Una marcha muy educativa
Quedará para la historia que la marcha por la educación del jueves 8 de
noviembre de 2001, que tuvo como escenario una Caracas de llovizna, se
caracterizó por mucho orden, mucho entusiasmo, mucha ciudadanía en
ejercicio. Gente que supo expresarse y comportarse.
La cosa empezó tempranito. Al amanecer ya se estaba en acción. Un programa
de televisión en Parque Carabobo, un debate entre la cordura y la sensatez
(Leonardo Carvajal) y la autocracia y la necedad ambulantes (Carlos Lanz).
Luego, de a poco, y con una diligencia que envidiarían las abejas, se fue
armando todo el escenario de la civilidad. Y la gente comenzó a llegar, en
grupos, con pancartas, y con ganas de civismo. El jueves, Caracas amaneció
de fiesta.
El resto lo vivieron ustedes, o lo vieron en la prensa y la televisión.
Quiero informarles que la primera persona con quien los chavistas cruzaron
destempladas «palabras», fue esta zulinaita que escribe. Me fui metiendo
entre la gente, y llegué antes que la marcha a la esquina, donde estaban
«ellos» (los mismos de siempre, a quienes ya reconozco de otros
«encuentros»). Cuando una señora visiblemente alterada (con esa furia que
tiene por detrás churupos recibidos) se lanzó sobre mí con airados insultos
y gestos grandilocuentes, yo la ignoré. En tres nanosegundos tenía mi lado
un policía y un bombero. «Aquí estamos, señora, ¿qué necesita?». «Nada, todo
está bien».
Caminé de regreso para alertar que eran pocos los que nos esperaban, pero me
di cuenta que en la esquina se podría armar con facilidad, y con poca gente,
una emboscada. Calle a la izquierda (con sótano), calle a la derecha, y
calle en frente.
Parar el camión antes de llegar a la esquina fue una sabia decisión. El
civismo no se basa en crear mártires. Se fundamenta en cívicamente fijar
posición. La sangre no hace más valiosas a las ideas.
La estupidez de la valentía mal entendida.
Como ese borracho que con impertinencias y la práctica de «la mano muerta»
destruye una fiesta, no faltó el gallito de pelea, el que se siente más
guapo que los demás, el que no hace pero se recuesta, y que pretende invadir
el espacio con su rosario de errores confundidos. Cuando el camión que
lideraba la marcha se detuvo, una voz decidió acusar(nos) de «cobardes».
Habló la estupidez de la valentía mal entendida, fue la voz de quien cree
que si la prensa puede reportar sangre y violencia, si se le puede reclamar
al régimen algún muerto y varios heridos, se habrá triunfado. Es la voz de
quien cree en el uso del sensacionalismo como herramienta política, de quien
cree en el triunfo por arrebatón. El grito de quien cree que en el amor, la
guerra y la política todo se vale, todo…
No, Sr. García Morales. Está usted equivocado de medio a medio. Y quiero
decirle que usted con su lenguaje altisonante, su mirada malcriada y su
violencia en los gestos, francamente ni me impresiona ni me asusta. Me pasa
como cuando los niñitos hacen una pataleta. Peo creo que es buena la
oportunidad para que usted aprenda. No fuimos cobardes. Lo que usted llama
valentía y arrojo, a algunos nos parece rabieta descontrolada e
improductiva. Somos sí responsables, gente seria, que no cree en destruir,
sino en construir un país con sólidas ideas. La Sociedad Civil, a quien
usted parece desconocer, no es un espacio de complicidades mal entendidas ni
deplorables conspiraciones. La Sociedad Civil, el mundo de las hormiguitas,
cree en el desarrollo de la institucionalidad por la vía de las ideas. Bien
haría usted en ir entendiendo que un país no se reconstruye con
derramamientos de sangre, y con provocaciones insensatas, sino con ideas
bien estructuradas y bien comunicadas.
Y se lo digo públicamente, pues públicamente se permitió usted levantarme la
voz, aletear sus manos, y tildarme(nos) de cobarde/s), porque en su torpeza
no logra usted entender que sensatamente se preservó la integridad física
de miles de mujeres, hombres y niños que allí estaban. Lo que usted
presenció no fue un acto de cobardía. Fue, le repito, un acto de
responsabilidad, de saber hacer, de saber decir. La Sociedad Civil así
trabaja. Con tino, con sindéresis, con gallardía, sin perder los estribos, y
sin utilizar estratagemas baratas. Trabaja presentando proyectos muy bien
articulados, trabaja con civilidad, dentro de las reglas del juego
democrático. Exponiendo críticas y ofreciendo soluciones. Como debe ser. Los
verdaderos demócratas así somos. Si a usted lo que le gusta es la violencia,
le sugiero irse con su música discordante a otra parte. Le sugiero
instalarse en una gallera, y dejar ahí que sus descontroladas hormonas
encuentren vía de despeje. Aquí no. La Sociedad Civil, hasta para quejarse,
sabe hacer las cosas con inteligencia y cordura, y convencida está que la
sangre y la violencia no son los instrumentos adecuados.
De cualquier manera, sepan ustedes, queridos lectores, que la marcha fue un
total éxito. Privó la alegría y la sindéresis, la altura política, la
conciencia ciudadana. Las diferencias de opinión y la aparición en la escena
de los provocadores y saboteadores de oficio no fueron sino «manchitas».
Pero la Sociedad Civil es experta en el uso de «quitamanchas».