Víctima del rating
Los libretistas de televisión deben odiar al control remoto. Con un casi imperceptible movimiento el soñado espectador inerme (parecido al “lector-hembra” de Cortázar) puede rechazar el programa que veía. Los televidentes son propensos al zapping, ese divagar, con angustia y aburrimiento, por los canales que muchas veces no se resuelve sino apagando el aparato.
Con el poder en la mano, el televidente no es fácil de agarrar. Es cierto que hay formatos que se repiten hasta el infinito: programas de concursos, telenovelas, series policiales, entrevistas, transmisiones deportivas, los casi desaparecidos musicales (reconvertidos en concursos de aficionados, apropiándose así la TV de lo que hacía la radio en sus inicios), pero todos ellos tienen que mostrar pequeñas variantes que logren atrapar el interés de quien los ve. Y tales cambios deben estar al día con las nuevas tecnologías.
Hay historias que son retransmitidas año a año y consiguen audiencia. El Super Agente 86 debe ser una de las series más repetidas en la televisión mundial debido a sus desternillantes diálogos en medio del desaparecido ambiente de la Guerra Fría. Los Monster y Los Locos Adams son series parecidas que buscan hacer reír mediante la exageración y los dislates de dos familias peculiares. Tampoco terminan de desaparecer de las pantallas Los Tres Chiflados: las peripecias de Moe, Larry y Curly con su humor físico no envejecen. Entre nosotros los latinoamericanos, El Chavo como Cantinflas son clásicos que pueden todavía robarnos alguna sonrisa, a pesar de haberlos visto por primera vez hace casi treinta años.
Es cierto que el público en parte se renueva, pero también hay espectadores que como niños pueden ver la misma película decenas de veces y disfrutar con igual interés. Allí está presente la nostalgia (“aquello que desencadena la lejanía del bien”).
Pero con un show maratónico, dirigido y animado por un político en el poder, la nostalgia y los repetidos trucos no funcionan mucho. No es fácil mantener semana a semana a un público cautivo que aguante aburridos cuentos de camino y malos chistes, dichos en un lenguaje obsoleto, que no sigue las modernas técnicas audiovisuales. El showman que es Hugo Chávez sabe que ya su programa no lo ve mucha gente. Hasta las focas invitadas al plató aplauden con desgano. Sus innumerables mentiras no conmueven a nadie.
La última idea para subir unos puntos del decaído rating de su show ha sido inventar (otra vez) una guerra con Colombia. El guión incluye: injerencia en la política interna del país vecino, obstrucción al comercio, discursos patrioteros de sus áulicos en la Asamblea Nacional, marchas portátiles de su menguada clientela y el chantaje a la oposición para que apoye el hipotético y absurdo conflicto. El ego de Hugo Chávez puede ser tan grande como hablar pistoladas por TV (para luego desdecirse) durante seis horas cada domingo.
Yo uso el control remoto, prefiero al Super Agente 86.