Venezuela: del capitalismo al feudalismo
El tema de la pobreza se ha convertido de nuevo en centro de atención de los medios impresos y radioeléctricos. Los principales periódicos, emisoras de radio y televisoras del país le dedican grandes espacios a tratar el tema. Todos los días aparecen informaciones, investigaciones y análisis realizados por los periodistas de los propios medios de comunicación, o se citan datos relacionados con los resultados de las investigaciones del Proyecto Pobreza que adelanta el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB, o con los trabajos de DATANÁLISIS (dirigida por Luis Vicente León), o con las exploraciones de CENDA (dirigido por Oscar Meza). La Escuela de Estadística de la UCV también cuenta con un destacado equipo de investigadores que se ocupa de este tópico crucial, entre los cuales destacan Alberto Camardiel, Guillermo Ramírez y Maura Vásquez, todos profesores del Postgrado en Estadística. Lamentablemente este último grupo no recibe de los medios informativos la atención que merece.
El auge del tema es perfectamente explicable. Al largo ciclo de crisis económica que se abre a finales de la década de los 80, ahora se superpone el profundo desajuste de los últimos años, etapa en la que se acentúan la caída de la inversión, el aumento del desempleo y la informalidad, y, más reciente, el repunte de la inflación con su consecuencia inevitable: la caída del ingreso real. Venezuela se encuentra entre las economías de peor desempeño en la región. En 1992 sólo Haití se colocó por debajo de nosotros. El año que corre va por el mismo camino. Por supuesto que una nación que no crece a tasas significativas por encima del aumento vegetativo de su población, no puede resolver las enormes dificultades que confronta en el plano económico y social. Somos veinticuatro millones de habitantes. Descontados ya los decesos y los emigrantes, cada año la población se incrementa en 2.2%; es decir, unas 532.800 personas. Para que podamos afrontar con éxito los desequilibrios sociales y mantener de forma sostenida el progreso nacional, la economía tendría que crecer durante un largo período, al menos al triple de aquel porcentaje; o sea, a 6.6%. En esta breve revisión de las estadísticas no estoy incluyendo las cifras relacionadas con la fuerza de trabajo. Cuando se incorporan estos dígitos, queda aún más claro que sólo mediante el despegue de la economía, puede generarse la masa de bienes y servicios que la sociedad demanda, y resulta posible crear las fuentes de empleo que satisfagan las exigencias de la fuerza laboral.
En la actualidad las metas de expansión tienen que obtenerse en un ambiente donde la globalización es cada vez más intrincada, donde el desarrollo tecnológico es cada vez más determinante y donde el conocimiento científico se ha convertido en una pieza clave de todo el andamiaje productivo. Factores que antes no eran decisivos para la evaluación del desempeño de una economía, como la productividad, la eficiencia, la calidad y la competitividad, ahora son esenciales para medir las posibilidades de que un país pueda tener un desarrollo sustentable. El tiempo de las economías autosuficientes, autárquicas, pasó hace siglos. Uno de los fracasos más dramáticos del socialismo fue no haber logrado introducir los reajustes que les permitiesen a los países en donde ese sistema se implantó, adecuarse a las condiciones de un mundo cuyos patrones de rendimiento económico aumentan incesantemente. El socialismo no pudo competir con los niveles crecientes de productividad y calidad del capitalismo. En el combate a la pobreza y a las desigualdades en la distribución del ingreso, las naciones capitalistas de más alto desarrollo se apuntaron logros mayores que las naciones socialistas, a pesar de la vocinglería de los gobernantes de estas últimas a favor de los desposeídos. En el socialismo, la enorme brecha entre lo que supuestamente los mandatarios defendían -el interés de los oprimidos- y lo que en efecto obtenían -empobrecer a todos los ciudadanos, menos a la burocracia del partido- se explica en gran medida por la incapacidad de esas economías de asumir la modernización como proyecto. El estatismo y la burocratización sectaria, prepotente e ineficaz sepultaron la economía.
Ahora los países deben renovar constantemente la plataforma tecnológica sobre la que opera su aparato productivo, para poder crecer a ritmos sostenidos. Este cambio constante debe formar parte de diseños estratégicos y políticas públicas y privadas dirigidas a incorporar el conocimiento científico en el campo de la producción. La superación del atraso y la pobreza se ha logrado, además, con innovaciones en el sistema educativo, el área de la salud y la seguridad social, y fortaleciendo las instituciones del orden democrático y el Estado de Derecho.
Cuando a una nación se le plantea como proyecto los gallineros verticales, los conucos, los huertos hidropónicos, regresar a la tiza y el borrador, y además se destruyen centros de investigación como el Intevep, universidades corporativas como el CIED, o se abandona a su propia suerte institutos como el IVIC y se acosa a las universidades, lo que se está sugiriendo es que esa nación recorra el camino inverso al seguido por las sociedades prósperas. Éstas avanzaron del feudalismo al capitalismo. El plan que ahora se propone para Venezuela consiste en retroceder del capitalismo al oscurantismo, fórmula ideal para multiplicar la pobreza. No otra cosa es el “modelo endógeno” que se pretende como alternativa a la globalización y al capitalismo..