Videopolítica y dos notas adicionales
En la Venezuela que corre, los medios de comunicación — en general — provocan una polémica que no es extraña a las críticas que universalmente protagonizan los legos y los entendidos en la materia. Una extensa literatura trata de la televisión, —en lo particular — como un fenómeno político del que los clásicos no pudieron –obviamente- dar cuenta, aunque ofrezcan algunos parámetros necesarios de considerar.
Recuerdo aquella estupenda observación de (%=Link(«http://www.fundacionpaz.org.mx/op/index.html»,»Octavio Paz»)%) referida a Sócrates: en lugar de la cicuta, hoy disfrutaría de una entrevista televisiva. No obstante, reparemos en el empleo informal que hace la ciudadanía de los más acabados y hasta sofisticados productos tecnológicos que democratizan su testimonio: el video ha logrado dar cuenta de los más intrincados sucesos y, emblematizado por los de Puente Llaguno, nos ha permitido incursionar en aquellos que los tradicionales medios de prueba no logran captar, tardando la fijación de los hechos, sufriendo de las naturales distorsiones del debate público, inyectándole una fortísima dosis de desprestigio a nociones que creímos de acero inoxidable como aquella que habla de lo público y notorio.
Y es que el video de los aficionados ha llegado donde la inmediata obstaculización y represión oficial impide al camarógrafo profesional dibujarnos los acontecimientos, con las habilidades que suele conceder la experiencia. En no pocas oportunidades significa un riesgo prestar atención a lo que representa políticamente una carga de nitroglicerina, cuando se suponía que esta tecnología cada vez más portátil y amigable estaba destinada a la recreación. No olvido la promesa incumplida de un intermediario que quiso hacerle llegar a un parlamentario amigo, las escenas captadas en los alrededores de Miraflores por aquellos tristes días de abril: el vecino se atemorizó porque supo de un caso en el que –se dijo- otro vecino tomó sus apuntes gráficos y –después que aparecieron en los noticiarios- recibió la visita de un servicio de seguridad que pudo hacer tan particular planimetría, en virtud de las tomas, los encuadres y otros elementos que delataron esa conjunción de lo curioso y de lo casual.
Ayuda esta suerte de útil “voyeurismo” ciudadano y de implicaciones quizás impensadas en términos políticos, brindando una pista del distinto debate cívico en puertas. Puede decirse que es inversamente proporcional al fracaso de la administración de justicia y tiene clara correspondencia con la avidez de noticias inéditas que, al tratarse de materiales no editados, hablan de una estética –al menos- improvisada, si cabe la caracterización, aunque se diga que los planos son propios de las celebraciones o festividades domésticas.
Por otra parte, resulta inevitable referirse a la constituyente: un proceso prolongado y que, independientemente de las razones jurídicas que puedan esgrimirse, lleva otro explosivo en su seno de no asumirla con la cautela. Tenemos que, por 1999, una mayoría circunstancial le impuso a una minoría su versión de país y, apresuradamente, desembocó en un texto constitucional también de distintas versiones; adicionalmente, provocó una peligrosa ambientación política, cuando la asamblea hizo –en la práctica- importantes delegaciones al gobierno de Chávez; e, igualmente, se sostuvo por el férreo control ejercido por el oficialismo de las calles, extendiendo así el que se evidenció sobre una bancada de apariencia monolítica. Ahora bien, amén de lo que históricamente se ha evidenciado como el empleo abusivo de Siéyes y el oportunismo constitucional a lo largo de la historia venezolana, una mayoría que puede ser circunstancial no puede imponerse por encima de una minoría significativa y probablemente irreductible, por el 2003, arribando a una carta magna que, al poco tiempo, deba ser repensada; a pesar de las intenciones de Chávez, no fue posible cerrar el Congreso, las gobernaciones y alcaldías durante 1999, y mal podemos creer que los poderes actualmente constituidos consentirán el despido sin prenderle fuego a la violencia que ya se ha asomado en un país que la desconocía en los términos actuales; y ya no es permisible que adoptemos fórmulas que no cuenten con un sólido consenso, el mismo que permitió redactar un texto de larga vida como el de 1961.
Lo anterior no desdice de nuestras posturas opositoras y, al contrario, traduce la angustia por alcanzar soluciones políticas realistas y que garanticen un mínimo vital de paz y de concordia, bienes despreciados precisamente por los que gozan de los balcones del Estado, aireando su intolerancia, vociferando consignas huecas, colmando de banalidad lo que ha de ser reclamo de justicia social en un país próspero y en libertad. Soluciones que deben actualizar las demandas de participación, reivindicada también la representación política, al encuentro de una opción de estabilidad institucional y de un modelo de desarrollo que impidan tropezar con la misma piedra.
Otro asunto es que la constituyente se ofrezca como un recurso extremo cuando la enmienda constitucional y, concretamente, la llamada propuesta Carter de la que se advierten importantes matices al respecto, incluyendo una fecha cierta para el referéndum revocatorio, fracasen por la premeditada voluntad del gobierno. Los venezolanos estamos descubriendo que la política tiene sus tiempos y la paciencia es la mejor arma para abrirse paso hacia una respuesta pacífica, institucional y democrática, a menos que se sincere clara, abierta y frontalmente, la vocación autoritaria de un régimen que la supo administrar en sus inicios y ya da muestras de un cansancio en primavera.
Finalmente, deseo reflejar un amigable “incidente”, pues, al comentar con un periodista que se declara respetablemente marxista, la estupenda novela de Mario Vargas Llosa, “La historia de Mayta”, no se le ocurrió nada mejor que referirse a mi convencido y, a lo mejor, increíble anticomunismo. Y esto me puso a meditar, porque tal condición fue trabajada en décadas anteriores con mucho ahínco y, lo que pudo ser expresión natural de una disidencia, se convirtió en el equivalente de lo más despreciable. Vale decir, únicamente fue posible aceptar la condición de comunista, por lo que la antinomia es refugio de cuanto antipatriotismo haya sobre la faz de la tierra, por decir lo menos.
Independientemente de la existente variedad de marxismos, por no citar lo ocurrido en la España de las “chekas”, un desprendimiento de los procesos moscovitas, es admisible que, además de anticomunistas, asistamos a una multiplicidad de versiones del anticomunismo y creo que, en nuestro país, Luis Cipriano Rodríguez las ha trabajado exhaustivamente desde la reacción más montana hasta los reformadores más avanzados. Me viene a la memoria la descalificación generalizada que hizo Simón Sáez Mérida, por ejemplo, respecto al chileno Radomiro Tomic, aún cuando éste enarbolaba una vía anticapitalista “heterodoxa”. Sin lugar a dudas, el prefijo tiene sus bemoles y, lejos de enriquecer el debate de cara a los actuales acontecimientos, tenderá a enrarecerlo sobre todo cuando está la mezcla de un “bolivarianismo” que, como suele acontecer, tiene pocos intérpretes —los oficiales — con la mirada inexorablemente puesta en el Gulag.
Luisbarragan @ hotmail.com