Opinión Nacional

Una transición para la Fuerza Armada Nacional

Al oficialismo no le dio tiempo de aprobar el proyecto de Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional, a menos que –antes del 15 de agosto- emprenda la heroica tarea de llamar a sesiones extraordinarias, simplificar groseramente el articulado, limitar hasta la paranoia el debate y entregar la pieza legislativa para la firma presidencial, descartada una habilitante requerida de mayoría calificada. Extremadamente difícil, la agenda electoral y las propias vicisitudes de la Asamblea Nacional que cuenta con una bancada al borde de la implosión, no otra que la del gobierno, se suma a las observaciones surgidas en el seno de la institución armada.

El referéndum revocatorio comporta una transición compleja hacia la recuperación de una democracia plena que incluye el no menos complejo elemento militar y sus relaciones con el poder civil. Un profundo sentido de responsabilidad obliga a la actualización de las relaciones civiles-militares, que no cívico-militares porque éstos no pueden ser extraños a la órbita ciudadana.

La oposición democrática suele encarar adecuadamente el asunto, diagnosticando el daño que le ha propinado el presidente Chávez y proponiendo un conjunto de correcciones que, por cierto, sintonicen con la doctrina bolivariana en la materia, interesadamente ignorada por el oficialismo. La Coordinadora Democrática, el Frente Militar Institucional e, incluso, comisiones como la del seguimiento de la política militar de COPEI, ilustran la preocupación por un problema que dejó de serlo, en los términos tradicionales de América Latina, hasta las asonadas de los noventa.

El “chavismo” emplea un esquema diferente, el de su propia supervivencia en el poder, supeditando a la Fuerza Armada a todas sus urgencias. El desfile del pasado 5 de Julio asomó el descaro de sus pretensiones, sin ocultar las torpeza de una política ya agotada: en el supuesto negado de un triunfo en el referendo, deberá afrontar su propia transición hacia el totalitarismo abierto que tiene una fuerte resistencia, a pesar de las purgas realizadas y administradas con cierto tino. Acaso, renunciará a esa administración del conflicto y lo punzará al extremo, arriesgando todos los haberes.

La concesión de los altos grados, en compensación por la fidelidad de los oficiales, e, incluso, el reconocimiento candidatural de aquellos que ingresan al terreno político en detrimento de quienes civilmente lo cultivaron en los últimos tiempos, provoca un cortocircuíto en la propia base doctrinaria de la corporación. Ocupa las plazas con un preciso sentido prebendario, aunque no tengan correspondencia con las realidades del país y de la misma institución.

Valga señalar que a Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez, en sus postrimerías, no exhibieron a un general en jefe, salvo las muy particulares y excepcionales condiciones que llevaron a Eleazar López Contreras a tal rango. Un poco más de tiempo, y Chávez tendrá que ofertar otros escalones, como el de mariscal de campo o comodoro a objeto de mantener su rango de comandante en jefe.

Personalmente, estimo que luego del referéndum revocatorio, amén del cambio constitucional que redimensione el peso político de la Fuerza Armada, ésta debe saber de una solución convincente de continuidad que garantice el profesionalismo e idoneidad de sus integrantes, concediendo el nivel de eficacia que exige el momento. El alto mando militar, como ocurrió a principios de 1994, debe renunciar para facilitar la transición alcanzada por la voluntad popular.

Posiblemente fueron muchos los problemas generados por la antigua autorización senatorial de los ascensos de la oficialidad superior, pero –pudiendo subsanarlos- seguramente son menores que los provocados por el actual monopolio presidencial y el calculado aislamiento corporativo que lo lleva al ejercicio de un tutelaje inexplicable a estas alturas de la vida republicana. Monopolio hoy constitucional que, recordemos, se impuso violentando la entonces vigente Constitución de 1961, no sin dejar cicatrices.

¿UN NUEVO PUNTO FIJO?

Sobre el celebérrimo Pacto de Punto cayeron las siete plagas de Egipto, a pesar de arrojar importantes y decisivos resultados al concluir el segundo gobierno de Betancourt y, ya con la Ancha Base, iniciarse el de Leoni. La denominación cubre una extensa etapa de realización de la democracia representativa y de un modelo de desarrollo fundado en el proteccionismo. Sin embargo, ayudó a estigmatizar las deficiencias y el agotamiento experimentado con bullicio a finales de los ochenta, facilitando banderas para los opositores existenciales del régimen.

Los problemas actualmente padecidos son de una gravedad y una complejidad tales que ameritan del concurso de todos los venezolanos. Alcanzar un consenso básico no significa desterrar la polémica y pulverizar las diferencias, sino procesarlas y encaminarlas como garantía de una estabilidad y de un debate tan urgidos cuando –también- lucen escasas las oportunidades, las ideas y la renta misma.

El chavismo no golpeó el puntofijismo y todo lo que significó para el país, sino la noción misma de tolerancia y entendimiento. Concedida la ocasión en 1998, habilitado legislativamente dos veces, afianzado al extremo por una constituyente a su medida, acumulado todo el poder inimaginable en la Venezuela de cinco o diez años tras, sencillamente fracasó porque no podía ni podrá afrontar solitariamente los desafíos.

Un nuevo Pacto de Punto Fijo obedece a la necesidad de un programa mínimo común y de una plataforma unitaria indispensable. Llegará el momento, como ocurrió con COPEI a partir de 1969, para que un partido estelarice las faenas del gobierno y, con todo, fue mucho el diálogo que hubo de profundizarse cuando la oposición controlaba el Congreso.

Los Olivos o La Moncloa ilustraron muy bien la importancia de mancomunar los esfuerzos. La concertación chilena ha marcado pauta. La oposición democrática venezolana está llamada a encaminar una opción inédita cuando hemos transitado prácticamente un sexenio de ineficiente y calamitosa arbitrariedad chavista.

ANDRADE PIÑA

Los partidos con vocación política, duradera y creadora, también provocan importantes vivencias en su membresía. El compromiso siempre imperfecto, el debate muchas veces agrio o la incomprensión agotadora, igualmente presentes en una radical experiencia humana, tienen una inigualable compensación en las gratas vivencias que pincelan el espíritu.

Apenas conocí a Nectario Andrade Labarca, destacada figura del socialcristianismo, recientemente fallecido. Recuerdo que, en una ocasión, cuando hice un amago de aspiración a la secretaría juvenil nacional de COPEI, lo visité en su casa, en la hirviente Maracaibo, gracias al afortunado itinerario que trazó Marcelo Monoud. Corría el año de 1989.

Me sorprendió el ya envejecido líder zuliano cuando me recibió en una casa de ambiente inequívocamente de clase media, austera y acogedora. Quien había sido dos veces ministro y figura de enorme influencia en los gobiernos demócrata cristianos, exhibía una humildad que me conmovió y confirmó la posibilidad abierta de creer en un ideario. Seguidamente, conversamos sobre distintos temas, algunas anécdotas de los esfuerzos de fundación del partido en el extenso e incomunicado estado, para lo cual no se disponía ni de una locha, en el intento de recorrerlo tan solo con un mensaje esperanzador. E, igualmente, me causó una profunda impresión su profesión de fe: rogaba a María que lo acogiera en su seno cuando llegara la hora ineludible de la muerte, me dijo con una honda convicción.

Igualmente, falleció hace poco Tito Piña, desconocido por la opinión pública. Coincidimos en las tareas partidistas cuando él resultó elegido como subsecretario juvenil de COPEI – Caracas, al principiar los ochenta. Luego, sin desprenderse de su fervor ideológico, ocupó su tiempo en otros menesteres.

Tito vivió la plenitud de la adolescencia en medio del debate ocasionado a finales de los sesenta en la juventud democristiana y, concretamente, cuando apareció la llamada “izquierda cristiana”. No olvido algunos de sus relatos al vender un semanario de corta duración y que ojalá no haya desaparecido de los anaqueles de la Hemeroteca Nacional, como “Venezuela Urgente”. Creo que, dos o tres años atrás, cuando lo vi de nuevo acompañado de la infaltable Vilma, estaba más ganado por el escepticismo, aunque no perdía las esperanzas por un relanzamiento ideológico frente a las amenazas reales del chavismo.

Un partido político no es una piedra monolítica, inanimada y dura con la que se construye la pasión cívica. Esta no se encuentra en los moldes de los artificios publicitarios, sino en el reconocimiento y autenticidad de una experiencia radicalmente humana.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba