Opinión Nacional

Venezuela cada día más violenta.

No es de extrañar cómo en el país cada día aumenta la delincuencia, bajo un régimen de forajidos a paso de “vencedores”, dada la gran impunidad, corrupción, del gobierno más ineficaz y derrochador de los dineros públicos por América Latina de la historia venezolana.

Vamos transitando de tal forma en una cultura de la violencia, y además como propuesta verbal por parte del propio presidente, que siempre está provocando el conflicto enemistando todo lo que toca. Lo contrario del rey Midas. Todo lo transforma en oro. El bufón de Miraflores lo que toca, lo vuelve estiércol.

Así las cosas los crímenes son el plato principal cada mañana en toda la prensa nacional como algo normal. En todas las clases sociales, pero en especial las clases más desfavorecidas y despreciadas por la boliburguesía que supuestamente el derrochador pregona y defiende tanto.

Se la pasa hablando del capitalismo salvaje (término por cierto acuñado por el Papa Juan Pablo II, no del mal llamado revolucionario) de un supuesto magnicidio (vivo es que hay que juzgarle) cuando su oligarquía corrupta de Estado está cada día desmoronando más la economía.

De allí su gran desmedida estupidez hacia lo expuesto en el Informe de Human Rights Watch (HRW) y la expulsión de Vivancos del país, que pone en evidencia el clima de intolerancia política de ya diez años de desgobierno, en la total destrucción del sistema democrático y de respeto hacia las instituciones del Estado, con la predica absurda de un socialismo del siglo XXI que no se le encuentra ni pies, ni cabeza.

¿Cuál socialismo? El de la muerte. ¿Cuál pitiyanquismo? El del maletín de Antonini, Kauffman y compañía. O, el pitiyanquismo de los petrodólares que financian al desgobierno. ¿Cuál imperialismo? El de los bandidos del Estado.

Con un país altamente en riesgo; el país en América Latina más peligro, y Caracas la ciudad más peligrosa del mundo, donde la muerte pasea por las calles tal cual policía de turno, llevando consigo a muchos venezolanos y que penosamente ha pasado recientemente con el Presidente de la Federación de Centros de la Universidad del Zulia, Julio Soto. Que no sólo por ser un líder estudiantil, sino por que fue victima, como muchos otros ya desaparecidos, de las altas tasas de criminalidad y vandalismo en esta sociedad sitiada prácticamente en guerra. Y así nos puede pasar al cualquier venezolano, en cualquier momento.

¿Entonces? ¿Qué pregona éste señor en sus alocuciones trasnochadas y cargadas de odio? Piensa que Venezuela es su botiquín, su trinchera de soldadito asustado y acobardado como en el Museo militar, por su fuero de inútil hasta en la supuesta batalla.

Esta violencia tan desmedida, este país tan extraviado, necesita de estructuras intermedias, de políticos capaces que demuestren las tropelías del autoritario y su grupito procastrista. Y evidentemente, sí existen en Venezuela voluntades capaces de mejorar el país.

Por ello las proyecciones para las elecciones del 23 de noviembre próximo tiene a los tartufos de palacete asustados. ¡Se les está acabando la guachafita¡.

En fin, “la violencia aparece donde el poder está en peligro pero, confiada en su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder”. Hannah Arent.

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