¿Venezuela a la espera de un milagro?
Los venezolanos parecen en su mayoría haberse encomendado a la fe de Dios, a la espera de un milagro que les devuelva la paz, justicia y derecho a la vida. Diez años infructíferos para que se produjera un cambio, ni Chávez supo aprovechar la bonanza petrolera ni la “oposición logró acabar con sus pretensiones hegemónicas, hoy materializadas. Vivimos en un pandemónium sin ningún norte que vislumbre una salida a la grave crisis social y económica. Lo escaso bueno o regular que se logró erigir en democracia hoy está casi destruido, y las esperanzas de un oficialista común son muy pocas, viendo el fraude de esta “revolución”. Los aventureros y mercenarios medran en este paraíso inducido por el régimen, igual sucede con la delincuencia que perdió cualquier escrúpulo, si acaso lo tuvo; actualmente el país produce más muertos por la inseguridad que una guerra convencional. Los cadáveres aparecen baleados con incontables disparos, como si se tratara de una competencia de tiro al blanco y la diana fuera el interfecto. Al comienzo, la ciudadanía pensaba se trataba del sicariato y de venganzas, pero ahora se dan cuenta que es una “experiencia normal”. Hay exceso de crueldad, que no veía antes la población. Junto a esto, camina la indiferencia de algunos venezolanos, a quienes Chávez les complace sus gustos, destruyendo cuanto halla a su paso. Es el Atilas criollo, símbolo de la mayor decadencia conocida por Venezuela. Sin que nadie resuelle, sin que nadie piense en organizarse para reconstruir la nación que se nos va de las manos. Pareciera que el olvido y la indolencia se apoderaron de nuestros compatriotas, cuando vemos inocentes pagando cárcel y culpables transitando normalmente las calles y encumbrados por el “proceso”. Recordamos la recomendación del Quijote dada a Sancho cuando asumiera la gobernación de la ínsula Barataria: “Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún enemigo tuyo, aparta las mientes de tu injuria, y ponlas en la verdad del caso”.
Aquí vemos las mayores injusticias, que rayan en represalias, las persecuciones y condenas más indignas. Notamos como la arrogancia de los funcionarios públicos esta dirigida hacia la hecatombe moral de una sociedad, hacia la desgracia de sus compatriotas por vías de la violencia y de una inhonestidad exasperada. La llamada “oposición” venezolana casi nunca dio respuestas adecuadas a estas agresiones, que llegan a diez años, a esta “revolución” que desata odios y no pasiones, que no resuelve problemas sino los complica cada vez más y pende del latrocinio para continuar su paso totalitario y perpetuo.
Ante ello, el venezolano apela al conformismo con el mayor desconsuelo. Casi con llantos, escuchamos lamentos a diario de los ciudadanos cansados de tantas iniquidades. Pareciera que sólo una mano milagrosa pudiera recomponerlo, las perspectivas son cada vez menores de obtenerlo por otros medios. El régimen se encargó con sus últimas disposiciones confiscatorias de la voluntad popular, en desencantar a quienes votaron, conculcando sus decisiones. El Edén revolucionario se fortalece con la violencia, mientras la “oposición” se nota rendida. Será difícil continuar en un juego democrático, votar en futuras elecciones que convoque el gobierno, cuando casi todas las expectativas electorales están disipadas. Oí decir a unas señoras: solamente esperamos de la justicia divina para que Venezuela recobre su libertad, y pareciera ser ésta la señera esperanza real. Estamos lejos de todo lo que parezca una fuerza capaz de devolver las cosas a su lugar. Los ánimos se esfuman hasta en los entusiastas “políticos” que les encanta ver sus nombres en un tarjetón electoral aunque sepan de antemano que no tienen la más mínima posibilidad de ser electos. Los movimientos de protesta están circunscritos a minorías bizantinas, y los estudiantes se burocratizaron o se perdieron en las primeras termopilas de nuestra realidad. Así sólo Dios lo puede. Entonces nos queda decir, fe compatriotas que algún día el milagro llegará o moriremos.