Valorar la soledad y el silencio
Uno pasa las hojas de la agenda y siente una especie de rumor en las arterias y en la epidermis que llega hasta la médula. Durante años, mi agenda venía marcada por horarios de clases, fechas de exámenes, conferencias, artículos, congresos, cursos, entrevistas, comidas, tutorías y mi servicio de voluntariado en una ONG nacida en la universidad complutense.
Ahora hay fechas apuntadas para revisión con el cardiólogo, holter, cardiogramas, analíticas, controles. Cita con oculista, dentista o con el de las alergias para uno o la revisión oncológica del otro.
Lo hablaba con mi mujer después de la cena, cuando solemos comentar lo que cada uno va a hacer al día siguiente o quiénes vendrán durante el fin de semana. Nos sorprendió que lo único seguro son las citas con los médicos, ahora que ya hemos superado papeleos de clases pasivas, carnets de la tercera edad, pases para museo o yo qué sé. Cuando te descuidas tratan de envolverte en algo para “pasar el tiempo”.
Sí que tengo quehaceres, menos compromisos, un taller de periodismo y el bendito Internet: Facebook, Blog, web y correspondencia viva. Siempre anduve reservando libros, viajes y tareas para cuando dispusiese de ese “tiempo” que me faltaba. Ahora me pregunto: ¿era necesario tanto y tan de golpe?
Por muy pospuesta que tengas la jubilación… esta llega siempre de repente, y nunca estamos preparados. Por eso existen instituciones sociales que se ocupan de la adaptación de las personas mayores a las nuevas realidades. Salud, tiempo libre, ejercicio físico, cuidar la casa, aprender nuevas tecnologías y habilidades, alimentarse bien, mantener bien las relaciones familiares sin abusos ni dependencias; pero ante todo, no abandonar hábitos saludables ni, de la noche a la mañana, obligarse a un batiburrillo de actividades.
A veces, se insiste demasiado en que hay que salir, moverse, relacionarse, apuntarse a cursos partiendo de que la soledad no es buena al confundirla con el aislamiento. Algunos médicos advierten contra la soledad en la vejez, por sus presuntos malos efectos. A veces, produce beneficios.
Ahora vivimos más años por la mejor alimentación, los controles médicos, los fármacos y las mejores condiciones de vida en los llamados Estados de Bienestar.
Pero no hay que confundir actividad con atolondramiento, control médico regular con hipocondría, ni ignorar nuestros rasgos de la personalidad y del carácter que hemos ido conformando a partir del temperamento por medio de la educación y del acceso a fuentes de conocimiento gracias a la revolución de las comunicaciones.
No podemos dejar de ser quienes hemos durante sesenta o setenta años. Y si no le gustaban las manualidades, o ir en grupo a visitar museos, o la nouvelle cuisine o la jardinería, o ir a un gimnasio con un horrible y fosforescente chándal y unirse a un grupo de hombres y mujeres gordos, calvos, ruidoso o comatosos para ponerse a hacer aeróbic o meditación trascendental.
Uno de los factores más provechosos y positivos de la soledad es el impulso espontáneo hacia un territorio propio y nuevo donde establecerse y restablecerse con una salud y vigor desconocidos. La presión social de dar quehacer a las personas mayores no consigue, en muchos casos, sino atosigarlas.
Controlando lo fundamental en los mayores, cada persona debe ser fiel a sí misma y coherente con sus gustos y aficiones. Muchas veces, la soledad es un hontanar de vivencias y de satisfacciones. No podemos ignorar las tradiciones culturales, religiosas o sociales. Al contrario, sería mejor mantener un respetuoso silencio.
Había un cura que veía todas las tardes a un anciano que se sentaba en un banco y se dormía plácidamente. El cura le preguntó por qué venia a la iglesia a echarse la siesta y el anciano le respondió: “es que el perro viejo en ningún lugar duerme como a los pies de su amo”. El joven cura insistió y le preguntó cómo oraba. El anciano con una sonrisa de comprensión musitó: “Yo lo miro y él me mira”.
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS