Opinión Nacional

Venezuela entregada

Son grotescas las contradicciones entre el discurso patriotero y seudo-revolucionario del Presidente, y su actuación práctica que, cada vez más, debilita la soberanía del país y lo somete a nuevas hegemonías neocoloniales.

Venezuela vivió una época de nacionalismo emancipador a partir de 1936, cuando inició su transformación estructural burguesa y democrática impulsada por políticas desarrollistas y redistributivas. La democracia “puntofijista” fue el marco político de una época estelar de progreso socioeconómico con creciente soberanía nacional efectiva, por lo menos en sus veinte años iniciales. La estrategia de nacionalización petrolera, iniciada por Betancourt, continuada por Leoni y Caldera, y completada por Carlos Andrés Pérez constituyó una epopeya auténticamente antiimperialista, producto de iniciativas valientes y sagaces, sin vocinglerías agresivas. Al mismo tiempo se fortaleció el autoabastecimiento agrícola e industrial del país mediante el fomento de la producción capitalista privada, sujeta a razonables regulaciones públicas de interés social. Pese a fallas e imperfecciones, fueron tiempos de liberación nacional.

La política exterior de aquella etapa fue digna y perspicaz. Se observó una conducta soberana sin perder de vista las realidades geopolíticas. En la década de los setenta, Venezuela fue una de las naciones guías del Tercer Mundo. En la región, equilibramos sagazmente nuestras interdependencias respectivas con Colombia, México, Estados Unidos y Brasil.

A partir de 1999, se dio marcha atrás en todos estos aspectos. La creciente imposición de un seudo-“socialismo”, basado en confiscaciones arbitrarias y en la prédica del odio contra creadores privados, junto a la total incompetencia gerencial y administrativa del régimen, ha causado una tal fuga de capitales y talentos, y una desindustrialización tan desastrosa, que hoy dependemos de importaciones desde el exterior incluso para las necesidades más primitivas. El desmantelamiento de la vieja PDVSA ha creado tal decaimiento de la capacidad productiva petrolera, que hoy se negocian asociaciones entreguistas con los consorcios transnacionales que hace poco se pretendía echar del país. La dependencia comercial y técnica ante el vilipendiado “imperio” yanqui es mayor que nunca.

Particular gravedad reviste el abandono irresponsable de la diplomacia de equilibrios geopolíticos. La política exterior del actual gobierno ha cortado las articulaciones con la Zona Andina y México y nos ha llevado a una dependencia desmedida ante el emergente y arrogante Brasil, que ya ha acordado con Estados Unidos el reparto dual de la hegemonía hemisférica.

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