Opinión Nacional

Una paradoja de la futura transición

Iremos hacia una difícil transición democrática, pacífica y constitucional, pues, vista la inmensidad de la crisis, 24 horas son pocas para solventar los problemas fundamentales del país. E, igualmente, contaremos con dirigentes, hoy opositores, sometidos los más a la dura prueba de estos años, que ojalá sean capaces de realizarla convincentemente. No obstante, debemos llamar la atención en torno a lo que podría denominarse la representación social de un liderazgo de transición.

En efecto, todavía clamamos a los cielos por las caras nuevas que milagrosamente puedan resolver el drama venezolano. La fórmula política, consagrada por la más nueva e impredecible de todas a finales de los `90, no otra que la de Hugo Chávez, está profundamente internalizada en una población que tarda demasiado en reconciliarse con la institucionalidad partidista, optando por una radical fulanización de los asuntos públicos.

Ya no se trata del culto a la juventud, un mito del que bien se sirvió el fascismo europeo, sino de la renuncia a toda trayectoria, preparación, experiencia e ideas que también son carne sustancial del fenómeno político. Priva la emoción por encima de la sensatez, pasarelizada la vida pública como si no bastara esta década perdida de la cada vez más presunta revolución.

El problema no es el de la edad y, lo hemos referido en otras ocasiones, sobran los ejemplos de jóvenes que hicieron la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez, desarrollando todas sus inquietudes con el coraje y disciplina, sobriedad e imaginación, requeridas para una empresa que no fue ni pudo ser jamás asunto de muchachos. O, en otras palabras, los más jóvenes que destacaron tuvieron éxito al saber que la oposición no era cosa de muchachos.

La paradoja tiene una extraordinaria vigencia, porque presumimos que las gigantescas dificultades, la profunda complejidad y las amargas vicisitudes de una transición, exclusivamente pueden afrontarla aquellos que exhiban como única credencial ˆ precisamente ˆ la falta de credenciales políticas, ideológicas, programáticas y principalmente prácticas. La historia arroja sus lecciones, aunque no las creamos.

La reconstrucción de una Alemania dividida, luego de la II guerra mundial, fue posible gracias a la conducción de Konrad Adenaer (1876-1967), quien fue capaz de conjugar las más duras circunstancias, conciliando y moldeando las voluntades y generaciones más disímiles para ello. A finales de los `80, Patricio Aylwin (1918) asumió el liderazgo de una sorprendente concertación de las más variadas corrientes políticas y fuerzas sociales, incluyendo a las más recientes generaciones, para garantizar la etapa inicial del post-pinochetismo que ahora explica los éxitos de Chile. Probablemente, al abusar de la extrapolación, esas figuras avejentadas, fastidiosas y ˆ alguno se antojará ˆ eruditas, no tendrían equivalentes en la Venezuela que cursa.

En momento alguno deseamos preseleccionar con un estricto criterio geriátrico a los conductores de la transición post-chavista, pero ˆ sí ˆ llamar la atención en torno a los abultados prejuicios existentes para la conformación de un futuro equipo que asuma tamaña responsabilidad. Sobre todo para los demagogos de ocasión, los insignes realizadores de la mercadotecnia política del momento o los apostadores viles del destino colectivo, debemos advertirles que el liderato político cuenta con un orígen, una naturaleza y unas consecuencias diferentes a los certámenes de belleza que – junto al petróleo y una vez las telenovelas – somos o fuímos capaces de exportar.

De ninguna manera debemos predeterminar el perfil generacional del equipo de transición, pero lo cierto es que en él también será urgente la participación de los ciudadanos que tienen trayectoria, ideas y destrezas que probar por sus muchísimos años de vida, al lado de los que exhibimos una corta o mediana edad. Mejor, convenzámonos que salir de este atolladero no es cosa de muchachos y así lo demostrarán aquellos que expongan sus credenciales por más jóvenes que sean.

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