Uslar: entre la razón y la acción
La conmemoración del centenario de Arturo Uslar Pietri es propicia para retornar al libro de Astrid Avendaño, «Arturo Uslar Pietri. Entre la razón y la acción» (Ocar Todtmann Editores, Librería Alemana, Caracas 1996). Opiné entonces, e insisto ahora en ello, que se trata del mejor libro escrito sobre Uslar hasta el presente, y una de las más importantes obras sobre la historia política de Venezuela en el siglo XX.
Vuelvo a constatar su densidad intelectual, su rigurosidad metodológica y honestidad a toda prueba. La autora quiso apegarse a la verdad y la indagó con empeño. Considero que el juicio que hace de una vida y un aporte, que abarcaron casi un siglo de avatares venezolanos, es ponderado y atinado a la vez. En el plano político Avendaño sigue al personaje sólo hasta la campaña electoral de 1963, aunque su evaluación del pensamiento político y económico de Uslar abarca casi la totalidad de su vida. No cubre el libro los últimos tiempos de su existencia, y no se pronuncia en detalle sobre sus posiciones durante los años cruciales de 1992-1998, cuando Uslar se colocó al frente de los llamados «Notables» y jugó de nuevo un papel fundamental en el devenir del país.
Deseo abordar dos aspectos de Uslar, discutidos en el libro de Avendaño, y acerca de los cuales expresaré en esta nota mis propias ideas. El primero se refiere a la famosa consigna «sembrar el petróleo». Pienso que a estas alturas de nuestro proceso histórico cabe separar dos aspectos de este planteamiento: el analítico y el prescriptivo. Hay que reconocerle a Uslar su lucidez y visión, expuestas desde mediados de los años treinta del siglo pasado, en torno a los peligros que acarreaba el petróleo de convertir a Venezuela —en sus propias palabras— en una «nación fingida», en «mendigo del Estado» y «estéril parásito petrolero». Como todos sabemos, esto es en efecto lo que ha ocurrido. Uslar esbozó una salida posible para esos riesgos, encapsulada en la consigna «sembrar el petróleo», que alentaba la promesa de que si tan sólo los «hombres capaces» manejasen ese maná, evitasen el gasto superfluo, combatiesen la corrupción, e invirtiesen sabiamente el presunto don concedido por la Providencia, al país le sería factible progresar en tiempo relativamente corto y con mínimo costo social.
Creo que el paso de los años ha desmentido esa ilusión, y que resulta sencillamente imposible «sembrar el petróleo», es decir, transformar una riqueza que no es producto del trabajo de las personas en desarrollo equilibrado y sustentable a largo plazo. Lo pienso así por razones que tienen que ver con la propia naturaleza humana, razones cuya elucidación escapa con creces los límites de este artículo y las aptitudes de quien lo redacta. Es evidente que el petróleo enriquece y fortalece al Estado, pero empobrece al pueblo. Esta «ley de hierro» se incumple solamente en países que ya eran desarrollados y estables cuando les golpeó el torbellino petrolero, como es el caso de Noruega. Dejo entonces constancia de mi convicción de que «sembrar el petróleo» es un espejismo venezolano, y nunca lo alcanzaremos. Así lo entenderán las generaciones futuras, cuando desafíen un horizonte desprovisto del peso decisivo del oro negro.
Por otra parte, Avendaño señala con énfasis que Uslar siempre representó una opción distinta para Venezuela, enfrentada a la ruta populista que hizo su aparición el 18 de octubre de 1945. Es lamentable, no obstante, que al final de su larga vida, y con respecto a la entrada en nuestro escenario político de Hugo Chávez, Uslar haya asumido una postura que contrastó significativamente con su prédica anterior, y le llevó a minimizar —en artículos recopilados en su libro de 1992, «Golpe y Estado en Venezuela»— las enormes diferencias entre la deficiente democracia que agonizaba y la autocracia que asomaba su rostro, mediante la apelación a lo que llamaba una «democracia verdadera». Uslar asumió una actitud poco menos que complaciente hacia los golpistas. Su posterior rectificación, en las etapas finales de su carrera, no debe ocultar ese momento de miopía. No digo ésto para menoscabarle. Al contrario, es triste que una de nuestras mentes más brillantes se haya equivocado tan gravemente en esa coyuntura.
El libro de Avendaño contiene excelentes fotos. Entre ellas hay una que me parece reveladora. La misma muestra a Uslar durante la campaña presidencial de 1963, ataviado con un sombrero de campesino, y dirigiéndose a un grupo de personas, obviamente muy pobres, en algún rincón del país. Estos últimos le contemplan boquiabiertos y extasiados, y ciertamente dan la impresión de no estar comprendiendo nada. Se trata de una imagen a la vez hermosa y trágica, de una síntesis silenciosa del drama venezolano.