicos. Y sus axiomas o premisas indiscutibles son dos: no robar ni ser robado. Respetadas estas dos premisas, el trabajo no tropieza con esos tremendos obstáculos que son las confiscaciones tributarias y los reglamentos limitativos. De este modo el trabajo honesto, realizado a conciencia y de modo diligente, en condiciones de competencia libre, toma provecho de la especialización, y del máximo rendimiento de los recursos, asignados a sus óptimos empleos. Por esa razón, a través de los procesos de intercambios plenamente voluntarios que se definen como mercados abiertos, libres -lo contrario a mercados cautivos-, y respetado el derecho a la conservación íntegra de sus frutos, el trabajo de cada quien genera capitalización continua en favor suyo.
Algo lo más parecido a este sistema se puso en práctica en Europa occidental entre 1815 -el fin de las guerras napoleónicas- y 1914 aproximadamente; y en EEUU por la misma época, aunque con más vigor desde 1865, al final de la Guerra Civil en ese país. Por eso son naciones ricas, pese a haberse desviado de la ruta posteriormente y negado los anteriores principios, impulsadas por el calor de la democracia, cuya consecuencia lógica final es el socialismo, término hacia el cual “progresamos” a través del estatismo.
Progreso auténtico: eficiencia, justicia y bienestar. Y estos tres son los resultados del capitalismo liberal. Porque mediante y a través de los procesos de mercado se logra producir con eficiencia y repartir con justicia al propio tiempo. De este modo se consigue el bienestar; no hay otro. Es cuando la tecnología se consume y se incorpora naturalmente al proceso productivo -a través de sus precios-, y los agentes avanzan en sus respectivas curvas de aprendizaje. Hay verdadero progreso. Así, el trabajo en competencia, y la capitalización, generan incrementos en la productividad de todos los factores; y precios cada vez menores, no habiendo inflación dineraria. Aumentan de tal forma los grados de capacidad adquisitiva de todos los involucrados, si bien unos más que otros. Esto es: hay riqueza, en aumento constante, a la par que se distribuye. El bienestar no tarda en llegar. Es el desarrollo o crecimiento “desde abajo” (expresión de Michael Novak): la sociedad entera se enriquece, comenzando por los más pobres, cuando los desocupados son contratados para ayudar en los nuevos emprendimientos.
Y así la sociedad toma la forma no ya de pirámide sino de rombo:
– Como siempre, arriba los ricos, que siempre son minoría; y sí, pueden ser más ricos. Sólo que hay más cantidad de ricos, y el acceso a la cima es abierto: se llega por medios honestos y productivos.
– La amplia mayoría no es el pobrerío sino la clase media. Infinidad de profesionales y técnicos -no necesariamente todos universitarios-, obreros y personal especializado milita en las filas de una gran cantidad de empresas, muchas pequeñas, pero otras medianas y grandes también, que eso no es delito. Otros encabezan sus propios negocios. Y la riqueza “chorrea” para abajo a través de los ingresos factoriales: sueldos y salarios, y comisiones, intereses pasivos, ganancias y dividendos.
– Y los pobres son minoría, viviendo mucho mejor: puede ser de trabajos ocasionales como limpiar o cuidar carros; o puede ser de una caridad que es más generosa y abundante en tanto haya más abundancia. O puede ser también de los cupones estatales para enseñanza, cuidados médicos y previsión, tal como propone el Premio Nobel 1974 Milton Friedman -¿por qué no?- pero en escuelas, clínicas y aseguradoras privadas, como verá Ud. enseguida. Es diez veces preferible ser pobre en el capitalismo liberal que en el mercantilismo, y cien veces que en el socialismo.
“Tercera vía”. La gente busca la “tercera vía” porque le han dicho que el capitalismo liberal será bueno para producir pero no para distribuir, y que para eso es bueno el socialismo o el Estado. Son falsas las dos afirmaciones. En Venezuela tuvimos esta “economía mixta” desde 1958 al menos. Y fracasó. Ni produjo ni distribuyó. El capitalismo liberal es el único sistema que produce con eficiencia y reparte con justicia a los factores productivos (trabajo, capital y empresa) sin desincentivarles. Sueldos y salarios para los trabajadores y empleados; intereses y rentas para los capitalistas; utilidades y beneficios para los empresarios. A cada quien según su contribución o aporte a la producción, valorizado a precios de mercado.
Tu cheque por adelantado. Y para esa distribución no hay que esperar a que “la riqueza se filtre” -como dicen los socialdemócratas y neo liberales- porque el reparto es por adelantado: cada quien que monta un negocio y toma capital o trabajo prestado, debe pagarlo casi de inmediato. El empresario es quien cobra de último, si cobra; nunca sabe cuánto va a cobrar ni cuándo, ni siquiera si va a cobrar o no. Por eso, de las tres clases de ingresos factoriales, la tercera de ellas -la del empresario- es demorada, y es eventual y aleatoria. Por eso puede ser mayor. Eso se llama riesgo empresarial.
“¿Y cómo quedo yo ahí …?” Tú puede en este instante preguntarte: “¿Y cómo quedo yo en el capitalismo liberal?” La respuesta es: ¡MUY BIEN! ¿Y cómo así? Tus cheques dependerán de tu forma de vivir que tengas o escojas. Hay tres -todas decentes y productivas-, y puedes combinarlas: ser trabajador o empleado, capitalista, o empresario. Para terminar este ensayo, veamos cada una de ellas, y cómo quedarías tú allí. Pero recuerda que en este sistema en principio no hay ventajas especiales o privilegios para ninguna categoría, la tuya o la de nadie.
1) Trabajadores y empleados en general. En todas partes viven de sus sueldos y salarios. Pero en un capitalismo liberal no habría despojos ni violencias. Nada de impuestos inicuos -entre ellos la inflación-, ni de “proteccionismo” matón al abrigo del Estado, sea mercantilista o sindicalista. De este modo, nuevas empresas florecerían por doquier, y las actualmente existentes podrían expandirse y/o diversificarse, incrementandose las ofertas de puestos laborales. Crecerían de inmediato las contrataciones -en condiciones voluntarias-; y con ellas el empleo. Liberar el capital de sus ataduras es que los empresarios aumenten en número, y compitan por contratar trabajadores, mejorando en la puja las condiciones ofrecidas.
Disminuido y contenido el gasto público, sin inflación y con impuestos moderados, los sueldos y salarios reales se elevarían continuamente, al incrementarse la productividad del trabajo, al compás de la acumulación de capital. Empleados y trabajadores veríamos como la competencia libre en todos los mercados conduce a una situación de baja progresiva de los precios llamada “deflación”: ingresos sólidos, y cada vez más poder adquisitivo. Podríamos ahorrar, y así convertirnos en capitalistas o poseedores de capital. Un ingreso bastaría para mantener holgadamente a una familia, y la jornada laboral sería menos extensa y agotadora. Adiós al “stress”.
Preguntas específicas …
– ¿Qué pasaría con los educadores, médicos y profesionales de la salud, empleados del Seguro Social y otros entes similares? Hoy son encargados de servicios públicos impropios. En un sistema capitalista liberal todos ellos mejorarían, pues los centros educativos, médicos, previsionales, culturales y recreativos, etc. ahora del Estado, podrían dejar de serlo, y pasar a ser de propiedad de sus profesionales, técnicos, administrativos y obreros. En buenas condiciones económicas, sus consumidores y usuarios pagarían sus matrículas, precios, pólizas, etc. Así de este modo, maestros y profesores, médicos y enfermeras -odontólogos, bioanalistas, etc.- ganarían sueldos dignos -y primas y bonos significativos- por primera vez en su vida, y sin depender de afiliaciones políticas. Nadie les exigiría pura “mística y sacrificio” como ahora. Madres y padres de familia verían a sus hijas e hijos bien educados y atendidos.
– ¿Y los pobres que transitoriamente no puedan pagar por enseñanza, medicina y previsión? Como vimos el Estado podría transitoriamente hacerse cargo de los costos de su atención, pero con cupones reembolsables, y sólo para esos tres rubros: enseñanza, atención médica y previsión. Esta sería la única ventaja especial, a conceder por un Ministerio de Bienestar Social “liberal” -en lugar de los actuales de Educación, Salud, Seguridad Social, Cultura y otros cuantos-; y encargado de sólo dos funciones: distribuir las tres series de cupones a los pobres elegibles para los tres servicios, y reembolsarles el dinero a las tres clases de empresas prestatarias. De ese modo, los pobres y sus hijos serían mucho mejor tratados, en instituciones privadas que podrían escoger con toda libertad, de entre todas las existentes en el mercado. Y compitiendo los institutos docentes la enseñanza mejoraría en calidad, para todos nosotros. Todos, y no solamente los pobres, recibiríamos atención médica, y muy buena. Y todos podríamos contratar pólizas de contingencias y retiros con firmas aseguradoras privadas. Y todo ello, sea que paguemos las matrículas, las cuentas médicas y las pólizas con cupones, o con nuestro dinero. ¿No sería eso mucho más digno, y hasta más igualitario …?
– ¿Y qué pasaría con los policías, jueces, militares y otros funcionarios y empleados estatales …? Es decir, quienes hoy son encargados de servicios públicos propios. Por supuesto todos mejorarían notablemente de inmediato, pues el Presupuesto estatal sería todo para ellos. Y una economía productiva genera más impuestos. ¡Por fin ganarían sueldos cónsonos con sus funciones, que cobrarían realce y majestad, no como ahora! La corrupción se reduciría a niveles tratables por sus remedios apropiados, los judiciales.
-¿Y los otros empleados y trabajadores del Estado? Enseguida hallarían oportunidades de empleo altamente productivo y por consiguiente remunerador, en un sector privado en expansión creciente. Cesaría su actual dependencia de un sueldito miserable, y siempre condicionado a los vaivenes políticos.
– ¿Y los trabajadores urbanos o rurales de las provincias alejadas y pobres? Acabar con el estatismo es liberar empresas -actuales y potenciales- acabando con privilegios que disfrutan los capitalinos, ubicados en la vecindad del poder, y no los interioranos, situados en los más apartados rincones del país. Y acabar con el estatismo es terminar con la permisería, las reglamentaciones, inspecciones, controles interminables e impuestos abusivos -impedimentos a la formación de capital- de los cuales en el estatismo el residente de la capital puede librarse muchas veces por hallarse junto a las autoridades; no así el de provincia. Privatizar escuelas, hospitales y entes previsionales es concederles autonomía y mejorar de inmediato sus servicios. Parece un mero juego de palabras, pero sólo por virtud del capital el interior del país podría librarse de la dictadura económica y política de la capital.
– ¿Y los buhoneros? Podrían decidir. Pasarían algunos a ser empresarios formales, y otros aprovecharían algunas de las muchas nuevas oportunidades de un empleo mejor, en el sector formal en expansión. De un modo u otro desaparecerían el hacinamiento, hediondez y contaminación actuales, que acompañan a la pobreza y fragilidad que hoy les aqueja.
– ¿Y los sindicalistas y sus gremios? No podrían imponer monopolios laborales por la fuerza, ni emplear la amenaza de violencia para intimar a no trabajar a quien lo desee. Pero estas prácticas mercantilistas no son de la esencia de los sindicatos, otrora respetables y aún loables instituciones, de origen medieval. En un capitalismo liberal recuperarían sus tres antiguas tres funciones -muy importantes, y que ahora no cumplen- para desempeñarlas en régimen voluntario o de plena libertad:
– escuela de entrenamiento y capacitación,
– mercado o bolsa de trabajo,
– caja de previsión social o “Montepío”.
– ¿Y los periodistas y los medios de comunicación? Acabar con el estatismo es terminar con el actual sistema oligopolista de licencia previa en los medios radioeléctricos, y rígidos controles. Y con la publicidad oficial en la prensa escrita. Los medios estatales podrían pasar a propiedad de sus periodistas, trabajadores y empleados. Pero nuevos medios surgirían de inmediato, y la competencia libre y abierta contribuiría con mucho a mejorar la hoy deleznable calidad del producto.
No se necesita hacer muy larga la lista. Porque en los medios de comunicación sería igual a como en todos los demás rubros -bancos, seguros, casas de bolsa, agencias de viajes, tiendas, almacenes o bodegas y bodeguitas-: los productores carecerían de privilegios, y el público gozaría de una amplia gama de opciones, con suficiente poder adquisitivo para sostener aquellas que prefiere mediante el uso o consumo. ¿Y sus empleados, trabajadores y asalariados? De cualquier categoría, tendrían lo que ahora no tienen: gran abundancia de fuentes de empleo para escoger alternativas con mejores condiciones de trabajo.
2) Capitalistas. En todas partes viven de sus intereses y rentas. Pero bajo un sistema capitalista liberal, todos podríamos tener ahorros de verdad, y conservarlos, y acrecerlos. Incluyendo empleados, trabajadores y asalariados. Con nuestros ahorros, en una economía no inflacionaria todos podríamos:
a) Ganar intereses de verdad, y no esas tasas miserables que pagan los bancos hoy en día, siempre por debajo de los precios y el bajísimo nivel de vida general.
b) Pero además tendríamos un Mercado de Valores de verdad, y no esa pantomima que hay ahora; así podríamos invertir en la Bolsa, adquiriendo acciones y bonos de empresas exitosas. Con nuestros cheques de dividendos y pagos podríamos complementar nuestros ingresos, y prepararnos para disfrutar de un retiro sabroso. Como accionistas en las empresas, p. ej. petroleras, del hierro o aluminio, eléctricas o telefónicas, ¡hasta podríamos votar para elegir la Directiva!
c) Asimismo podríamos participar como socios capitalistas en pequeños y medianos negocios emprendidos por familiares, amigos u otras personas de nuestra confianza.
3) Empresarios (y profesionales). En todas partes viven de sus utilidades y beneficios, así como los profesionales y técnicos por cuenta propia viven de sus ingresos proporcionados por sus clientes y usuarios de sus servicios. Pero bajo un sistema capitalista liberal, los empresarios tendrían mercados con mucho más poder adquisitivo, y suficientes libertades como para expandir su giro comercial. Podrían ser ricos, todos ellos y no solamente algunos. También los profesionales y técnicos ejerciendo por cuenta propia.
Sobre el capitalismo liberal hay mucha mitología, principalmente en contra, pero alguna también supuestamente a favor, divulgada por los “neo” liberales a veces de buena fe y por ignorancia. Así hay quien cree que liberalismo es el gobierno (estatista) de los empresarios, o que todo el mundo sea empresario. Hay que despejar los mitos, todos son malos. Excepto con los niños, no hay mentira buena; para los adultos, lo único bueno es la verdad. (Y tú eres persona adulta, ¿o si?) Por ejemplo en un capitalismo liberal podría ser empresario cualquiera que crea tener las condiciones, pero quien de ellas carece, no se vería apremiado a serlo si no es su voluntad. Y ello porque en una economía próspera, un trabajo en relación de dependencia podría ser bien compensado y seguro, y socialmente reconocido. También ocurriría que no ser profesional universitario no sería un estigma, y hacerse de un diploma por cualesquiera medios no sería prácticamente obligante para “salir de abajo” (aunque ahora tampoco es una garantía).
Todos nosotros, aún no siendo profesionales o empresarios, somos clientes y usuarios, trabajadores, o proveedores de los empresarios y de los profesionales. Y en una sociedad liberal, todos podríamos ayudarnos a enriquecernos todos, unos a otros, tanto como cada quien quisiera, de acuerdo a su propia escala de valores, sin que gobernante alguno le obligara o condicionara a ser pobre.
Y con seguridad todos nos ayudaríamos entre todos a pasar la vida holgadamente, con mucho menos incomodidades. Es decir, con las dificultades y problemas de la vida, pero no con ese calvario de padecimientos innecesarios. Con bienes y servicios abundantes, de buena factura y accesibles; sin esa penuria que es ahora. Eso sería cooperación. Eso sería solidario. Eso sería participación. ¿No le parece?
Pero no me diga que es una “utopía”. Si Ud. cree que la de vivir sin robar es una aspiración “utópica”, ¿qué puedo decirle? Siga dejandose robar entonces, y tratando de tomar algo robado cuando le sea posible. No puedo desearle suerte en el saqueo.