Opinión Nacional

Venezuela hacia Colombia: Los desaciertos diplomáticos y sus consecuencias

No se entiende, al menos por ahora, la conducta del recién estrenado gobierno venezolano hacia Colombia. Las declaraciones y posiciones del principal protagonista de nuestra política exterior, el Presidente Hugo Chávez Frías, hacia el conflicto entre el Estado y la guerrilla colombianas han sido además de contradictorias entre sí, innecesariamente agresivas lo cual contrasta abiertamente con la línea de acción que, al menos desde 1989-90, venía siguiendo el Estado venezolano hacia los problemas internos de su principal vecino fronterizo.

Tan desacertada conducta es realmente sorprendente en virtud de que tanto el Presidente venezolano como su Canciller José Vicente Rangel no han cesado de reiterar -antes y después de llegar al poder- la prioridad de Colombia en su agenda de política exterior, así como la necesidad de que sus relaciones fronterizas se desarrollen con un claro, pacífico, moderado y coherente sentido de rumbo del cual dicen que estuvo exento la pasada administración de Rafael Caldera.

Ahora bien, lo más grave y preocupante son las consecuencias que tal proceder ya está suscitando no sólo en las fructíferas relaciones diplomáticas y económicas entre ambos países vecinos, sino en la relativa estabilidad política de la que goza la región andina en la actualidad. No por casualidad, luego del cambio de timón dado por el gobierno venezolano con relación al actual conflicto interno colombiano, se han disparado una serie de hipótesis acerca de una futura internacionalización y multilateralización del conflicto colombiano.

Diez años de relaciones positivas

Antes de adentrarnos en el análisis, es importante recordar que la relación bilateral entre Venezuela y Colombia en los últimos años ha sido altamente positiva, a pesar de sus inevitables zigzagueos. Se trata de una relación más integral y global que la existente durante las décadas de los años 60, 70 y 80 la cual estaba extremadamente limitada al problema de la delimitación en el Golfo de Venezuela. Esta modalidad de relación «desgolfizada», que se inaguró hace 10 años con la Declaración de Ureña del 29 de marzo de 1989 firmada por los entonces presidentes Carlos Andrés Pérez y Virgilio Barco, le dio organización y coherencia a la agenda común y creó mecanismos más efectivos de negociación binacionales, tales como la Comisión Presidencial de Asuntos Fronterizos y la de Delimitación de Areas Marinas y Submarinas, integradas ambas por destacados especialistas venezolanos y colombianos. Por otra parte, esa relación impulsó la integración y cooperación fronterizas adquiriendo un dinamismo sin precedentes que sólo en términos comerciales significan un volumen de intercambio –a favor de Venezuela, por cierto- de casi 3.000 millones de dólares anuales.

Asimismo, desde 1989 las relaciones han estado signadas por la prudencia y la moderación diplomática, estilos que han imperado en los numerosos discursos y encuentros bilaterales y multilaterales entre los principales actores de política exterior venezolanos y colombianos. Ese estilo moderado, cabe subrayar, no dio en ningún momento pié a una renuncia directa o solapada de los intereses y derechos de soberanía por parte de alguna de las dos naciones, ni tampoco implicó una falta de firmeza en las posiciones políticas, territoriales, militares y económicas de sus respectivos gobiernos. En cambio, esa línea diplomática sí hizo posible un diálogo y entendimiento mucho más fructífero entre ambos Estados a objeto de tratar de solucionar los múltiples y diversos problemas existentes entre estos dos países hermanos. En relación al problema de la guerrilla y el narcotráfico en la frontera, por ejemplo, los gobiernos venezolanos y colombianos entablaron un diálogo directo y establecieron un esquema de cooperación y actuación conjunta el cual, si bien no erradicó el problema, disminuyó considerablemente los conflictos e incursiones de la narcoguerrilla en la zona. Fueron muchos los convenios:suscritos en esta área de seguridad fronteriza. El último se firmó en la Quinta de San Pedro Alejandrino, lugar de alto valor simbólico para los dos países, en 1997. Dicho convenio establecía una vigilancia conjunta, un patrullaje común de los ríos fronterizos, una comunicación diaria entre los mandos militares de las dos naciones y el consiguiente intercambio de informaciones y de operaciones de inteligencia militar.

Lamentablemente, estas relaciones positivas se han visto afectadas últimamente. Y ello se debe en gran parte a que la actual administración Chávez -a pesar de afirmar lo contrario- está cambiando su línea de actuación diplomática como bien lo confirman sus recientes discursos y posiciones políticas hacia el conflicto que se desarrolla en Colombia entre el Estado y los grupos insurgentes.

Bateria de desaciertos

El cambio de conducta venezolana se inicia el pasado mes de febrero con las declaraciones de neutralidad hacia el conflicto por parte de nuestro Presidente que en términos diplomáticos -aunque no coloquiales- le otorga status de beligerancia a la guerrilla colombiana porque según el Derecho Internacional vigente, la «neutralidad» lleva implícita el reconocimiento e igualdad de las dos partes en conflicto. Esta declaración, que no por casualidad fue bien acogida por el movimiento guerrillero ELN, ameritó una pronta aclaratoria por parte del Canciller Rangel en virtud del malestar causado en Bogotá y no sólo en el ámbito gubernamental, sino en el intelectual-acadèmico y empresarial y militar. En este sentido, vale la pena transcribir unos párrafos de un artículo escrito por el conocido intelectual colombiano, Plinio Apuleyo Mendoza:

«La neutralidad del gobierno de Venezuela es, para la mayoría de los colombianos que somos demócratas, un anuncio inaceptable y peligroso. Entre una democracia antigua, respetable y amenazada, como la nuestra, y un movimiento subversivo que no vacila en servirse del terrorismo, de la extorsión y del secuestro con la mira delirante de imponer en este lado de la frontera un modelo marxista de Estado y sociedad, no se puede ser neutral. Ante riesgos como este, nunca lo fue Venezuela, como tampoco el gobierno colombiano cuando una lucha armada, inspirada y apoyada abiertamente por Fidel Castro, puso en peligro la estabilidad democrática de nuestro vecino. Entre los demócratas de un país y otro hubo siempre un estrecho entendimiento y una viva solidaridad (…) Y eso, precisamente eso, es lo que acaba de desconocer Hugo Chávez declarándose neutral. Es un hecho nuevo que deroga convenios y cierra los ojos ante amenazadoras realidades»(El Nacional, A/2, Caracas, 01.03.99).

Y termina Apuleyo Mendoza su artículo afirmando que, en el fondo, lo que hay en la actitud de Chávez es un «crudo pragmatismo: démosle a los guerrilleros una tajada de reconocimiento para que nos dejen en paz. Y que nuestros vecinos, envueltos en su guerra secular, se frieguen. Con jota. ¿Será esta una concepción realmente bolivariana?» (Ibidem y el subrayado es nuestro)

Luego de esta insólita declaración de neutralidad, vino la medida de levantamiento del estado de excepción en los estados fronterizos venezolanos, seguida por otras declaraciones presidenciales con relación a las guerrillas colombianas que fueron percibidas como contradictorias y ambiguas: repeler a toda costa sus incursiones en territorio venezolano pero a la vez otorgándoles la posibilidad de asilo político. Posteriormente, el Presidente Chávez declaró – justo un dia antes del primer encuentro formal con el Presidente Pastrana en Ureña – que fue el propio gobierno colombiano y no el venezolano, quien había otorgado status de beligerancia y legitimado a los insurgentes al entablar con ellos el diálogo de paz en forma directa. Todo esto fue asumido por nuestros vecinos como una intervención desafortunada de Venezuela en los asuntos internos de Colombia y en consecuencia ese gobierno canceló el tan esperado cónclave Chávez-Pastrana. La suspensión de la reunión presidencial por parte de Colombia por las interpretaciones dadas a las declaraciones de Chávez, fue percibida como una reacción desconsiderada por parte del gobierno venezolano y por tanto se reiteró la posición de neutralidad (en su sentido de no beligerancia) al tiempo que se amenazó con revisar tanto el esquema de cooperación venezolano hacia el proceso de paz colombiano, como del diálogo bilateral general entre Venezuela y Colombia. Este nuevo proceder venezolano aumentó las sospechas colombianas en torno a un subrepticio entendimiento entre Chávez y las guerrillas, y en parte dio pie a las denuncias de los paramilitares colombianos en cuanto a que Venezuela se estaba convirtiendo en refugio de guerrilleros.

Como respuesta a estas declaraciones del jefe paramilitar colombiano Carlos Castaño y otras dirigidas a perseguir, si fuese necesario, guerrilleros colombianos en Venezuela como medida de autodefensa, el gobierno venezolano reaccionó nuevamente en forma impropia, tildando dichas amenazas de simple «habladera de pistoladas» y de «bravuconadas».

Sin duda, este rosario de declaraciones y actuaciones desacertadas –aun cuando el contenido de algunas de ellas estén plenamente justificadas (como es el caso de las dirigidas a los paramilitares colombianos), están cambiando nuestra acertada polìtica de cautela diplomática y perfilando una «línea dura» de conducta que afecta no sólo las relaciones positivas anteriormente citadas, sino la tradicional imagen de Venezuela como defensor y promotor de la paz y la democracia en el continente y como garante de los principios de autodeterminaciòn de los pueblos y no intervenciòn en los asuntos internos de otras naciones. Incluso, como bien lo ha señalado la Prof. Elsa Cardozo Da Silva, esta cuestionada conducta ya ha mermado la capacidad venezolana como mediador o facilitador del conflicto colombiano.

Internacionalizaciòn, multilateralizaciòn e intervenciòn

Aún màs, y como si lo anterior no fuera suficiente, dicha conducta venezolana está coadyuvando a la complejizaciòn del conflicto colombiano, lo cual a su vez podría originar una intervención unilateral o multilateral regional para tratar de solucionar un problema que ya de hecho ha traspasado las fronteras colombianas. En efecto, es luego de las declaraciones y posiciones venezolanas que la guerrilla recrudece sus acciones en las fronteras colombianas con Perù, Ecuador y Venezuela e incluso llega a perpetrar acciones terroristas en suelo venezolano al matar tres activistas estadounidenses.

Por otra parte, es tras la conducta de la administraciòn Chàvez -que abrió la posibilidad de que Venezuela deje de participar activamente en la polìtica de contención anti-subversiva que hasta el momento se viene desarrollado en todas las fronteras colindantes con Colombia- que irrumpe la tesis o la alerta por parte de varios analistas internacionales y hasta del propio Canciller venezolano, de internacionalizaciòn del conflicto en un sentido distinto al existente hasta ahora. Se tratarìa, entonces, de pasar de la mera colaboraciòn formal (buenos oficios, mediaciòn, facilitaciòn) de algunos gobiernos regionales y extracontinentales para tratar de solucionar el conflicto, a una internacionalización en términos de intervención armada, sea de caràcter unilateral (por parte de alguno de los paìses afectados directa o indirectamente) o sea de naturaleza colectiva con la conformación de fuerzas conjuntas respaldadas por un organismo multilateral como la OEA o la UNU, al estilo de la acciòn multilateral que en la actualidad la ONU y la OTAN llevan a cabo en Kosovo.

Una intervención unilateral o colectiva no parece factible, al menos a corto plazo. Los Estados Unidos que como potencia continental seguramente serían los lìderes de una empresa de tal magnitud, niegan cualquier posibilidad al respecto; y en realidad el tema no està en discusiòn ni en el gobierno ni en la opiniòn pública de ese país. Sin embargo, la reciente visita del jefe del Comando Sur de las Fuerzas Armadas estadounidenses a Venezuela, llena de sospechas. Según algunos internacionalistas, como Adolfo Salgueiro y Vilma Petrash, esa visita no sólo fue para colaborar con el Plan cìvico-militar Bolívar 2000 como se anunció públicamente. La misma sirvió de «fachada» para analizar escenarios futuros de resoluciòn del conflicto entre los que cabe una posible intervención de la OEA.

Con todo lo anterior no hemos querido decir que la causa única e inmediata de una internacionalizaciòn del conflicto colombiano sean las declaraciones y acciones desacertadas de nuestro novel Presidente venezolano. Sin duda el fracaso de las negociaciones entre el gobierno de Pastrana y las guerrillas colombianas constituyen el disparadero fundamental. No obstante, las actuaciones venezolanas le han dado alas a la guerrilla (que ahora se siente realmente beligerante) y, de paso, a los paramilitares, lo cual contribuye a que el conflicto se complique aún más y traspase las fronteras colombianas.

Periodista y Politóloga.

Profesora en la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV.

Coordinadora General Fundación Pensamiento y Acción.

e-mail: [email protected]

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