Opinión Nacional

Una Venezuela ciega, sorda y muda

¿Cuál de los golpistas del 4F tiene las más suculentas y estratosféricas cuentas bancarias en el exterior? ¿Quién le tiene miedo a la verdad? ¿Quién le tiene miedo a los corruptos?

Walter Benjamin, un gran pensador judío alemán que huyendo de los nazis en 1940 y acorralado por las tropas franquistas se viera obligado a suicidarse en Port Bou, en la frontera franco española, escribió en su Ensayo sobre la Violencia que la mentira es inherente a los regímenes despóticos, pero que ella, la mentira, por venenosa y devastadora que pueda llegar a ser, no es considerada delito en ningún código de justicia del planeta.

Lo hemos aprendido en estos 14 años en carne propia. Pues ella, en manos de pigmeos gobbelianos como Izarra o Villegas – dos pelafustanes ignorantes, intrigantes y presumidos, pero dotados en mala hora del poder de la mentira y los medios para difundirla a toda hora y de manera masiva – se ha encargado de pretender convertir lo negro en blanco y lo blanco en negro. Sin que en esa faena de perverso periodismo de burdel sufran el más mínimo castigo. Que en su dimensión y envergadura debiera ser aún más grave que el que se merecen los criminales a los que sirven y a quienes convierten en santos y sus delitos y traiciones en epopeyas.

14 años de mentira sistémica. Y de la buena fe de crédulos ignorantes, a los que la verdad no les va ni les viene, atosigados de abusos, atropellos, la vida siempre en vilo enfrentados a las únicas verdades que pueden inspirarles atención: la del malandraje que amenaza sus vidas y la de los Mercales que satisfacen sus hambres. Pendientes de la beca, el donativo, el mendrugo que les lanza el Rey de la Mentira: Chávez ayer, un mentiroso compulsivo dotado de la labia engañosa y traicionera del bárbaro de los llanos de nuestras novelas costumbristas; Maduro hoy, la cara fea del colombiano que se dice experto en asuntos que ni conoce y corre a regalarle el país a la tiranía cubana.

Entiéndase: la violación sistemática a la libertad de expresión y la voracidad compulsiva por montar un gigantesco imperio mediático no tiene otra razón de ser que la aviesa y sagaz conciencia del poder de la mentira. La vieja sabiduría gobbeliana, según la cual una mentira repetida mil veces se trastrueca por arte del fabulador que la maneja en una verdad deslumbrante. Es la prestidigitación del poder mal habido: mentir, mentir, hasta sembrar la duda.

¿De qué le hubiera sabido al tirano haberle podrido el alma al poder judicial, como se lo pudriera? ¿Haber corrompido hasta los huesos a unos soldados que no tienen otro compromiso moral que con la posibilidad de enriquecerse sin tropiezos, salvo demostración en contrario, como la que todos los venezolanos decentes estamos esperando? ¿Haber rebajado a la mendacidad sin artificios a camorreros travestidos de parlamentarios y más hábiles en el manejo de la manopla que de la oratoria? Basta una palabra verdadera, un sustantivo inmaculado puesto blanco sobre negro en la tesitura de un medio incorruptible, o la voz y la figura de un venezolano auténtico, honrado y decente transmitido por radio o televisión, para que ese castillo de naipes de granujas, mafiosos, rateros, asaltantes y vende patrias se derrumbe sin remedio.

Consciente del poder invencible de la comunicación y la fuerza arrolladora de la verdad, el chavismo optó desde un comienzo por seducir, primero, perseguir después y comprar cuando no le quedó más remedio a todos los medios del país para que lo cierto y verdadero no se colara en las mentes de los venezolanos. Que deben permanecer aherrojados en la inmundicia del imperio mediático de la falsía. Mentir, deshonrar, difamar, maldecir se convirtió en el oficio por excelencia de las ratas comunicacionales, de los hojilleros de Hugo Chávez, de los pervertidos y decrépitos ancianos intrigantes que han hecho fortuna al calor del chantaje, la deshonra, la infamia y la descalificación. Esa mentira de Estado terrorista y forajido ahora voceada por un santón de ferretería, cuyo compromiso con la verdad es tan lampiño como su rostro.

Que todos estos esfuerzos serán vanos, lo hemos comprobado con la deslumbrante convicción de la verdad: el robo y asalto a mano armada de Radio Caracas Televisión no sirvió más que para acallar a la oposición. El medio con que pretendieron reemplazarlo, poniéndolo al servicio del régimen, ha sido el fraude más notorio de la incapacidad creativa de la estulticia reinante. Lo mismo sucedió con el robo del Circuito Belford y los partos de los montes de unos medios impresos dignos de una tribu de Zimbabue.

Han obligado al exilio a grandes periodistas o los amenazan pretendiendo empujarlos al paredón del silencio. Comunicadores de primera línea han debido sortear la cárcel o emigrar en busca de futuro, convertidos en anclas de grandes medios televisivos internacionales. Han impedido que comunicadores dotados de fuerza expansiva y gran capacidad gerencial adquieran plantas televisivas y monten canales verdaderamente alternativos. Poseídos por el piromaníaco instinto destructivo que los caracteriza decidieron hacer tabula rasa con Globovisión. Acorralaron a sus antiguos dueños hasta obligarlos a vender, para entregársela en bandeja a sus socios, empresarios súbitamente enriquecidos y de trigos no muy limpios. Que en horas la habían convertido en una triste, patética y lamentable parodia de lo que un día fuese. Ya quisiéramos tener acceso a los estudios de opinión que sus nuevos propietarios habrán encargado: el rating habrá descendido a niveles subterráneos-

El puñal insidioso de sus inquinas insiste en cebarse en el periodismo combativo y pujante, al que persiguen con saña sin igual cuando muestra las vísceras de la corrupción reinante. Van a por sus responsables sin importar motivos ni medios: se usa la ley de acuerdo al más fiel de los preceptos tiránicos: todo su peso a los adversarios. Ninguno a los socios, amigos y aliados. Se vocea a destajo una pretendida lucha de la corrupción llevada a cabo por los más infames, inmundos, descarados e inescrupulosos corruptos: los que detentan el Poder.

Es la mentira consustancial al régimen autocrático y militarista, clásico de aparatschicks y Nomenklatura estalinista, que ha venido a ocupar el escenario vacío tras la muerte del caudillo folklórico que los precediera, adobado ahora con ron cubano y vodka soviético, al estilo de las añejas y fétidas dictaduras del bloque soviético. Al estilo de Cuba, que hoy impone a quién se persigue con saña y a quién se premia con inmensas fortunas. Es la mentira congénita a todo régimen dictatorial, con el agravante del descampado, la nocturnidad y la alevosía.

¿Cuál de los golpistas del 4fF tiene las más suculentas y estratosféricas cuentas bancarias en el exterior? ¿Quién le tiene miedo a los corruptos?

 

 

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