Veterano y polémico director y productor
George Clooney volvió a hechizar con su encanto personal el Festival de Venecia. Estaban esperándole como en otras ocasiones porque este actor norteamericano tiene, además del talento que le da autoridad para estar allí, un singular sentido del humor y según confesó otras veces, “la suficiente
serenidad moral para dormir tranquilo”. En el Festival hay para todos los gustos. Es la convocatoria a un grupo privilegiado de hombres y mujeres que tienen la capacidad de crear mundos nuevos, de hacer posible lo imposible y sobre todo, de convencer al mundo que los ve, de esa realidad que representan. Y no es que llega cualquier “pendejo” tampoco de esos que se han partido el alma para conseguir financiación para una película en la que todos trabajan gratis y están seguros de su esfuerzo. Nada de eso. Hay que tener una amplia trayectoria. Para empezar, el Festival de Venecia exige dinero, look, contactos.
Allá llega un Oliver Stone, productor y director de películas inolvidables, veterano de Vietnam merecedor de las condecoraciones “bronzestar” y la “purple heart”, conocido por su trabajo fílmico político que le ha merecido toda clase de premios, incluyendo varios “Oscars”. John Kennedy, Nixon, Fidel son algunos de sus protagonistas, y Hugo Chávez Frías. Para cualquiera que conozca a este teniente coronel, mandatario de un país productor de petróleo a través de este film de Oliver Stone, es difícil imaginar cuán generoso ha sido Oliver Stone con la figura de Hugo Chávez. No todos los asistentes al Festival tuvieron el “honor” de estrechar su mano, o deleitarse como con George Clooney con su físico o su sentido del humor. Por razones súper obvias: la seguridad es obligada en un dictador con miedo y su físico. Que son dos cosas determinantes en un lugar como Venecia a menos que compita una nueva versión de “King Kong” y no se lleve sobre los hombros el odio y el rechazo de miles de seres humanos que le cobran deudas altísimas, humanas, entrañables como pueden ser sus padres secuestrados, sus hijos presos o desaparecidos, sus hermanos secuestrados o sus abuelas exiladas. O se le haya conocido como lo conocí yo, tras bastidores en el auditorio de una academia militar en una elección de reina, insignificante, gris, cumpliendo una orden nada luminosa que trató de hacer gentil y amable: llevar un taburetito para que montarse cuando los cadetes lo superaran en altura y no mover tanto el micrófono, lo que le ganó el mote de “taburetito Chávez”. Este hombre endiosado por el poder, que llega del brazo de Oliver Stone a un Festival que exhibe un documental en el que no sale una sola opinión que no sea de sus “socios” políticos o serviles, llega al Hotel Des Bains donde, según la prensa italiana, se había reservado toda una planta para su comitiva de 200 personas y 50 guardaespaldas. Uno solo hubiera bastado para salvar la vida de la abuela asesinada hoy en la calle, ante el horror de su pequeño nieto en El Paraíso. Alguno tituló “el mejor actor de reparto: Hugo Chávez”.
El expediente contra Chávez que reposa en el Tribunal de La Haya, no llamó nunca la atención de Oliver Stone. Es sangriento, cruel, amoral. Prefirió lo folklórico. ¡$$$$$$$$$$$$$$$$$$$$$$!