Opinión Nacional

Varias juventudes y un destino incierto

En una noche de tedio, logré sintonizar un programa de la emisora radial del llamado Colectivo “Alexis Vive” (FM). Tres muchachos, activistas convencidos del movimiento, a través de un espontáneo, curioso y reconfortante lenguaje coloquial, no sólo refirieron algunos de los problemas vividos por el caraqueño sector del “23 de Enero”, sino que rápida y directamente lo imputaron al capitalismo, versando sobre una definitiva lucha de clases – claro, entre pobres y ricos- y, a pesar de los matices o diferencias, la defensa del Comandante-Presidente.

Llama la atención la profundidad de convicción y determinación de los jóvenes, aunque no encuentren ni – creemos – acepten debatir con terceras personas en torno al proyecto socialista o la definición e intensidad de la lucha de clases que suponemos defienden. No obstante, se trata en lo fundamental de una postura belicista que halla principios, valores y estilos de vida que expresar, en contraste con las meras expectativas por un sofisticado celular o una novedosa laptop, tan notorias en el grueso de las juventudes venezolanas.

La manifestación de los jóvenes leninistas o guevaristas, al parecer, tampoco encuentra eco en aquellos compañeros de ruta que alcanzaron una pronta celebridad mediática al defender a Hugo Chávez en medio de la protesta contra el cierre de RCTV, conformaron exclusivamente una comisión presidencial destinada a solventar la situación de tan estratégico sector social y de la que nada o muy poco se sabe, o conquistaron impensables posiciones ministeriales. Podríamos presumir de la existencia de una misma escuela marxista en la Venezuela actual, sobre todo por la escasez tan sospechosa de aportes recientes en el estudio de las clases sociales, entre otros temas, pero deseamos por ahora dejar constancia de un movimiento y de una inquietud juveniles contrastantes.

Debemos igualmente aludir a otras expresiones juveniles, como la que atestiguamos en medio de una misa dominical cuando se presentaron y hablaron los jóvenes seminaristas sobre el apostolado que realizan en las cárceles venezolanas. Respiramos autenticidad al escucharlos interpretar su misión, adelantando principios, valores y estilos de vida que constituyen un heroico esfuerzo que no acepta las fórmulas socialmente consagradas, ni se entrega a las prefabricaciones gubernamentales orientadas a enlatar a la muchachada en un proyecto totalitario que nunca se ha tomado el gobierno la molestia de definir, por lo menos, más allá de sus oquedades publicitarias.

Audacia de juventud, los seminaristas ofrecen la versión de otro movimiento fundado en el testimonio y la fuerza de una convicción nada ligera sobre las personas, el mundo y las cosas. Independientemente de las creencias religiosas que sostengamos, hay suficiente muestra de una opción de vida válida que cuestiona las frivolidades, necedades y caprichos de aquellos que no saben ni les interesa el momento histórico.

Quizá versamos sobre los extremos de un fenómeno reducido, mínimo e imperceptible que cobra significación al compararlo con las juventudes que hacen o dicen hacer política. Por más loable que sean sus consignas (por ejemplo, “Llenar la política de valores” de acuerdo a un joven candidato a concejal metropolitano), precisamente redundan en todas aquellas condiciones que hicieron posible la tan torpe entrada al siglo XXI.

Hay principios, valores y estilos de vida que interpelar para garantizar la búsqueda de un destino colectivo que brilla por lo incierto, y resulta inaceptable que los muchachos que incursionan en la vida política o político-partidista constituyan una garantía de la molicie, de las intrigas, de la intrascendencia y – en definitiva – la propia descalificación del servicio público. Por ello, el temor generalizado a la discusión, a la confrontación democrática, y un conservatismo de distinto signo (de izquierda y de derecha), asfixiante, agobiante, descorazonador.

El utilitarismo que ha prendado entre muchos jóvenes que ofician en la oposición y en el gobierno, nada tiene que abonar a la gesta del 21 de Noviembre de 1957, pero es hora de responder y de ganarse un espacio vital en el debate público, dando exacto testimonio de lo que se cree siempre perfectible. Están a tiempo de ganarse un puesto en las trincheras por la democracia y la libertad, el desarrollo económico y la justicia social, si pierden el miedo de preguntarse sobre la vida que desean hacer y compartir.

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