Universidad y democracia
Difícilmente pueda disociarse del debate democrático, de la democracia como forma de vida y como tipo de ordenamiento político, un tema, estructura e institución como es la Universidad. De tal manera que un cierto declive o agotamiento de la democracia en sus contenidos, fines, valores pudiese igualmente afectar la noción y esencia misma de la Universidad como espacio privilegiado del saber del saber y ámbito donde se manifiesta como ninguna otra institución los valores democráticos. Entiéndase por estos el pluralismo, la libertad, la igualdad, la tolerancia, el reconocimiento del otro en un clima y espacio donde las diferencias se solventan a partir de dialogo, el acuerdo, la concertación y la mediación de las distintas instituciones que soportan el entrado democrático a diferencia de la dictadura y demás regimenes de fuerza donde lo único que prevalece es la voluntad del autócrata y caudillo.
En este sentido, cobra muchísima fuerza hoy en día y en medio de la hora menguada que registra Venezuela y su sociedad, definida por la violación del Estado de Derecho, el irrespeto a la propiedad privada, la censura y el establecimiento de una sola óptica, de un solo juicio, de una sola ideología, el papel que precisamente debe cumplir la Universidad, como faro de luz en medio de tinieblas, como espacio donde se garantiza la disidencia y la diversidad, como lugar esencial de debate y reflexión es el que debemos retomar. Nuestra Universidad si bien es cierto le corresponde formar profesionales aptos para el desempeño en todos los campos del saber, del hacer, de las ciencias y humanidades, de la tecnología y la medicina, debe ante todo contribuir a formar ciudadanos.
La única semilla que produce frutos sanos es aquella que esta dotada por valores. La mayor satisfacción que puede tener una Universidad está no sólo en el prestigió que su claustro tiene, en los hallazgos y descubrimientos que se hacen día a día, en su personal, sus profesores e investigadores, pero un deber que no puede eludir la universidad y que debe ser nuestra razón y sinrazón es el de forma auténticos ciudadanos, sujetos activos de derechos y obligaciones, que se constituyan en la vacuna y la garantía de la democracia en su doble dimensión, es decir, como ideal (valores) y como realidad (hechos).
En medio de una celebración que hace tiempo dejo de ser de Mérida o de Los Andes, porque sus hijos, sus egresados están desperdigados en todo el mundo, la Universidad de Los Andes celebra un nuevo aniversario. Si asumimos que los orígenes de la Universidad de Los Andes se remontan a la Fundación del Seminario de San Buena Ventura y la gesta del obispo Fray Juan Ramos de Lora, entonces esta Casa de Estudios esta celebrando 221 años de su fundación.
Tal celebración más que llenarnos de orgullo que de hecho es así, debe ser objeto de sesudos debates del papel, de los retos, de la deficiencias y de los desafíos que la Universidad de Los Andes tiene delante de si en un país que reclama derecho, crecimiento, saber, justicia, ciudadanos, democracia, ciencia y tecnología. La ULA no es una casita de estudios, es una Universidad con tradición, con prestigio, con cierta raigambre. Hoy más que nunca su actual equipo rectoral y todos aquellos que ocupan cargo de gobierno y cogobierno universitario deben hacer un alto, una parada y reflexión en torno a nuestro quehacer y en relación a las inmensas potencialidades que como casa de estudios tenemos en momentos de definiciones, donde muchos deshojan la margarita y reniegan de nuestra querida Universidad de Los Andes. En hora buena este nuevo aniversario. Y valla este corto espacio dirigido al Equipo Rectoral que es al fin de cuentas el encargado de transformar y adecuar esta casa de estudios en función del país, de unas exigencias y de unas tendencias que no admiten titubeo. Felicitaciones a todos quienes integramos la Universidad formal e informalmente.