Verdades inocultables
Hace unos años, cuando se revelaban las medidas del gobierno venezolano contra los opositores que comandaron el paro de 2002 y contra los manifestantes que tomaron las calles en aquellos días, los venezolanos observábamos horrorizados las agresiones de la Guardia Nacional contra el pueblo, la injusticia ante las barbaridades cometidas y las contradicciones de funcionarios gubernamentales que ante las cámaras de televisión declaraban que en el país todo se encontraba “excesivamente normal”.
Aquellos tiempos del país actuaron como detonante de las inquietudes que hasta ese momento se hallaban latentes en la cabeza de miles de ciudadanos. La sociedad civil, _refiriéndonos a ésta como la ciudadanía común desvinculada del militarismo y del poder gubernamental_ chavista y opositora, encontró en los medios de comunicación una autopista abierta para circular las diferentes posiciones asumidas ante la crisis en la que el país se sumió desde ese entonces.
Gracias a la libertad de expresión, los medios de comunicación sirvieron de cámara para mostrar una fotografía de la realidad vista desde distintos ángulos. Las empresas televisoras, radiales y de medios impresos dieron su visión de lo que sucedía. Los trabajadores y colaboradores de los diferentes medios dieron su opinión con libertad y en libertad. Tanto canales comerciales como dependientes del gobierno del presidente Chávez convivieron en medio de un espectro radioeléctrico en el que podía escogerse qué ver y a quién creer. Eso únicamente puede hacerse en países donde impere un sistema democrático que se haga efectivo en la tolerancia y aceptación del otro, por muchas posiciones encontradas que existan.
La convivencia de los distintos medios de comunicación como canales de expresión de todas las tendencias, es no solamente un deber sino una necesidad imperiosa que los gobiernos deben apoyar y proteger a toda costa siempre y cuando se regulen bajo el mandato de las leyes. Es, además de una medida inteligente y estratégica, una oportunidad de oro para la protección de los propios intereses gubernamentales si se pretende mantener la imagen de gobiernos democráticos más allá de las fronteras domésticas.
Es por ello que la decisión de cerrar RCTV, bajo el argumento del cese de la concesión, no solo tiene un altísimo costo político para el gobierno del presidente Chávez, sino que constituye una prueba más de que se empata con sistemas que el mundo reconoce como regímenes que tienen a la cabeza personajes anacrónicos en orientaciones extraviadas bajo ordenamientos que el mundo condenó en la ya lejana mitad del siglo pasado.
Desafortunadamente, la censura y la autocensura empiezan a gestarse en situaciones donde el miedo, la persecución, las retaliaciones y el uso del poder sirven para callar la disidencia. Entonces se hiere la democracia y nos convertimos en un país silente y apesadumbrado. En una sociedad sin fe, sin objetivos, sin aspiraciones. Dejamos de ser un grupo que trabaja en
función del bien común para acorralarnos en la propia supervivencia. Atravesamos la frontera de la patria para llegar de exiliados a una libertad que nos ahoga. Es el presidio del desafecto y el recuerdo.
La realidad se muestra ante las cámaras, se escucha en la radio, se escribe en la prensa. La decisión de escoger qué ver, qué escuchar y qué leer debe ser exclusivamente de los ciudadanos. Cada quien sabrá cuál es la verdad que quiere creer. Pero hay verdades que son inocultables.